Mónica Torres - Transformaciones. Ley, diversidad, sexuación

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Amigo lector, este libro no habla de las singularidades, es las singularidades mismas. Como objeto propone un universo tan disímil, que el mejor elogio que del libro puede decirse es que pone en acto la singularidad del entramado político y social que la Ley del matrimonio igualitario (tanto en la Argentina como en Francia) y la Ley de Identidad de Género (solo en la Argentina) ponen sobre la mesa. Invitamos a participar a otras voces. Escuchar y dejar hablar al Otro social, que tiene variadas opiniones sobre este tema. No hemos hecho (y lo celebro) un libro más, de psicoanalistas para psicoanalistas. Pero nuestra pasión por lo nuevo, no nos aliviará del acto, que será juzgado por sus consecuencias. Tendremos que verificar con Miller que el padre freudiano y su función de prohibición no son más que una cobertura de la hiancia estructural que el goce conlleva. Las leyes portan su núcleo de goce escondido y, por eso, ley y goce se excluyen de algún modo. Se trata de la extimidad del goce. Estamos aún entre el instante de ver y el tiempo de comprender, solo sabremos en el momento de concluir que el tiempo de comprender ha terminado. Mónica Torres

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El Presidente de la Argentina, Agustín P. Justo,

ante la Asamblea Legislativa, 1933.

En 1930, el golpe militar de José Félix Uriburu que derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen, desató una fuerte campaña moralizadora que vio interrumpida la vida nocturna porteña junto con el homoerotismo que se daba en bares, billares y cafés. Si bien el salteño no permaneció mucho en el mando, sentó las bases para que bajo el gobierno de Justo, mayor exponente de la década infame argentina, devolviendo favores a la Iglesia que lo apoyó contra la fórmula anticlerical De la Torre-Repetto, se decretara el primer edicto policial en el año 1932 que envió a muchos homosexuales a prisión. La clausura de prostíbulos hacia el año 1936 ya indicaba que la Iglesia comenzaba a dominar el terreno de la moral sexual de Buenos Aires, y esto se prolongaría por muchos años más.

Si bien el Código Penal, encomendado por Bartolomé Mitre al jurista Carlos Tejedor en 1886, careció de menciones y sanciones contra la sodomía consensuada entre mayores de edad, casi cincuenta años después, bajo la presidencia de Justo y en manos del Coronel García, entonces Jefe de la Policía, se procedió a una modificación de los edictos policiales pautados, pero no aplicados, en 1915. Es interesante remarcar que el espíritu del proyecto de Tejedor, respondía en gran parte al Código Penal de Baviera de 1813, creado por Paul Von Feuerbach, quien por esos tiempos distinguía los crímenes públicos de los actos privados, separando la ley de la moral. Así se entiende, tal vez, cómo la homosexualidad había sido la gran ausente de la tipificación penal argentina. Aunque otra de las hipótesis indica que a fin de presentar al país como un terreno apetecible para los inmigrantes decentes y la población trabajadora, se prefirió evitar cualquier indicio o alusión a la homosexualidad, presentándose de este modo Argentina ante Europa como un país seductor, carente de depravados.

Más allá de estos edictos, hasta 1942, la vida de los homosexuales de clase media y alta transcurría sin graves preocupaciones. Como se afirmó antes, el aparato científico-criminológico-psicopolicial solo se ocupaba de los lúmpenes. Sin embargo, bajo la presidencia de Ramón Castillo, la vida apacible de los homosexuales fue sacudida abruptamente. Si por ese entonces la visibilidad homosexual urbana no era moneda corriente entre los más prudentes, siendo que los que solían caer presos eran los que “yiraban” en busca de sexo (u ofreciéndolo) por la zona que iba desde Retiro hasta detrás de la Casa de Gobierno, muchos homosexuales (hombres y mujeres) podían gozar de encuentros en reuniones privadas. Y así era, hasta que un día, tres señores de la alta alcurnia se presentaron en una fiscalía para denunciar la supuesta corrupción de jóvenes cadetes del Colegio Militar. El escándalo fue enorme. El Senado destinó una sesión especial para tratar el tema. Si bien la prensa y las autoridades quisieron acusar a una supuesta secta dedicada a corromper a los muchachos de una de las instituciones más prestigiosas del país, lo cierto es que las fiestas se propagaban por varios departamentos del Barrio Norte de la ciudad de Buenos Aires. Imágenes encontradas y testimonios relatados por participantes indicaban que las orgías se daban entre cadetes, hombres jóvenes de clase alta y algunas pocas mujeres que oficiaban de anzuelo para los muchachos. Aparentemente se fotografiaba a los cadetes desnudos en presencia de las mujeres, que entonces se retiraban, y luego se los chantajeaba con mostrar esas fotografías si no accedían a relacionarse sexualmente con los hombres. La gran redada policial logró encarcelar a muchos homosexuales y algunos con gran prestigio social tuvieron que exiliarse. Más allá de la repercusión sensacional este hecho, como menciona Sebrelli, “le correspondió al gobierno militar de Ramírez, surgido del golpe del 4 de junio del 43, llevar a cabo el primer operativo anti-homosexual de gran repercusión”, (12) la policía entró al Teatro Avenida de Buenos Aires interrumpiendo la función del artista malagueño Miguel de Molina, acusándolo de homosexual. Fue detenido junto con el resto del elenco por su dudosa moralidad y las supuestas orgías que realizaba. Se lo sancionó bajo el amparo de la Ley de Residencia Nº 4144, que permitía al Poder Ejecutivo expulsar a extranjeros.

