Eres una experta en el trabajo con grupos de padres y madres angustiados.
Sí, uno de los objetivos es tranquilizarlos. Los padres de hoy en día lo tienen difícil porque están cansados, sobre todo las madres, que están extenuadas; y cuando estamos extenuados no acostumbramos a funcionar bien. Uno de los objetivos de los encuentros de padres es que se relajen, se tranquilicen y no conviertan en tragedias lo que son anécdotas de la vida.
¿Cómo te educaron tus padres?
Soy la última de ocho hijos y mis padres eran mayores. Diría que mi padre no era una persona de su época; de hecho él ejercía más de madre que ella, que se pasaba todo el día cosiendo, planchando y con las tareas de la casa. En cambio, mi padre era el que nos contaba cuentos, nos daba la comida y nos cuidaba cuando estábamos enfermos, y creo que eso nos convirtió en una familia un poco diferente.
Debió ser excepcional.
Mucho. Nos llevaba a pasear, a nosotros y a nuestros primos, juntaba a todos los críos para que nos lo pasáramos bien. En aquella época, en que predominaba el autoritarismo, él no lo era en absoluto; pero tenía una autoridad impresionante que expresaba así: «Yo confío en ti y sé que lo harás». Aquello te dejaba atado de pies y manos porque de ninguna manera querías decepcionarle. Nunca hubo ningún insulto ni ninguna bofetada; allí viví que se puede educar sin violencia y creo que, gracias a esa educación inicial, he podido dedicarme a lo que me he dedicado, porque lo he vivido.
Dices que se puede educar sin castigar, por experiencia propia.
Sí, lo he comprobado personalmente. Partía de un inicio que creo que me ha ayudado mucho y me siento privilegiada.
Siendo la más pequeña de ocho, tus hermanos también debieron educarte.
Me quejaba de que en vez de dos padres tenía ocho o diez. Ser la pequeña resultaba un poco pesado; pero al mismo tiempo era fantástico porque tenía donde elegir, cada uno tenía su propia personalidad y yo me sentía bien con todos.
¿Los pequeños son los mimados?
En mi casa los mimados éramos unos cuantos, no solo yo. Por ejemplo, la hermana que me precede, que llegó después de tres chicos, era mucho más débil y se ponía enferma a menudo… ¡Estaba mucho más mimada!
¿Cómo llegaste a la psicología?
Al principio fue una cuestión personal. Cuando era una adolescente creía que nadie me entendía y que podría dedicarme a entenderme a mí misma para después entender y ayudar a los adolescentes. Pronto pasé de los adolescentes a los niños porque tuve una veintena de sobrinos antes de tener a mis hijos y me enamoré de los críos pequeños, disfrutaba enormemente y una de mis diversiones favoritas era reunir a siete u ocho sobrinos y jugar con ellos. Me despertó el interés la manera en que iban aprendiendo y madurando, me parecía apasionante. Desde siempre, lo que más me ha interesado son las personas, y con las personas pequeñas aprendes constantemente.
¿Ser experta en educación te ha ayudado a educar a tus hijos o no tiene nada que ver?
Si los tuviera ahora, lo haría mejor. Todavía estaba estudiando cuando tuve a mis hijos y no había empezado a ejercer; pero la experiencia con mis sobrinos y lo que había aprendido sin darme cuenta me ayudó muchísimo, más que lo que estaba estudiando. Ahora, cuando los padres me preguntan algunas cosas, pienso que hay mucho desconocimiento y recuerdo todo lo que sabía sin ser consciente de ello. Un día, los padres de un bebé me contaron que habían ido a urgencias porque su hijo había tenido convulsiones durante una semana, y cuando les pregunté en qué había quedado todo me dijeron que había sido hipo. El primer bebé que habían visto era el suyo y es evidente que el hipo en un niño recién nacido es bastante espectacular porque le sacude completamente, y si no lo has visto nunca puedes acabar en urgencias.
Por eso son necesarios los grupos de padres.
