Al entrar a su departamento se quedó mirando la noche de Berlín con una sensación de calma profunda, pero no fue sino al meterse en la cama y apagar la luz cuando logró ver con nitidez los rostros compungidos de los dos agentes que habían ido a su casa para informarles de la muerte de su padre.
“Balas” dijo Meyer.
“¿Nueve, treinta y ocho o cuarenta y cinco milímetros?”
“Nueve.”
“¿Cuántas cajas?”
“Media docena.”
El encargado del depósito lo miró con un gesto risueño.
“¿Vas a asaltar la cancillería? No sería mala idea. Si tuviera tu edad yo haría lo mismo. Firma aquí, nombre, fecha y número de matrícula. La credencial, por favor, es la primera vez que te veo y no quisiera llevarme una sorpresa desagradable. ¿Quién te dio la bendición?”
“El capitán Hugo Ritter.”
“Que Dios te ampare. Ritter desayuna salchichas de plomo y se habla de tú con los tiranos del sexto piso.”
Meyer se dirigió a los talleres de la Kripo y se quedó observando los Audi, Mercedes, Opel y BMW que formaban una hilera interminable bajo las grúas y las lámparas de magnesio. Fumando, sin prisa, se dedicó a recorrer los pasillos inundados de mecánicos, herramientas y tanques de acetileno.
¿Dónde estaba el coche que había utilizado su padre? Un rato después se decidió por un BMW que, igual que el resto de los automóviles, irradiaba el aura de poder que había visto tantas veces en las calles de Berlín. El auto olía a tabaco y aceite y tenía los asientos desgastados, pero le bastó ponerse al volante y encender el motor para sentir que le había pertenecido toda la vida.
“Ritter —dijo el jefe del taller— me autorizó a entregarte el que te diera la gana. ¿Este? Perfecto.”
Meyer entró a una oficina de paredes manchadas donde había una fila de archivos y un busto de Hitler.
“Rudolf Feniger —dijo el jefe del taller— y tú eres Bruno, el hijo de Ludwig. Lamento que hayas tenido que abandonar la Facultad de Derecho. Tu padre estaba seguro de que ibas a llegar muy lejos.”
“¿Cómo sabe que abandoné la Facultad de Derecho?”
“Me lo dijo Ritter.”
Meyer llenó el formulario y firmó la última hoja.
“Todo en orden —dijo Feniger— ¿Puedo hacerte una pregunta?”
“¿Oficial o personal?”
“Las dos cosas. ¿Por qué entraste a la Kripo?”
“Por lo mismo que usted. Para ganarme la vida.”
Feniger soltó una carcajada.
“No me esperaba menos de un abogado. Pero no es verdad. Entraste a la Kripo para evitar que te reclutara la Wehrmacht. A lo mejor te sales con la tuya, pero te informo que la guerra contra el delito puede ser tan feroz y destructiva como las guerras hechas y derechas. Buena elección, el BMW, un coche fuerte y veloz y con una estabilidad prodigiosa.”
“Señor Feniger…”
“Rudolf.”
“¿Con qué frecuencia cambian los coches?”
“Cada tres años.”
“Me extraña. Un automóvil alemán puede funcionar quince años sin que se le afloje un tornillo.”
Feniger señaló el busto de Hitler.
“El Führer está dispuesto a ahorrar en joyas, corbatas y floreros, pero no escatima un pfennig cuando se trata de la policía y las fuerzas armadas. ¿Cuál es el interés? No me digas. Ya sé. Te gustaría haberte llevado el coche de tu padre. Un Audi, si mal no recuerdo. ¿Acerté?”
Feniger se apoyó en el escritorio.
“Tengo entendido que murió en una balacera. Lo siento mucho. Tu padre fue un detective excepcional.”
“Gracias. ¿Qué hacen con los coches descartados?”
“Subasta. El departamento administrativo tiene las referencias. Olvida lo que pasó y disfruta el BMW. Te va a dar un servicio magnífico.”
“De todas maneras quiero ver el coche. ¿Sería posible averiguar el número de las placas?”
Feniger abrió un archivo.
