El segundo detalle es que nuestro poeta fue el primer Premio Nacional de Literatura de la historia paraguaya. Lo obtuvo en 1991, fecha tan reciente que rinde cuentas del valor que adquirió la literatura en el primer momento de la transición democrática en el país, y también de su nula importancia social hasta entonces. Fue un premio, además de muy merecido, muy significativo del deseo de romper con la división entre los dos Paraguay: el de los exiliados y el de los insiliados.
Terminemos indicando que Elvio Romero es un poeta de la vida, simbolizada por el fuego en sus composiciones, de la vida posible y plausible, donde reine la justicia, la camaradería y el amor. Elvio reivindica la fantasía, pero no la que se destina a adormilar conciencias, sino aquella tan necesaria, especialmente en su maltratado Paraguay, que las despierta y las vuelve reivindicativas. Por algo es el poeta paraguayo más conocido en el exterior, a pesar del silencio que prevalece sobre la literatura de su país.
1La tesis más o menos establecida es la de Hugo Rodríguez Alcalá, en “El vanguardismo en Paraguay”, Pittsburg, Revista Iberoamericana , 118-119 (enero-junio 1982), pp. 241-255.
2Así se titula la mejor antología paraguaya de poesía social, que preparó el poeta Luis María Martínez, y que se publicó en Asunción, Ediciones Intento, 1986.
3Hugo Rodríguez Alcalá – Dirma Pardo Carugati: Historia de la literatura paraguaya (2ª edición), Asunción, El Lector, 1999, p. 132.
4Las preferencias líricas y autores predilectos de Elvio Romero pueden determinarse con la lectura de El poeta y sus encrucijadas ( Asunción, El Lector, 2002), texto que reúne los artículos literarios de nuestro autor. Su devoción a Miguel Hernández tuvo reflejo suficiente en su ensayo biográfico subjetivo Miguel Hernández. Destino y poesía , (Buenos Aires, Losada, 1958).
5Su poesía ha sido musicada por autores y conjuntos paraguayos como Vocal Dos.
DÍAS ROTURADOS (1948)
PRESENTO A TACAXÍ
Yo puedo presentaros:
Tacaxí, manchado en lodo,
cincelado con duras herramientas boreales
en la cruda materia del desierto,
retazo de follaje endurecido,
contextura gomosa que ha tallado la selva
con buril de vegetales.
Tacaxí,
de ásperas proporciones, indio de arcilla,
mojado con aceite primitivo
de frutas y de charcas,
semilla programada por el tiempo,
mensajero de rosas ancestrales,
turbulencia estelar,
sorbo de tierra.
Una violencia antigua
le cruza todo el cuerpo de mandioca,
esa puerta entreabierta de los párpados
donde pesa un letargo con cerrajes
de cobre milenario.
Poblado por el viento
-con ese taciturno sigilo de los tigres,
de las bestias nocturnas-,
varón de los senderos aborígenes,
sale de un laberinto complejo de cortezas,
de pesado desorden, de veranos,
de atávicos rituales
o de secos tunares ya longevos.
Tacaxí:
sensual; enérgico y severo;
Tacaxí:
sorbo de tierra.
¿De dónde vino el indio? ¿De dónde su pesado
carbón mordido y negro?
¿De qué maraña amarga su pecho de combate,
su nocturno pedazo de forestal diadema,
su olor a arcilla, a barro,
su reliquia de pobre soledad desgarrada,
su calor cotidiano de quebranto y desvelo?
¿Por qué su mano antigua descubre los secretos
de aquella carretera de sonidos
trazada sobre el mapa del círculo y del cuero?
¿Por qué rueda en sus manos con tan vivida urgencia
la exactitud raída de la flecha?
Tambor nocturno, cuero de tambores nocturnos:
el Paraguay le enseñaba sus sensibles
lastimaduras de paloma herida,
su agredida intemperie y transparencia,
su asediado ramaje de lapachos
con sombras violentadas, sus trituradas ramas.
No sólo por el aire,
no sólo por las plantas y raíces
llegaron muertes, crímenes,
sino por todo el ancho calor de los caminos
que fatigan hurgando en los desiertos
Llegando al aguerrido terraplén de los toldos.
Testimonio del tiempo,
vínculo inmemorial, cuero extendido:
moreno Tacaxí,
centinela de edades apagadas,
retazo de oquedad, greda callada.
Juntó flecha y fusil, tambor y dianas,
superando aquel mito de la sangre
fructiferando engaños,
mayorales, látigos,
y negra pulpa de dolor indígena.
Tocó la fibra popular el indio
cuando llegó a la dura gravedad
combatiente.
Y fue un soldado más por estos campos,
un cuerpo con furor secreto y ávido.
Yo hoy puedo presentaros:
Tacaxí, sorbo de nuestro suelo.
Todos y cada uno,
todos aquí llegamos
con un aire de sol y viento con paisajes,
mordiendo un odio largo, largamente callado,
y poco acostumbrados a este oficio de horror,
de turbio fango.
Pecho al calor abierto.
Con cabellos hirsutos, puños, arterias, manos,
trajinamos senderos de osamentas
y uniformes amargos.
Con un anochecer en las pupilas,
y un tanto fatigados
de estampidos y muertes y tensiones,
caminamos, vibramos y matamos.
Rudo dolor de pueblo, ruda angustia
de pueblo asesinado.
Por eso vamos todos, cada uno,
para poder vengarlo.
Con un aire de sol y viento con paisajes,
soñadores, osados, temerarios;
con un sacudimiento de tierra descuajada
y arada a fogonazos
RESOLES ÁRIDOS (1950)
VÉRTIGO
No toquéis esta tierra si no tenéis la sangre
dispuesta a ser después antorcha viva,
quemazón de parte a parte.
Mapa descolorido (sol, paisaje),
entre golpes arado por terribles
y secas soledades.
De Norte a Sur, resolanas que salen
por la epidermis como un tufo denso
que al viento se deshace.
El Sur, callado, una corona que abre
como una mano antigua su silencio,
su dolor, por el aire.
Un hedor calcinado de yerbales.
Un verano que acecha entre las ramas
y en el sudor se expande.
El Norte, duro, un combatiente sable
de abierto cortezón y de tanino;
furor de quebrachales.
Lúbricos mediodías que se esparcen
por las grietas escuálidas, sedientas,
que encandilan la sangre.
Y el Centro, un corazón quemante,
latido potencial, alforja verde,
crisol de mandiocales.
Encendidos terraplenes, hondos valles
paren niños con ojos dilatados
y estómagos con hambre.
Desde antiguo esta tierra tiene arranques
de furor que le arañan los raigones
como rayos brutales.
A martillazos forja este linaje
de hombres que tienen la corteza dura,
que en las cortezas laten.
Bordado a lento fuego, su ropaje
nos cubre con su seca virulencia
de calor sofocante.
No la toquéis si no queréis que os claven
su espina roja, su ademán terroso,
su vértigo implacable.
Callada es esta tierra. ¡No la toquéis!
Sus polvaredas arden.
Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.
Soy como tú,
de piel morena, oscura, oscura,
con estrellas heridas por adentro
y por fuera sudor, cáscara ruda.
Tengo la sangre hirviendo
como un sinuoso trueno derramado,
tengo las manos ásperas
como herramientas duras y soleadas;
tengo los ojos lúbricos
como lúbricas raíces.
Esta noche, en el Sur,
me he mirado en tus ojos.
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