Sí. No me gusta llamarlos «escuelas de padres» porque parece como si tuvieran que superar asignaturas. Yo no enseño nada, sino que acompaño en la reflexión, en el conocimiento de ellos mismos y de sus hijos. Yo los llamo «grupos de reflexión compartida». Se trata de compartir experiencias, de no juzgar, de no decir nunca si algo está bien o mal si no te funciona y de apoyarnos los unos a los otros.
¿Quién debería ir más al psicólogo, los niños o los padres?
Creo que a la mayoría de los padres les va bien una orientación. Los padres no necesitan la terapia de un psicólogo, sino que alguien les acompañe, porque en la actualidad no existe el tejido social que existía antaño. La mayoría de las veces, los problemas que observamos en los niños no son suyos, sino de los padres o de la escuela.
Antes has dicho que los padres estamos cansados… ¿También estamos acomplejados?
Mucho. Hace unos años se publicó una encuesta en la que una de las preguntas que se hacía a los padres era si creían que estaban educando bien a sus hijos, y más del 80% respondió que no. Esto es una tragedia, porque el sentimiento de culpa que hay detrás es enorme: «Yo ya sé lo que debería hacer, pero no lo hago». Esta situación tiene que cambiar y se ha de recuperar la autoestima del padre y de la madre, no es necesario ir a la universidad para ser padres. Hoy en día todo se ha especializado mucho y parece que también existan los padres especialistas. Lamento mucho cómo están funcionando las cosas porque los niños siempre están en manos de especialistas. Una vez, bromeando, dije que un día habría especialistas para enseñar a ir en bicicleta y un padre me respondió que ya existían y que, en el centro cívico de su barrio, los sábados, se ofrecen monitores para enseñar a ir en bicicleta. ¿Qué les queda a los padres? No demasiado; ni nadar ni ir en bicicleta, que son las cosas más divertidas que vinculaban a padres e hijos. Es triste porque se disfruta mucho menos de los hijos.
Lo vivimos desde la culpa.
La ansiedad es enorme, sobre todo en las madres, porque, si bien es cierto que el hombre participa cada vez más, la mayoría de las mujeres son las que cargan con el peso de la organización. Son las que llaman al padre para recordarle que le toca a él ir a buscar a los niños.
Ahora es el momento en el que hay más supernannys , materiales, libros, psicólogos, expertos…
A veces la cantidad tampoco ayuda. Para los padres resulta difícil porque no saben qué elegir y acaban adoptando soluciones absolutamente contradictorias.
Necesitamos una visión más global…
Sí, más coherente. Los padres están desorientados y cuando alguien está desorientado pocas cosas saca en claro de todo esto, porque un libro contradice al otro. Lo que deben intentar es ser coherentes con ellos mismos y que vayan decidiendo lo que funciona con sus hijos y lo que no. Los especialistas sabemos cosas en general, pero quien mejor conoce a un niño en concreto son sus padres, por tanto, las decisiones deben tomarlas ellos. Nosotros hemos de ayudarles a tomar esas decisiones, es decir, a que puedan relacionar causa y efecto. Recuerdo que un día, en una charla en una escuela, un padre me dijo que él hacía que sus hijos compitieran para ver cuál de ellos se acababa antes el zumo de naranja y yo le respondí que aquello no estaba ni bien ni mal, que todo dependía de lo que se propusiera: si quería que la relación entre sus hijos fuera de rivalidad, perfecto, pero si no quería que lo fuese… pues entonces ya no estaba tan bien.
Pensamos poco sobre lo que estamos haciendo.
Sí, aparecen muchos automatismos. Cuando yo era joven regresábamos a casa antes de la diez, lo hacía todo el mundo y ni lo cuestionábamos; la razón es que a aquella hora se cerraban las puertas y no teníamos llave, había un sereno y… Hoy en día, si les preguntas a un grupo de padres que tienen hijos en edad de salir cuál es la hora a la que tienen que regresar, descubres que a algunos directamente no les dejan salir y que a otros les dicen que vuelvan cuando quieran, el abanico es muy amplio. Esto implica riqueza, pero también dificultad, porque nunca están seguros de que lo que deciden sea correcto.
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