“Apunta. BK8080. B por Berlín, K por Kripo. Busca los datos en el departamento administrativo. Pero es inútil, porque los compradores están obligados a pintar los vehículos de otro color y a utilizar placas comunes y corrientes. Los vales de gasolina te los da la directora de la intendencia.”
La señora Erika Holzmann lo recibió con una sonrisa tan dulce que fue la primera vez que se sintió bienvenido en el edificio lúgubre de la Kripo.
“Bruno, qué gusto. Ya me habían dicho que estabas trabajando con nosotros. ¿Te acuerdas de mí? Nos conocimos en el funeral de tu papá.”
Meyer no recordaba nada, pero le estrechó la mano con calidez.
“Tus vales. Una firma y nos vemos cuando se te acabe la gasolina. Me voy a jubilar el año que viene, haya o no haya guerra, pero quiero decirte que puedes contar conmigo para lo que se te ofrezca. Todo el mundo piensa que soy una vieja estúpida, pero he pasado en este agujero la mayor parte de mi vida y me muevo como pez en el agua en todos los rincones del edificio. Tu mamá, por cierto, me hizo una impresión maravillosa, a pesar de que la conocí en uno de los días más tristes de su vida.”
“¿Usted cree, señora, que podría ayudarme a localizar un dato?”
“¿Un dato policial? Increíble. Un detective de la Kripo solicitando pistas a un vejestorio de la intendencia.”
“Es un dato personal.”
Meyer le enseñó la tarjeta con las referencias que le había dado Feniger.
“Necesito averiguar el nombre de la persona que compró este vehículo.”
“Audi, 1934 —dijo Erika Holzmann— BK8080. El coche que llevaba tu papá la noche que lo mataron.”
“¿Cómo lo sabe?”
“¿Un café?”
Todo fue saliendo a flote mientras bebían una taza de café a un lado del escritorio: las fiestas de fin de año, los colegas que se murieron y los que se retiraron, la forma despótica en que la habían relegado porque no le gustaba a nadie y ninguno de los jefes le pidió que se acostara con él.
“Tu papá, en cambio, me trató siempre con una delicadeza extraordinaria. Con decirte que se acordaba de traerme flores el día de mi cumpleaños y una vez le dio una bofetada a un oficinista que me faltó al respeto. Cuando venía a recoger sus vales me hablaba de ti y de tus hermanos y de las cosas que iba a hacer cuando abandonara la Kripo.”
“¿Qué iba a hacer?”
“¿No te lo dijo? Quería poner una agencia de detectives y me prometió que me iba a llevar de secretaria. Me gustaría decirte que te pareces a él, pero no te pareces. Tu papá era fuerte como un roble y tenía los ojos verdes, grandes y melancólicos.”
La señora Holzmann lo miró con inquietud.
“He sabido que Hugo Ritter te sacó del archivo para que trabajaras con él. Espero que no te arrepientas. Ritter es un hombre atrabiliario y violento y siempre me pareció muy extraño que llevara una relación tan estrecha con tu papá. ¿Sabes, Bruno, por qué sé que el Audi de Ludwig Meyer tenía las placas BK8080? Porque todas las mañanas, cuando salía de la Kripo, me acercaba al estacionamiento para saludarlo desde lejos y darle la bendición.”
La señora Holzmann le dio un beso en la mejilla.
“No vengas a visitarme nada más cuando necesites gasolina.”
“Si usted me permite…” dijo Meyer.
“No te preocupes, en un par de días te consigo los datos, pero te voy a dar un consejo. Olvídalo, Bruno. Lo más recomendable es vivir en el presente.”
El BMW se deslizaba con la fluidez de un trineo y tenía un motor potente y silencioso que parecía desafiar la ley de la gravedad. Meyer se dedicó a recorrer la Kurfürstendamm sin más objetivo que disfrutar la velocidad y el respeto que irradiaba sobre los peatones y los ocupantes de los otros vehículos y al llegar al extremo de la avenida se olvidó por completo de las mañanas en que se había refugiado en el Oberbaumbrücke para reflexionar en sus problemas y luchar con la tentación de arrojarse al río.
Читать дальше