Debemos contagiarnos de lo que ha escrito Darío López: “todos los creyentes son misioneros naturales empoderados por el Espíritu, cuya tarea indeclinable consiste en proclamar en todos los auditorios humanos lo que han visto y oído. Tienen un mensaje que les arde en el corazón, un mensaje liberador que ha transformado su vida, y un encargo misionero que no puede ser postergado ni subastado en ningún momento” 3 3 La fiesta del Espíritu (2006), p. 54. 4 Menciono aquí los que tengo a mano: Pentecostalismo y transformación social (2000); Cuando Dios incomoda (2005); La fiesta del Espíritu (2006); Artesanos de la paz (2006) y La política del Espíritu (2019). 5 Tomado del capítulo “El mensaje social y político de los profetas” de este libro.
Al leer este libro de Darío López uno no puede —y quizás no debe— dejar de notar cómo resuena con otros de sus libros. 4 4 Menciono aquí los que tengo a mano: Pentecostalismo y transformación social (2000); Cuando Dios incomoda (2005); La fiesta del Espíritu (2006); Artesanos de la paz (2006) y La política del Espíritu (2019). 5 Tomado del capítulo “El mensaje social y político de los profetas” de este libro.
Este libro sobre los profetas y su mensaje continúa y extiende las reflexiones y exhortaciones del autor acerca de nuestro testimonio cristiano en la sociedad.
Ciertamente corresponde agradecer a Darío López por su excelente trabajo y celebrar la oportuna publicación por parte de Ediciones Puma. Confío en que será un gran aporte para todos aquellos que anhelan ver, en la conducta y voz pública de los cristianos de hoy, un reflejo más genuino del “propósito del Dios de la Vida de una vida plena y justa para todas las personas” 5 5 Tomado del capítulo “El mensaje social y político de los profetas” de este libro.
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Jim Breneman
1Abraham J. Heschel, Los profetas
2“La predicación es un acto público por excelencia. Predicar es anunciar la Palabra de Dios y en esa naturaleza de anuncio está su carácter público. Quizás nosotros los evangélicos, refugiados en nuestra situación minoritaria o sumergidos en la atmósfera cálida de la comunión fraternal con su fácil aceptación mutua, olvidamos el carácter eminentemente público de la predicación, bien sea el anuncio profético en el Antiguo Testamento o el anuncio apostólico en el Nuevo. Y precisamente por tratarse de un acto público, no se puede evitar la confrontación con la realidad.” (Samuel Escobar, La predicación evangélica y la realidad peruana. Boletín Teológico 18, 1985).
3La fiesta del Espíritu (2006), p. 54.
4Menciono aquí los que tengo a mano: Pentecostalismo y transformación social (2000); Cuando Dios incomoda (2005); La fiesta del Espíritu (2006); Artesanos de la paz (2006) y La política del Espíritu (2019).
5Tomado del capítulo “El mensaje social y político de los profetas” de este libro.
Capítulo 1
El mensaje social y político de los profetas
…En ningún lugar la demanda por la justicia es más clara y más poderosamente expresada como en los profetas hebreos 6
— Emil Brunner
...había terminado el primer curso de teología y comenzaba a leer los profetas. Me impresionó que su sensibilidad con la justicia y la pobreza era mayor que la de muchos cristianos 7
— José Sicre
¿Cuál fue el mensaje de los profetas hebreos? ¿Fue su mensaje una verdad pública o un discurso limitado al ámbito religioso de la vida, sin ninguna referencia a los problemas sociales y políticos de su entorno? Los profetas hebreos, como voceros del Dios de la Vida, desnudaron públicamente la religiosidad hipócrita, inhumana e insensible que caracterizaba a los que estaban en la cima del poder. Denunciaron que la injusticia, la explotación y opresión de los indefensos, la quiebra del derecho, la cosificación de los seres humanos eran pecados individuales y sociales que contradecían el propósito de Dios de una vida plena y justa para todas las personas.
Fue a través de los profetas que Dios anunció juicio y castigo ejemplar para quienes habían infringido su ley, violentando el derecho de los pobres y de los indefensos, tratándolos como desperdicio social:
¡Ay de los que dictan leyes injustas, y prescriben tiranía, para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos! ¿Y qué haréis en el día del castigo? ¿A quién os acogeréis para que os ayude, cuando venga de lejos el asolamiento?… (Is 10.1–3).
Los profetas denunciaron públicamente la situación de injusticia en la que se encontraban los sectores sociales vulnerables e indefensos (huérfanos, viudas, extranjeros), precisando que los ricos y los poderosos eran los autores materiales de esa violencia en contra de la vida y la dignidad humana. En esa realidad de violencia, generada desde la cima del poder e impuesta verticalmente, profetas como Amós denunciaron las prácticas corrientes de injusticia y proclamaron la justicia divina:
Oíd esto los que explotáis a los menesterosos y arruináis a los pobres de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el mes, y venderemos el trigo; y la semana, y abriremos los graneros del pan, y achicaremos la medida, y subiremos el precio, y falsearemos con engaño la balanza, para comprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par de zapatos, y venderemos los desechos del trigo? Jehová juró por la gloria de Jacob: No me olvidaré jamás de todas sus obras (Am 8.4–7).
La denuncia pública de Miqueas de Moreset no fue menos enérgica que la denuncia pública de Amós el profeta de Tecoa. Miqueas constató, describió y denunció la realidad de injusticia que campeaba en sus días con estas palabras:
Dije: Oíd ahora, príncipes de Jacob, y jefes de la casa de Israel: ¿No concierne a vosotros saber lo que es justo? Vosotros que aborrecéis lo bueno y amáis lo malo, que les quitáis su piel y su carne de sobre los huesos; que coméis asimismo la carne de mi pueblo, y les desolláis su piel de sobre ellos, y les quebrantáis los huesos y los rompéis como para el caldero, y como carnes en olla. Entonces clamaréis a Jehová, y no os responderá, antes esconderá de vosotros su rostro en aquel tiempo, por cuanto hicisteis malvadas obras […] Oíd ahora esto, jefes de la casa de Jacob, y capitanes de la casa de Israel, que abomináis el juicio, y pervertís todo el derecho; que edificáis a Sion con sangre, y a Jerusalén con injusticia. Sus jefes juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero; y se apoyan en Jehová, diciendo: ¿No está Jehová entre nosotros? No vendrá mal sobre nosotros. Por tanto, a causa de vosotros Sion será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser montones de ruinas, y el monte de la casa como cumbres de bosque (Mi 3.1–4, 9–12).
La enérgica denuncia de los profetas indica que realidades innegables, como el paulatino abandono de la ley de Dios, tuvieron como correlato una cruda situación de inmoralidad e injusticia que afectó especialmente a los pobres y a los indefensos. La clase dirigente los condenó al ostracismo social, tratándoles como cosas descartables. En esa situación de desprecio por la vida humana, presentando a Dios como el protector de los pobres y de los indefensos, los profetas denunciaron la conducta social voraz y la religión hipócrita de la clase dirigente con estas palabras:
¡Ay de la ciudad rebelde y contaminada y opresora! No escuchó la voz, ni recibió la corrección, no confió en Jehová, no se acercó a su Dios. Sus príncipes en medio de ella son leones rugientes; sus jueces lobos nocturnos que no dejan hueso para la mañana. Sus profetas son livianos, hombres prevaricadores; sus sacerdotes contaminaron el santuario; falsearon la ley. Jehová en medio de ella es justo, no hará iniquidad; de mañana sacará a la luz su juicio, nunca faltará; (Sof 3.1–5).
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