Los textos del Antiguo Testamento más conocidos con esta metáfora son Isaías 1.21; 50.1–3; 54.1–10; 57.6–13; 62.4–5; Jeremías 2.1–3, 13; 4.1–31; 13.20–27; Ezequiel 16; 23; Oseas 1–3; 9.1; Miqueas 1.6–7; Nahum 3.4–7 y Malaquías 2.10–16. Los estudiosos del tema suponen que el primer profeta bíblico en usar esta metáfora fue precisamente Oseas. Tradicionalmente se ha creído que quizá el profeta lo que hace es utilizar una imagen conocida y bien entendida en el baalismo y su culto a la fertilidad, lo cual intenta combatir en el Israel del siglo octavo (Kelle, 2005: 48). Hoy no existe tanta seguridad en cuanto a la existencia de la llamada “prostitución sagrada”; o por lo menos no es seguro que la prostitución en el culto de la que habla el texto se refiera a eso, especialmente porque se usa para alianzas políticas también (Moughtin, 2008: 13). Se trata, más bien, de una metáfora basada en la infidelidad que se extiende a la prostitución.
La imagen matrimonial en Oseas
Según Kelle, tenemos cuatro opciones para interpretar la presencia de la imagen matrimonial en Oseas:
1) “La imagen matrimonial viene de la experiencia del profeta en su propio matrimonio”. Esta opción resulta difícil de comprobar porque la única información que tenemos sobre el profeta y su matrimonio están en el libro de Oseas mismo. Y como la información es poca, y lo único que hay se refiere al adulterio de Gomer, su mujer, al intérprete no le queda mucho para reconstruir la historia de esta familia.
2) “La metáfora se fundamenta y reacciona en contra del culto de fertilidad a Baal en el Israel del siglo octavo”. El estudio de la religión cananea y su práctica en Israel ha sido revisado en las últimas décadas y, lo que antes se asumía como cierto, hoy no se da por seguro.
3) “El lenguaje surge de una idea preexistente de un pacto entre Yahweh e Israel”. El problema con esta perspectiva es que existen en el Antiguo Testamento diferentes formas de entender el concepto de pacto y que el matrimonio no lleva implícito ese concepto.
4) “La imagen viene del lenguaje de las maldiciones en los tratados de vasallaje del Medio Oriente antiguo”. Esta explicación es menos especulativa; tiene a su favor el hecho de que sí hay referencias en estos tratados a la infidelidad conyugal, pero sigue siendo insuficiente, porque no toma en cuenta lo que sabemos de las leyes y prácticas matrimoniales en el Medio Oriente antiguo, incluyendo a Israel (Kelle, 2005: 49–53).
A mi parecer, estas explicaciones no tienen por qué ser mutuamente excluyentes ni tampoco suficiente ninguna de ellas por sí misma. Es decir, sin ser movidos por ningún vicio conciliatorio a ultranza ni por un eclecticismo extremo, todas estas explicaciones juntas forman un cuadro más completo, aunque las ideas sobre el culto cananeo deban ser revisadas.
En conclusión, en el Antiguo Testamento existe el matrimonio, la infidelidad y el divorcio por infidelidad. Esto es lo mínimo que se podría decir. El matrimonio se lleva a cabo en un contexto legal y existen formas de quebrantar ese acuerdo, pacto o como se le llame. El problema no es ése, sino cómo se trasladan esas realidades humanas a la relación de Dios con su pueblo.
El poder y el problema de la metáfora matrimonial en Oseas
Las metáforas como la que nos ocupa tienen sentido en un contexto histórico y sociocultural específicos, los cuales no siempre corresponden a los del intérprete. Aunque el tema del profeta Oseas no es el lugar de la mujer en la sociedad, el asunto es ineludible, puesto que, para que la metáfora matrimonial funcione, es necesario presuponer un cierto lugar de la mujer en la sociedad de ese entonces, lo cual hoy nos resulta problemático; es decir, el propósito del libro de Oseas no es mostrar cómo ganarse el amor de una mujer por la fuerza.
