Por el resto de su vida, Lutero tendría el doble papel de profesor de teología y pastor. Como profesor, siguió la carrera profesional estándar de un teólogo a finales del Medioevo, dando conferencias sobre los Cuatro Libros de Sentencias de Pedro Lombardo y luego sobre grandes secciones de las Escrituras. La ignorancia y el esnobismo del protestantismo moderno se burlan de la Edad Media por no haber interactuado con el texto de la Escritura. Si bien es cierto que el texto preferido —de hecho, para la mayoría, el único texto accesible— era la Vulgata Latina, se esperaba que el profesor medieval promedio hubiera realizado más exégesis de las Escrituras—antes de ser considerado remotamente competente como teólogo—que cualquier profesor de seminario en Norteamérica actualmente.
Entre 1510 y 1511, Lutero viajó a Roma por cuestiones de negocios para la Orden de los Agustinos. Como le ha pasado muchos, antes y después, su visita a la Ciudad Eterna 5fue una experiencia profundamente conmovedora y conflictiva. Además de su evidente importancia histórica y teológica, quedó impresionado por las oportunidades de devoción que la ciudad representaba, con su multitud de reliquias y artefactos religiosos. Sin embargo, también fue testigo de primera mano de la corrupción que coexistía en medio de la piedad. Las imágenes de exceso que le presentó la corte papal moldearían sus opiniones posteriores sobre el papado y, de hecho, alimentarían el tipo de retórica que felizmente desplegó contra el mismo.
De vuelta en el aula, Lutero continuó trabajando en la exégesis de los libros de las Escrituras, particularmente los Salmos y la Epístola a los Romanos. Este trabajo rutinario tendría un gran impacto en su teología, ya que condujo a dos cambios importantes en su pensamiento entre 1512 y 1517. Primero, cambió de opinión sobre la naturaleza del pecado y el bautismo. Le habían enseñado que el pecado era un hongo, similar a un pedazo de yesca. La implicación era que el pecado era una debilidad que debía ser tratada a través de los sacramentos. En cierto sentido, tal comprensión del pecado significaba que el bautismo se entendía como una especie de atenuación del problema o una solución temporal. Una vez que el pecado mostraba su fea cara en la vida del sujeto después de haber sido bautizado, entonces era necesario un tratamiento moral adicional en la forma de los otros sacramentos. Lutero, sin embargo, se convenció de que el pecado significaba que los seres humanos estaban moralmente muertos. Exploraremos esto con más detalle en los capítulos posteriores, pero el punto clave para tener en cuenta aquí es que este cambio de pensamiento surgió a través de su lucha con la enseñanza de los Salmos y con el apóstol Pablo. Estas labores de exégesis intensificaron su comprensión de la gravedad del pecado: los pecadores ya no eran altamente defectuosos; estaban muertos. El pecado es un problema de raíz. Define a los seres humanos ante Dios de una manera profunda y radical. Y eso tiene todo tipo de implicaciones sobre cómo deben entenderse la humanidad caída y la salvación.
Una implicación inmediata es que la comprensión del bautismo necesita ser cambiada: el bautismo ya no puede ser simplemente una atenuación de la debilidad y las tendencias pecaminosas. Si el pecador está muerto, entonces necesita más que limpieza o incluso sanación; él necesita ser resucitado. Por lo tanto, Lutero pasó de ver el bautismo como algo que indicaba principalmente un lavado o una limpieza, a algo que representaba la muerte y la resurrección.
Esto apunta al segundo cambio que esta alteración en el bautismo y el pecado requería: una reevaluación crítica del camino de la salvación que Lutero había aprendido de la mano de sus maestros medievales. Lutero fue educado en lo que los eruditos posteriores han llegado a denominar la vía moderna , o “ camino moderno ”. Esta tradición de teología está estrechamente relacionada con teólogos de fines del Medioevo como Guillermo de Occam (1288-1347) y Gabriel Biel (hacia 1420-1495). Este último fue particularmente importante para Lutero ya que tendría que estudiar y dar conferencias sobre el texto fundamental de Biel: El Canon de la Misa (1488). Básicamente, Biel entendió a Dios como completamente trascendente y soberano, capaz de hacer cualquier cosa que eligiera, con la excepción de contradecirse lógicamente a Sí mismo. Entonces, por ejemplo, Él podría hacer un mundo donde los seres humanos tengan cuatro piernas, pero no podría hacer un mundo donde los triángulos tengan cuatro lados. Esto es lo que los teólogos medievales generalmente llaman el poder absoluto de Dios.
