Paula Danel - La gerontología será feminista

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Este libro nos ubica en el territorio diverso y heterogéneo de las mujeres mayores. Intersecta vejez y género/género y vejez utilizando herramientas teóricas de los feminismos para descentrar y relocalizar los modos de pensar a las mujeres mayores.

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Es necesario destacar que aquellos procesos que regulan la edad junto a los que regulan el género y el ejercicio de la sexualidad, forman parte de un proceso continuo de producción y retroalimentación de los modelos de subjetivación sexuada hegemónicos, pero ¿cómo se procesa socialmente la longevidad con estos modelos?

Tal como señala Ociel Moya, M. (2013), profundizar en el estudio sobre las representaciones culturales del género permite dar cuenta del orden que a través de esas representaciones niegan a las mujeres en tanto sujetos políticos e históricos.

En ese sentido, sostenemos que el estudio de la vejez de las mujeres (10) puede aportar aún más al objetivo de indagar el alcance de la desigual distribución del poder derivado del orden patriarcal.

Retomando la idea de vejez -en tanto representación social- puede verse que la carga de prejuicios que la asocian al deterioro, la incapacidad y la enfermedad, en clara oposición a la juventud como sinónimo de renovación, emprendimiento, eficacia, salud y afectando en forma aún más acentuada a las mujeres. Oddone (1994), afirma que las mujeres a lo largo de su vida atraviesan por diferentes experiencias de integración-exclusión social. De esta manera, las mujeres suman a los prejuicios de la edad los vinculados al género (Martiarena y Krzemien, 2001).

Por esta razón, resulta necesario analizar el género desde una concepción dinámica que de cuenta de la experiencia misma de las mujeres en el curso de vida y echar luz sobre los efectos diferenciales producidos por el orden de géneros en sus trayectorias de vida. Es necesario remarcar que, históricamente, sólo por el hecho de ser mujeres las mayores han tenido un acceso desigual a la educación, al trabajo, a los derechos sobre su cuerpo, es decir, diversos efectos que participan en la construcción social del envejecimiento femenino y de las vejeces. (11)

Ello nos lleva a preguntarnos, ¿qué ocurre cuando se asocian dos o más factores de discriminación como en el caso de las mujeres mayores? Previamente deberíamos preguntarnos si los estudios de la edad, si la Gerontología, han dado suficiente cuenta del envejecimiento como una nueva cuestión social de género.

Ha sido ya establecido que las mujeres envejecen de forma diferente, ya lo han señalado autores tales como De Beauvoir, S. (1983), Arber, S. Y Ginn, J. (1996), Freixas, A. (1997).

En América Latina, destacamos los aportes de Gastrón, L. (1995), (2003), (2007), (2018), Huenchuán Navarro (1989) y Yuni, J. Y Urbano, C. (2001) que han generado el debate dejando en claro que el género constituye un determinante de fundamental importancia que afecta diferencialmente a las personas en la vejez.

Ser mujer y mayor entonces constituyen dos ejes importantes de la diferencia que se articulan con otros:

las diferencias que estructuran la vida social son múltiples, se implican y condicionan mutuamente. Las identidades y relaciones de género, clase, étnicas, etarias, etc., no se construyen ni experimentan en forma compartimentada por los sujetos: hay un sustrato cultural en el que se entretejen. (Toledo,1993: 57).

Los aportes a la discusión respecto de la articulación de vejez y género, realizados por Huenchuán Navarro (1998:1), advierten sobre la insuficiencia de “interpretar las experiencias de vida de las personas ancianas en forma segmentada y compartimentada (sólo género, sólo etnia, sólo edad)”, de modo que sus miradas respecto de la necesidad de poner en relación estas diferentes categorías constituyen un antecedente de gran importancia que aún se encuentra con escaso desarrollo, sobre todo, en Latinoamérica.

Abordar género y edad implica, entonces, poner en relación dos categorías analíticas que han adquirido un gran peso y, para ello, utilizamos como parte de nuestras herramientas teóricas el concepto de interseccionalidad.

Este desarrollo conceptual, relativamente reciente, se aplica a los procesos complejos que derivan de la interacción de factores sociales, económicos, políticos, culturales y simbólicos (Crenshaw, 1989). Crenshaw define a la interseccionalidad como a la expresión de un “sistema complejo de estructuras de opresión que son múltiples y simultáneas” (1989:359) (12). Debemos destacar que se ha reconocido como una de las contribuciones realizadas por la teoría y praxis feministas más importante de las últimas décadas (McCall 2005); (La Barbera, 2016).

Los desarrollos de estudios interseccionales surgieron a partir de la crítica del feminismo afroamericano sobre el esencialismo derivado de ciertas posiciones sociales privilegiadas en los movimientos de mujeres blancas de clase media estadounidense que no lograba dar cuenta de las otras mujeres, (bell hooks, 2004).

De igual manera, las feministas poscoloniales ubicaron en el centro del debate la argumentación sobre la raza enfatizando que resulta imposible separarla de la opresión de género estableciendo que es co-constitutiva (Lugones, 2012).

Ciertamente el feminismo postcolonial permitió avanzar en la discusión respecto de la opresión sexista cuestionando al feminismo blanco, occidental y heterosexista.

Esta apertura, asimismo, ha permitido, cuestionar y poner en crisis el concepto unitario del sujeto del feminismo “dotado de una identidad estable”, emergiendo entonces la concepción de un sujeto que ocupa múltiples posiciones a lo largo de diversos ejes de la diferencia, (Bidaseca, 2010:130). Es oportuno señalar que la edad es una dimensión menos frecuente, también en los estudios de género que abordan la interseccionalidad. No obstante, se trata de un campo fértil en el que han comenzado a desarrollarse investigaciones que prometen encontrar claves fundamentales para interpretar la dinámica social y subjetiva que se produce en la interacción de estos dos elementos.

Desde nuestra perspectiva, se trata de relaciones históricamente contingentes y situadas en un contexto específico (Brah, 2004), que produce efectos diferenciales en conjunto, a su vez, con otras articulaciones posibles como la raza, la clase social, etc., que se opone a la visión de las mujeres mayores como un homogéneo que niega tanto la diversidad de opresiones en las cuales la vejez tiene un efecto potenciador, como la riqueza de las múltiples identidades producto de esta interacción durante el curso vital. En términos de impacto, la edad resulta particularmente interesante ya que su irrupción resulta esperable y por cierto, inevitable: de no morir antes, todas las mujeres envejecemos.

De modo que podríamos señalar que, así como Crenshaw (1989) encontró que existía una cierta ceguera en el feminismo blanco que dificultaba visualizar la discriminación hacia las mujeres negras como sumatoria de dos fuentes de opresión, creemos que en la vejez se sigue un derrotero similar con relación al género y la edad (13).

Después de todo, género, raza, sexualidad y clase están estrechamente conectados entre sí. Mejor dicho, todos esos ejes de injusticia se interseccionan unos con otros en modos que afectan a los intereses e identidades de todos. Nadie es miembro de una sola colectividad. Y la gente que está subordinada a lo largo de un eje de división social puede ser dominante a lo largo de otro. (Fraser,1996:30)

Ciertamente, no todas las mujeres mayores pueden ser consideradas igualmente oprimidas por el patriarcado, resultaría sumamente complejo determinar la situación de opresión en ciertos casos, pero, la edad, siempre afecta la posición social de las mujeres, mucho más que a los varones. Resulta más claro en sentido inverso: una mujer pobre racializada resulta ser más vulnerable en la vejez que otra de un sector económico de altos ingresos. Sin embargo ambas gozan de una mayor discriminación que un varón de su mismo estatus social.

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