La denuncia pública de Habacuc tuvo la misma textura profética:
¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal! Tomaste consejo vergonzoso para tu casa, asolaste muchos pueblos, y has pecado contra tu vida. Porque la piedra clamará desde el muro, y la tabla del enmaderado le responderá. ¡Ay del que edifica la ciudad con sangre, y del que funda una ciudad con iniquidad! (Hab 2.9–12).
Los profetas hebreos en su denuncia pública dibujaron y denunciaron el cuadro desgarrador de corrupción y violencia, explotación y degradación moral, acaparamiento de tierras y de alimentos, injusticia y cohecho, ruptura del derecho, economía abusiva, usura y cosificación del ser humano (Is 1.21–23; 3.14–15; 5.22–23; 10.1–2; Am 2.6–8; 4.1; 5.11–13, 12; Mi 3.1–12; 6.6–12; Hab 1.1–3; 2.6–12).
Ese fue el contexto concreto de violencia y muerte en el que se encontraban los pobres y los indefensos de la sociedad, los vulnerables como las viudas, los huérfanos y los extranjeros. Dios no se quedó en silencio, no fue indiferente o insensible, no permaneció impasible ante la realidad de injusticia urdida desde los centros de poder político, religioso y económico. Dios habló y actuó. Habló y actuó porque la injusticia y la impunidad no forman parte de su propuesta de justicia y vida plena para todos. Hablar y actuar, antes que ser impasibles, complacientes, indiferentes o cómplices, ¿no debería ser también, actualmente, nuestra práctica personal y colectiva? ¿No tendría que expresarse así nuestra ciudadanía plena como creyentes en el Dios de la Vida que es justo y ama la justicia? ¿Deberíamos callar ante las injusticias, la explotación, la corrupción y el abuso de poder tan frecuentes en nuestros países?
6Emil Brunner, Justice and the Social Order, New York-London: Harper & Collins, 1945, página 6.
7José Sicre, “Con los pobres de la tierra”: La justicia social en los profetas de Israel, Madrid: Ediciones Cristiandad, 1984, página 13.
Capítulo 2
Misión y liberación
Jeremías 29.1–32
Introducción
Jeremías (Yahvé exalta, Yahvé derriba o Yahvé establece), que provenía de la aldea de Anatot (localizada 5 o 6 km al noreste de Jerusalén), formaba parte de una familia sacerdotal. Profetizó desde su llamamiento en el año decimotercero del reinado de Josías (626 a.C.) hasta la caída de Jerusalén (587 a.C.) 8e incluso unos años después (cf. Jer 40–44). Fue llamado para perturbar a los que tenían en sus manos el poder político, religioso y económico: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jer 1.10).
Cumplió su ministerio profético inmerso en los eventos públicos de su tiempo. Cuando fue llamado para ser profeta habían ocurrido, en el antiguo Cercano Oriente, eventos sociales y políticos que rediseñaron el escenario político regional. El imperio asirio se había desintegrado, y Egipto y Babilonia, las dos potencias que emergieron en esa coyuntura histórica, luchaban entre sí por el predominio político regional. Jeremías fue testigo presencial de situaciones políticas críticas que culminaron con la derrota militar de Judá durante el reinado de Sedequías, la destrucción de Jerusalén y el desplazamiento forzado de cientos de judíos que fueron llevados cautivos a Babilonia (Jer 39.1–10, cf. Jer 52.1–30; 2Cr 36.11–21). Jeremías no fue llevado cautivo a Babilonia, y después de la destrucción de Jerusalén, continuó su ministerio profético entre sus compatriotas que no fueron condenados al exilio y que permanecieron en Jerusalén.
Jeremías 29.1–32, un pasaje en el que se registra la carta que el profeta envió a los cautivos en Babilonia 9, delinea varios temas clave relacionados con la misión del pueblo de Dios en una realidad de violencia y desarraigo, cautividad y desesperanza. ¿Cuáles son las lecciones que se derivan de este pasaje bíblico para la misión del pueblo de Dios en realidades históricas de violencia, desarraigo, desplazamiento forzado, cautividad social y política, y crisis de esperanza? ¿Es la liberación una experiencia humana que necesaria e inevitablemente tiene que responder a la violencia de los opresores con la violencia de los oprimidos? ¿Es la violencia la única salida que tienen los oprimidos?
Misión en un contexto de violencia
En su carta a los exiliados en Babilonia, Jeremías se sitúa en el contexto histórico concreto (594 a.C.) y aborda directamente la situación de desplazamiento forzado y desarraigo violento en el que se encontraban sus compatriotas en Babilonia, el centro del imperio dominante de ese tiempo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia…” (Jer 29.4). Esta carta a los cautivos fue enviada desde Jerusalén (Jer 29.1) y en la misma, entre otros temas, se subraya la soberanía de Dios (“…que hice transportar de Jerusalén a Babilonia”), bajo cuya autoridad están las personas y los pueblos, incluso los pueblos paganos y los opresores.
La carta a los cautivos confrontaba y desnudaba públicamente a los falsos profetas; así había hecho Jeremías con Hananías cuando le dijo “…Ahora oye, Hananías: Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo” (Jer 28.15). Estos falsos profetas, a diferencia de Jeremías, aseguraban que el cautiverio duraría dos años y que los judíos regresarían pronto a la tierra de la que fueron arrancados con violencia (Jer 28.1–2). En la carta a los cautivos, Jeremías precisó además lo siguiente sobre los falsos profetas:
…así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos; ni atendáis a los sueños que tengáis. Porque falsamente os profetizan ellos en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová (Jer 29.8–9).
Las palabras de Jeremías iban a contracorriente de lo que afirmaban los falsos profetas que prometían que la liberación de la cautividad estaba cerca. Puede afirmarse entonces que Jeremías fue un profeta anti-sistema; es decir, un profeta que no acomodó su mensaje a las aspiraciones del pueblo cautivo, un profeta que no habló para congraciarse con las “masas” que anhelaban que termine el cautiverio para regresar a su terruño. Jeremías no fue como los falsos profetas que buscaban el aplauso de los cautivos, que afirmaban ser voceros autorizados de Dios y que le mentían a los cautivos en Babilonia, sembrando en ellos falsas esperanzas (Jer 29.8–9, 21, 31).
¿Cuál fue el mensaje de Jeremías a los cautivos en Babilonia? ¿Qué les planteó a los cautivos, como agenda de misión inmediata, en una realidad de desplazamiento forzado, desarraigo y violencia social y política? Además de distanciarse del mensaje de los falsos profetas y de confrontar su falso optimismo, Jeremías en su carta a los cautivos afirmó que Dios les encomendaba la siguiente agenda de misión:
Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz (Jer 29.5–7).
Parece un contrasentido al amor y a la justicia de Dios lo que se les planteaba a los cautivos como agenda de misión para una realidad de crisis, desplazamiento forzado, desarraigo y violencia. Pero no era así. La cautividad duraría 70 años y, por esa razón, los cautivos tenían que responder a esa realidad asentándose en Babilonia y procurando la paz del pueblo que había arrasado con Jerusalén y asesinado y arrancado de su patria a cientos de personas y familias. Tenía que ser así, aunque se tratara de una realidad violenta y traumática, tal como describe el Salmo 137:
Читать дальше