Sin embargo, el mundo es estable, contiene una cantidad finita de objetos y, por lo tanto, es testigo del hecho de que el poder absoluto de Dios no se ejecuta completamente. Por consiguiente, los teólogos medievales postularon que Dios también tiene un poder ordenado , un conjunto finito de posibilidades que Dios realmente ha decidido realizar. Biel aplicó esto al campo de la salvación: Dios puede exigir la perfección a los seres humanos antes de darles gracia, pero, de hecho, ha condescendido por medio de un pactum (o pacto) para dar gracia a “aquel que hace lo que está en sí mismo”, una traducción literal de la primera parte de la frase latina, facienti quod in se est, Deus gratiam non denegat.
Este concepto parece en principio ser muy útil. En respuesta a la pregunta de Lutero, ¿cómo puedo ser recto ante un Dios justo?, uno podría responder: “Haz lo que esté en ti”, es decir, haz tu mejor esfuerzo. También debemos notar que la comprensión subyacente de lo que hace que un ser humano sea justo ante Dios se desplaza en este sistema de ser una cualidad intrínseca en el cristiano (justicia real e intrínseca) a la declaración externa de Dios: estoy bien con Dios no porque mis obras son, en sí mismas, dignas de su favor, sino porque ha decidido considerarlas así. Ese concepto tendría una profunda influencia en Lutero y proporcionaría la base para su posterior comprensión protestante de la justificación. 6
El problema pastoral generado por esta idea del pactum, por supuesto, es que saber cómo y cuándo uno ha hecho su mejor esfuerzo se convierte entonces en un asunto altamente subjetivo y, en la experiencia de Lutero en el claustro, uno cada vez más aterrador: cuanto más Lutero se ejercitaba en las buenas obras, más se convencía de que había fallado catastróficamente en cumplir la condición mínima del pactum. Esta situación empeoró mucho, naturalmente, cuando Lutero llegó a identificar el pecado como la muerte. ¿Cómo puede una persona muerta hacer su mejor esfuerzo? Esto llevó al que sería tal vez el paso más importante en el pensamiento de Lutero, que es detectable en sus conferencias sobre Romanos durante 1515-1516: Lutero llegó a identificar la condición del pactum como la humildad, la desesperanza absoluta en uno mismo como una condición para arrojarse por completo y sin reserva a la misericordia de Dios. Esta idea crucial preparó el camino para su posterior comprensión de la condición necesaria como la fe, la confianza en Dios, un concepto muy relacionado con esta comprensión anterior de la humildad.
La controversia de las indulgencias
Mientras Lutero estaba experimentando esta transformación teológica, los eventos en el contexto general europeo conspiraban para llevarlo a un público mucho más grande del que cabía en la sala de conferencias de la Universidad de Wittenberg o la iglesia parroquial. El papa León X (1475-1521) presidía una iglesia romana que había agotado sus finanzas en guerras y luego en el proyecto masivo de construcción de San Pedro y el Vaticano. Después, en las tierras alemanas al norte, un clérigo ambicioso, Alberto de Brandeburgo (1490-1545), buscaba agregar un tercer obispado a su cuenta. Los obispados generaban ingresos y, por lo tanto, eran deseables; pero la ley canónica de la iglesia impedía que alguien sostuviera tres simultáneamente sin una licencia del papa. Por lo tanto, hubo una feliz confluencia de intereses en este punto entre las necesidades financieras del papado y las aspiraciones eclesiásticas de Alberto. En resumen, el papa le concedió permiso a Alberto para tomar el tercer obispado, y Alberto le pagó al papa una buena suma por el privilegio. Para financiar el acuerdo, Alberto tomó prestada una importante cantidad de dinero del banco Fuggers, y el papa permitió a Alberto establecer una indulgencia, la mitad de cuyas ganancias podrían utilizarse para pagar el préstamo, y la otra mitad iría directamente a las arcas papales.
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