2. En consonancia con lo anterior, los reinos de Israel y Judá contaban con ejércitos debidamente constituidos, con sus guerreros, sus rangos y sus guerras (y bueno, también con intrigas, traiciones, golpes de Estado y corrupción). De modo que no es extraño que el texto bíblico celebre cuando David se inicia como guerrero al derrotar a Goliat y se consagra en las artes bélicas cuando conquista Jerusalén.
3. Sin embargo, en el Antiguo Testamento a los militares se les imponen límites claros. Ningún militar tiene licencia para matar según le convenga. Por ello, al David heroico y sin igual se lo condena de manera inequívoca y severa cuando usa su propio ejército para asesinar a Urías, el marido de Betsabé (1S 17.1–58; 2S 5.6–16; 11.1–27). Además, la historia de David muestra la situación debilitada y comprometedora en la que queda el gobernante que ha usado al ejército para cometer actos delictivos. Joab, el general, fue cómplice del gobernante en este asesinato (2S 11) y de ahí en adelante David estuvo a merced de su general (2S 19.1–9).
Junto con lo anterior, es necesario hacer por lo menos cinco salvedades con respecto a la existencia del ejército y el uso de la fuerza:
a. El caso de Josué es único e irrepetible. Se debe sospechar de cualquier apropiación de esta historia (¡como se ha hecho tantas veces!) para salir a poseer territorios de otro.
b. Israel no es expansionista.
c. No toda guerra es legítima (Am 1.11).
d. Dios es quien da la victoria a los israelitas desde la debilidad militar (Éx 14.30; Sal 146 y 147).
e. Además de las afirmaciones explícitas, hay suficientes historias de derrotas y de ridiculización de los militares, que delatan una crítica sostenida de lo bélico (2 Crónicas 28; todo el libro de Reyes; p. ej. 2 Reyes 3; 6.22). Es abundante el desjarrete de caballos y la destrucción de carros y jinetes.
4. En los salmos encontramos sentimientos bastante diversos hacia las Fuerzas Armadas: a) Dios contra las guerras (Sal 46.9; 68.30; 76.3–5); b) el guerrero como símbolo positivo, adiestrado por Dios (Sal 127.4; 144.1 [cp. Pr 20.18]); y c) el desprecio de Dios hacia los ejércitos por la falsa seguridad que generan y por los abusos que cometen quienes portan armas (Sal 147.10).
5. En síntesis, el Antiguo Testamento da por sentada la existencia de los ejércitos, cuyas espadas no son de adorno; denuncia el abuso que cometen los militares (cp. El Espectador, 2015); condena la confianza en los ejércitos como forma de idolatría; e invita al pueblo de Dios a aspirar a una vida mejor (Is 2.4; Mi 4.3), es decir, a invertir los recursos de la nación en la promoción de la vida y el bienestar del pueblo. La meta última de la sociedad bíblica es que las armas se conviertan en instrumentos de trabajo, es decir, que la tecnología se use para promover la vida, no para quitarla, y que no haya más guerras (Is 2.2–5; Mi 4.1–5; Os 2.18; Sal 46.8–10).
La denuncia de la corrupción de las Fuerzas Armadas
Detalles generales del libro
Antes de entrar en la denuncia que hace Oseas de las Fuerzas Armadas, es necesario considerar algunos detalles generales sobre el libro de Oseas y los problemas de idolatría e injusticia de su tiempo, mediados del siglo viii antes de Cristo. Los primeros capítulos son una especie de reality show cuyo fin es mostrarle a Israel, entre otros, un aspecto de lo que significa ser Dios. En este reality actúa una familia integrada por personas que tal vez no se habrían juntado por su propia cuenta: un profeta con una prostituta. Los hijos de esta pareja tienen unos nombres carentes de los buenos deseos normales de cualquier padre o madre. Y, para colmo, el mensaje viene empacado en una conducta prohibida por Dios, pero tiene como fin mostrar el amor de Él: amar a una prostituta y formar con ella una familia. Incómodo y todo lo demás, pero aquí radica una parte esencial del mensaje de Oseas: la prostituta puede ser redimida. Tratar a la prostituta como desechable quizá señale que el lector no ha entendido el amor de Dios por la humanidad, tema de una gran claridad en el evangelio.
