Dice el viejo adagio de la iglesia que ésta cree lo que ora (lex orandi lex credendi). Pero lo que la iglesia oraba en la antigüedad con los salmos y los himnos, hoy ha sido reemplazado por coros y cantos, muchos de ellos con pocas palabras que se repiten sin cesar y en ocasiones con poca sustancia y centrados en el orante. El Libro de los Salmos es el libro del Antiguo Testamento más citado en la literatura judía de Segundo Templo y en el Nuevo Testamento. Esto ocurre porque se usaba permanentemente en el culto en el templo, en la sinagoga y en la piedad personal. Los cristianos siguieron esa misma tradición. Aunque se podría afirmar que todos los libros del Antiguo Testamento están escritos para el oído y que su arte literario facilita el recuerdo, el salterio es especial, pues se trata de “una antología de textos sagrados diseñados para ser memorizados” (Wenham, 2007: 287).
Vale la pena extendernos todavía más en el asunto, dado que el poco uso de los salmos en el culto comunitario y la piedad personal a veces está limitado a unos cuantos, especialmente a los de “alabanza y adoración” y a algunos “clásicos” (Sal 1, 23, 91). El profesor Wenhan sostiene que los salmos han ocupado un lugar prominente en el culto cristiano, y que el reemplazo que se ha hecho por canciones producidas recientemente ha significado una pérdida enorme para la iglesia, precisamente porque ésta cree lo que ora y canta. De interés particular para Wenham es la instrucción ética de la que los creyentes se pierden al haber eliminado los salmos del culto comunitario (Wenham, 2007: 280).
Si bien los estudios académicos de los salmos nos han ayudado enormemente a entender los contextos en los que probablemente surgieron y se utilizaron, también es cierto que su aplicación nunca ha estado estrictamente limitada a la historia del origen de cada uno. Por tratarse de oraciones que expresan a Dios el sentimiento del creyente, “no importa si el salmista literalmente enfrentaba una persecución o una enfermedad, o si usaba imágenes de una situación para describir otra. La ausencia de precisión abre los salmos a un amplio espectro de situaciones e invita a los lectores a hacer suyos esos sentimientos” (Wenham, 2007: 290).
En la medida en que el creyente haga suyas las palabras de los salmos, se compromete con Dios con lo que dice; de ahí su valor ético para la vida de los creyentes. No son palabras que se pueden decir a medias; nos invitan al compromiso con una vida que Dios aprueba (Wenham, 1985: 294). Los salmos son únicos en la amplia variedad de géneros literarios en las Escrituras. Algunos expresan una forma de piedad que nos incomoda y no practicamos: hablarle a Dios de nuestra integridad y de las cosas buenas que hemos hecho (p. ej., Sal 26). Algo parecido se encuentra en Deuteronomio 26, donde el creyente recibe instrucciones de lo que debe decir exactamente en cuanto a las implicaciones éticas de su adoración.
El capítulo final de este libro es un intento por atar algunos cabos que habrán quedado sueltos en los capítulos 1 al 5 y proponer caminos en la lucha contra la corrupción. Naturalmente, ninguna de estas propuestas será definitiva, ya que hasta la fecha nadie ha encontrado una fórmula por medio de la cual un mayor número de conversiones en un país resulte en una disminución apreciable de la corrupción en una nación entera. En el capítulo final, haré algunas propuestas sobre la importancia de incluir la corrupción y otros temas sociales tanto en la predicación como en la educación teológica. Según algunos estudios, ahí está parte del problema; desde los púlpitos se habla principalmente de Dios y de la piedad personal; la educación teológica, por su parte, se concentra en la teología sin muchas veces considerar seriamente sus implicaciones para la vida de los creyentes en sociedad y en relación con sus profesiones. Esto está cambiando, pero apenas en círculos reducidos. Estas ideas finales se presentan como intervención en una conversación.
En este libro enfatizaremos la relación del creyente con las diversas manifestaciones de la corrupción en nuestra sociedad. No es mi interés hacer listas de denuncias con nombres y apellidos, por dos razones fundamentales: primero, porque para denunciar algún caso de corrupción, es necesario conocer los hechos desde dentro y con detalles seguros; y segundo, debido a que se necesita una plataforma desde la cual denunciar. Como no cumplo con ninguno de esos requisitos, entonces lo mejor es dejar esa tarea a muchos otros que sí los cumplen, entre ellos personas honestas, incluidos periodistas y funcionarios públicos, sean creyentes o no que permanentemente están denunciando. Sin embargo, no todo el que denuncia lo hace por honesto, como ocurrió con un miembro del cartel del papel higiénico, que lo hizo para que le perdonaran la multa; es decir, traicionó a sus cómplices, cosa que todo delincuente debería prever, pero la avaricia causa torpeza y ceguera.
Capítulo 1
Oseas denuncia la corrupción en las Fuerzas Armadas
Introducción: La complejidad del sentimiento bíblico hacia los ejércitos
En este capítulo me ocuparé de la corrupción en las Fuerzas Armadas de Israel, denunciada por el profeta. El tema militar en el Antiguo Testamento es recurrente y además complejo. Por ello, antes de considerar la palabra del profeta, me referiré brevemente a las diversas actitudes registradas en el Antiguo Testamento en cuanto a los ejércitos.
Por la complejidad del tema, el propósito de una sección tan breve como esta necesariamente deberá ser modesto. En primer lugar, notaremos algunos rasgos generales del tema militar en el Antiguo Testamento. Luego, entraremos a la profecía de Oseas contra Jehú, notando la historia, la forma de la denuncia y la aparición del tema militar en la oración. Finalmente, propondré una conclusión con algunas ideas para la reflexión personal y comunitaria. Con esto, pretendo demostrar dos cosas: que la corrupción de las Fuerzas Armadas es tanto grave como inaceptable y que, desde la perspectiva bíblica, es necesario pensar en las causas de los problemas antes que en las soluciones armadas.
A excepción de las iglesias menonitas, los cristianos históricamente han defendido la legitimidad de la existencia de las Fuerzas Armadas, la participación de los cristianos en ellas y el concepto de la guerra justa. Sin embargo, se debe reconocer que esta legitimidad pocas veces se cuestiona y, peor todavía, ha existido entre los cristianos una aprobación casi automática de las guerras que emprenden las Fuerzas Armadas de su país. Si bien el tema es complejo y no lo vamos a resolver aquí, vale la pena resaltar a continuación cinco realidades sobre el tema militar en el Antiguo Testamento. Esto nos servirá de marco general para leer el caso que trata Oseas al inicio de su profecía.
1. Dios es descrito en el Antiguo Testamento como “guerrero” y “Señor de los ejércitos”. El libro del Éxodo celebra la destrucción del ejército egipcio por parte de Dios así: El Señor es un guerrero, su nombre es el Señor (ʼăḏōnāy ʼîš milḥāmâ ʼăḏōnāy šəmô; Éx 15.3). Con estas palabras el texto afirma que el oprimido tiene en Dios quien lo defienda. El lenguaje será metafórico, pero está cargado de una teología que se entiende desde la historia: “A Yahvé se le conoce desde el comienzo como a un Dios comprometido con el establecimiento de una justicia concreta en el ámbito sociopolítico de un mundo donde el poder está masivamente organizado contra ella” (Brueggemann, 2007: 773). No es casualidad entonces que el Éxodo sea uno de los eventos paradigmáticos del Antiguo Testamento para la comprensión de la historia de Israel y de Dios mismo.
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