Es interesante remarcar que si bien Miguel de Molina retornó al país, y al mismo Teatro Avenida por invitación de Eva Perón unos años más tarde, el peronismo no fue muy condescendiente con las sexualidades disidentes. Pero antes de adentrarnos en esa época, aún bajo el gobierno de Ramírez, hubo una publicación que se vendía masivamente en quioscos de revistas que vale la pena mencionar. Se trataba de Freud al alcance de todos. El volumen quinto de esa colección, Freud y las degeneraciones, escrito por el doctor J. Gómez Nerea, resultaba descarnadamente anti-homosexual. Allí, bajo el amparo de la ciencia, del psicoanálisis, Gómez Nerea proponía por ejemplo, publicar los nombres de todos los homosexuales del país, “pues así la juventud podría precaverse […] y se evitaría la difusión del vicio”. (13) Pero si esto pudiera parecer insólito, no era nada comparado con la propuesta que sugería exterminar a judíos y homosexuales, siendo esta cacería una “…necesidad defensiva de la civilización y que habrá de extenderse a punto tal que habrá de llegar el día en que los judíos, sea por pogroms, por fusilamiento en masa o por las modernas prácticas de esterilización, habrán desaparecido del planeta. Como debería desaparecer la inversión”. (14)

1.4. Putos peronistas

“Porque los imperialismos se pudren por dentro. Vea el estado de Inglaterra –que ha sido un imperio poderoso‒ que acaba de hacer una ley para que el homosexualismo sea una cosa legal, siempre que se practique en privado… ¡Pero si eso mismo pasaba en Roma y pasaba en Grecia en la época de la descomposición! ¡Son los signos de la decadencia!”. (15)

Juan Domingo Perón

De acuerdo con Sebrelli, la política de Juan Perón con los homosexuales estuvo signada por el carácter homofóbico de los tres pilares en los que se apoyó su gobierno: Iglesia, Policía y Ejército. (16) En 1952, en pleno auge del peronismo, el Congreso Nacional aprobó un documento militar donde se condenaba el “ser” homosexual dentro de las fuerzas armadas. Tuvo que pasar casi medio siglo para que un Jefe del Ejército argentino, Martín Balza, propusiera con éxito eliminar del Código de Justicia Militar la pena de prisión para los soldados que exteriorizaran conductas homosexuales. Sin embargo, ya entrando el siglo XXI, Balza llevaba calma al pueblo: “Estén tranquilos: no va a haber una compañía de costureras a caballo”. (17) Aclaraba que si bien no propiciaba el ingreso de homosexuales a la fuerzas, sostenía que podía haber homosexuales “mientras la conducta íntima se mantenga en el ámbito privado”. (18)

Del mismo modo que Justo, Perón tuvo que pactar con la Iglesia a fin de conseguir su apoyo en las elecciones de 1946. En agradecimiento a esta institución, se ratificó la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y se promocionó la defensa de la familia tradicional con fines reproductivos, persiguiéndose a todas aquellas formas de vinculación sexual que estuvieran alejadas de ella. Tal es así que el primer período peronista fue “el que más claramente inició la persecución a gays y travestis, ejercieran o no la prostitución callejera”. (19) Por primera vez en la historia argentina, los modos de caminar, las vestimentas y la apariencia general serían motivo de condena. Los bares que habían albergado a homosexuales comenzaban a cerrarse en la época de mayor relación entre el peronismo y la Iglesia (1946-1949). Poco tiempo atrás, durante el gobierno de Edelmiro Farrell, en 1944, se realizaban enmiendas a la Ley de Profilaxis Social sancionada en el año 1936. Allí se permitía el ejercicio independiente de la prostitución, pero se prohibía la explotación ajena con el fin de desbaratar redes de proxenetas. Las enmiendas realizadas en el año 44 respondían a un esfuerzo por evitar el riesgo de incidentes homosexuales entre los cadetes militares, ya que se calculaba que el aumento de la homosexualidad era consecuencia de los cierres de los burdeles. (20) La persecución y condena a homosexuales y travestis durante el peronismo se extendía bajo formas arbitrarias, siendo los contraventores enviados a la cárcel de Villa Devoto. Razzias en bares, cines y plazas arrastraban a decenas de personas por semana a los calabozos. El trato que se les daba a los cientos de homosexuales detenidos sin la infraestructura necesaria para alojarlos, no distaba mucho del desprecio con el que se almacenaba a los “disolventes sociales” en el Depósito 24 de noviembre. Ninguno de ellos estaba invitado a formar parte del país anhelado ni por la Generación del 80 ni por el peronismo.

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