Por lo anterior, en el libro de Oseas el sentimiento y la emoción son especialmente marcados, tanto de Dios como del profeta que lo representa en un sentido muy real. Ambos se duelen por lo que ven, lo que viven y por lo que viene. Se ha dicho que la emoción indisciplinada y descontrolada de Oseas estropea la poesía; que carece de la “expresión sublime” que se produce en situaciones de “concentración extrema” (Buss, 1969: 37–38). Sin embargo, se podría considerar que ese supuesto descontrol es precisamente parte de lo poético en la medida en que acompaña al sentimiento de despecho que el libro quiere comunicar. Además, aparte de que a la poesía le encanta romper esquemas, tampoco sabemos qué esquema habría roto. Sea como fuere, lo cierto es que los académicos en general reconocen más cohesión en los tres primeros capítulos del libro que en el resto.
Aparte de la metáfora del matrimonio en los capítulos 1 al 3, no se percibe en Oseas la estructura interna que el lector espera encontrar en un libro; tampoco hay abundancia de fórmulas proféticas. El libro se compone de fragmentos pequeños sin conexión evidente. Esta falta de orden aparente se puede leer de dos maneras: criticar lo que nos parece un desorden o aceptar que hasta la fecha no ha sido posible identificar el género literario de Oseas, lo cual no es falsa modestia ni falta de trabajo, sino aprender de la historia de la interpretación de otros libros de la Biblia, como Jueces, p. ej., que en un principio se consideraron faltos de estética y ahora no. La situación es que desconocemos a ciencia cierta cuál es el principio con el que se coleccionaron y organizaron estas profecías. Sin embargo, las partes independientes constituyen unidades literarias alrededor de imágenes y términos que se repiten, con algunas aliteraciones y asonancias. Nos interesa aquí concentrarnos en lo que está claro. Nadie pone en duda la persistencia de la idolatría y la injusticia, por ejemplo.
Idolatría e injusticia
De entre los muchos males que denuncian los profetas del Antiguo Testamento, sobresalen dos grandes que prácticamente abarcan todos los demás males: la idolatría y la injusticia. Se trata de prácticas que afectan la totalidad de la vida y las relaciones. Para poder entender el mensaje de Oseas contra la corrupción en las Fuerzas Armadas, es necesario repasar brevemente algunos detalles de la historia de Israel.
Para poder seguir adelante, es necesario aclarar en este punto algunos asuntos relacionados con el uso de los nombres “Israel” y “Judá” que podría prestarse para confusión. Judá es el reino del sur. Israel es el reino del norte, pero también se refiere a todo Israel antes de la división y a Judá a partir del exilio. La división norte-sur ocurrió por causa de los impuestos exagerados, conocidos en la Biblia como “el yugo pesado” con los que Salomón asfixió a los habitantes del norte (1R 12.4). Su hijo Roboam quiso aumentar el peso del yugo con más impuestos, desestimó la queja de los habitantes del norte, se dio el cisma y quedó Roboam como rey del sur (Judá) y Jeroboán como rey en el norte (Israel, también llamado Efraín). De los dos, el norte siempre fue más grande, más rico, más poblado y más poderoso militarmente. Sin embargo, cayó primero; quizá simplemente por estar en el norte, es decir, primero en el paso de los imperios de Asiria y Babilonia, camino al sur.
Una vez establecida la división en dos reinos, la primera decisión política de Jeroboán fue construir dos sitios de culto en dos puntos extremos de la geografía de Israel (Betel y Dan) con el fin de eliminar para sus súbditos la necesidad de acudir al templo de Jerusalén. Un segundo momento importante de esta historia es la construcción de Samaria como sede del gobierno durante el reinado de Omri (886–875 a. C.). El tercero es la oficialización del culto a Baal durante el reinado de Acab (875–853 a. C.) y su mujer Jezabel, de origen fenicio. Es decir, con la dinastía de Omri-Acab se afianza lo que empezó Jeroboán cuando se dividió Israel. Aunque Jeroboán inicialmente no hubiera tenido la intención de promover la idolatría, como sostienen muchos académicos, sus jugadas político-religiosas a la postre desembocaron en eso.
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