De todos modos, el problema fundamental de la metáfora matrimonial en Oseas está en que se utiliza el abuso como estrategia de rescate. Lo que este marido herido dice que va a hacer es tratar mal a su mujer para que vuelva a él: desnudarla y matarla de sed (2.4–5). Para completar, en ningún momento se le pregunta a ella si quiere la reconciliación (Connolly, 1998: 62). No menos problemático es el hecho de que el hombre de esta historia representa la justicia, y la mujer, la maldad. El texto, además, levanta la pregunta de si la representación de Israel como una mujer es en sí una forma de insulto, como se hace en otros textos del Antiguo Testamento (Leith, citado por Connolly, 1998: 64). ¿Es posible todavía recibir el mensaje de Oseas en un libro donde Dios es representado como un hombre vengativo y abusivo, al tiempo que Él mismo dice “soy Dios, no hombre” (11.9)? ¿A quién le podría resultar atractivo un Dios así?
Una propuesta para intentar solventar estas dificultades es separar el mensaje de su empaque y tomar distancia del empaque en el que el profeta ha puesto su mensaje:
Profetas como Oseas y Ezequiel regularmente usan imágenes de Israel como una esposa infiel que merece el abuso y la humillación por su infidelidad. Aunque reflejan el trato a las esposas en el Israel antiguo, tales imágenes no son parte del mensaje profético que queremos afirmar de manera acrítica (Birch et al.: 2005).
Ojalá fuera así de fácil. Aunque el vehículo no sea el mensaje, se debe reconocer que la metáfora de Oseas es tan poderosa como chocante y que “ofende a tanta gente como a la que convence” (Connolly, 1998: 56). Un caso parecido es el uso de la esclavitud como metáfora para comunicar un mensaje de esperanza en Dios:
Como dirigen los esclavos la mirada
hacia la mano de su amo,
como dirige la esclava la mirada
hacia la mano de su ama,
así dirigimos la mirada al Señor nuestro Dios,
hasta que nos muestre compasión. (Sal 123.2, nvi)
¿Es esta una metáfora bonita? El mensaje de la imagen se comprende y su poder comunicativo se siente, pero, para que eso ocurra, se debe presuponer la existencia de la esclavitud como cosa normal y que el lector la conoce de cerca. Ese mundo ya no es el nuestro. ¿Ayuda en algo decir que el problema es del lector y no del texto? En algunos de nuestros países podemos hablar de “como espera el obrero que le den trabajo” o “que le paguen la semana”. Esto mismo en otros países resultaría una imagen ofensiva y degradante, porque los obreros ganan buenos salarios y las leyes laborales se cumplen. Entonces sí importa el contexto socioeconómico de la metáfora, no sólo el histórico.
Aparte de los problemas relacionados con el abuso físico de la mujer, está el problema teológico de usar una relación problemática para comunicar un mensaje de parte de Dios. Es decir, “una relación humana defectuosa se eleva al plano divino” (Connolly, 1998: 59). También está el asunto de la mujer que depende totalmente del marido.
Como se ve, el asunto es complejo y Oseas no es el único en usar la metáfora del marido despechado con claros elementos de abuso. El problema aquí es doble. Primero, que el marido despechado que maltrata a su mujer en esta imagen es Dios, y segundo, que algunos hombres podrían sentirse autorizados por la Biblia para tratar mal a sus mujeres, así como se ha usado también la imagen del Dios guerrero como licencia para oprimir a otros pueblos. En el caso de la toma de la tierra de otros en nombre de Dios, como se promete en Deuteronomio, se da inicio en Josué y se celebra en el resto del Antiguo Testamento (p. ej., Gn 26.1–5; Sal 78.54–55), se podría decir que es cuestión irrepetible. Esto no soluciona el problema palestino-israelí actual, pero, de algún modo, ayuda a nuestra comprensión del tema en la Biblia, ya que, a diferencia del antiguo Israel, la iglesia no está ligada a una tierra o país en particular; en Cristo, la santidad de la tierra es total. Con la metáfora de la pareja no pasa lo mismo, porque es un tipo de relación que permanece.
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