Joaquín Viloria De la Hoz - Un conde nórdico en el Caribe:

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El conde Federico Tomás de Adlercreutz nació en Finlandia, en el seno de una antigua familia de la nobleza escandinava. Tuvo una educación esmerada y llegó a ser edecán del rey y diplomático sobresaliente. Por problemas financieros se vio obligado a dejar Suecia, su patria, a finales de 1819. Viajó a Londres, donde se enroló en la Legión Irlandesa y una vez en América se integró al ejército Libertador. Adlercreutz permaneció en América cerca de tres décadas, entre 1820 y 1849, y no hay duda que con su presencia se fortalecieron las relaciones de Suecia con las repúblicas suramericanas de Colombia, Venezuela y Ecuador. Esta edición bilingüe se publica el año 2020, cuando se conmemora el Bicentenario de la Independencia de la provincia de Santa Marta, así como los 200 años de la llegada del conde Adlercreutz al Caribe grancolombiano.

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Los habitantes de Colombia son de numerosos colores. Hay españoles, indios, mulatos, negros, mestizos y una raza llamada de zambos, de origen africano e indígena […] El carácter del pueblo presenta menos impetuosidad y pasiones violentas que el del español. Su civilización es todavía muy inferior a la de los europeos, lo cual proviene más de falta de educación que factores de la naturaleza. El gusto del pueblo parece inclinado a las ocupaciones de paz (p. 3).

Otro de los suecos grancolombianos fue Carl Ulric von Hauswoff, quien en 1820 emprendió una gira por las costas de Venezuela, Colombia y Panamá. Al año siguiente llegó a la Cartagena recién libertada, en cuyas batallas decisivas participó su compatriota Adlercreutz, y al tener conocimiento de la fiebre de oro que se vivía en diferentes provincias andinas, se encaminó a Antioquia en donde consiguió la concesión de una mina. Con este documento viajó a Londres en 1823, en donde consiguió el respaldo económico de los banqueros judíos B.A. Goldsmith & Co. Luego viajó a Suecia en donde se casó con María von Greiff, reclutó algunos técnicos como el joven ingeniero Pedro Nisser y organizó la expedición del barco mercantil sueco Cristóbal Colón. En su viaje a Colombia en 1825, el Cristóbal Colón contó entre sus oficiales con Carlos Augusto Gosselman, teniente de la Armada sueca (Paulin, 1952, Mörner, 1961, Tisnés, 1983).

Al arribar a Cartagena, Gosselman se alojó en una casa colonial perteneciente a Domingo Díaz Granados Paniza, cuñado de Adlercreutz. Sin duda, el Conde le consiguió este alojamiento a su compatriota durante su estadía en Cartagena. Gosselman era un oficial de gran cultura, que durante dos años recorrió el país, observó sus paisajes, su gobierno, su economía y sus costumbres, plasmándolo todo en su libro Viaje por Colombia 1825 y 1826.

A diferencia del informe de Lorich, el libro de Golsselman está plagado de comentarios racistas sobre los colombianos. En palabras de Hans E. Skold, embajador de Suecia en Colombia en 1979:

Gosselman llegó a Colombia saturado de prejuicios […] Con gran largueza y muchas veces con tendencias racistas critica este forastero de las afueras de Europa Septentrional, condiciones y comportamientos que no le parecen conforme a su fondo de realismo nórdico y luteranismo frío. (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).

Gosselman no andaba en vueltas para tildar de perezosos a los colombianos y a los negros de indolentes:

Puedo decir con razón que los colombianos durante la mitad del año tienen días de fiesta y el otro medio año no hacen nada (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).

Pero el autor parece encontrar una explicación determinista a esta pereza generalizada: “Quizás el clima ayude a que así sea… Es difícil hacerse a la idea de un día de este estilo. Es como estar rodeado de una gran masa de gas que ilumina y llena todo con su deslumbrante luminosidad” (Gosselman, 1981, pp. 9 y 38).

Más allá de su incomprensión por las costumbres colombianas, el libro de Gosselman es una crónica de gran interés histórico, escrita en el estilo característico de los viajeros europeos del siglo XIX. En la medida en que fue conociendo el país, sus comentarios se hicieron más benévolos: argumentó que las tierras de Colombia no solo eran aptas para producir frutos tropicales, o explotar el oro y la plata, si no que también, en sus regiones montañosas, se podían cultivar los productos de clima templado, o impulsar una industrialización adecuada “capaz de satisfacer sus necesidades sin requerir de la ayuda extranjera” (Gosselman, 1981, p. 320).

Mientras Gosselman recorría Colombia y se dedicaba a observar detalladamente su geografía, sus instituciones o su economía, los otros suecos que llegaron con él se instalaron en Medellín, con la intención de sacar algunos gramos de oro de las minas que habían adquirido. Además de Hauswolff y su esposa María de Greiff, la pequeña colonia sueca en Antioquia la integraban Pedro Nisser, el capitán Carlos de Greiff (De Greiff, 1995), cuñado de Hauswolff, Luisa Faxe (esposa de Carlos), el químico Plageman, el herrero Zimmerman y una criada. La baja producción de la mina generó tensiones entre los suecos radicados en Antioquia, sobre todo entre Hauswolff y de Greiff. Hauswolff decidió regresar a Europa en 1831 para buscar nuevos recursos para sus proyectos, por lo que viajó a Cartagena y allí se embarcó rumbo a Estados Unidos y Europa. Ante una avería de la embarcación en que viajaban debieron desembarcar en Jamaica, en donde Hauswolff se encontró con su compatriota Adlercreutz y demás militares que habían sido expulsados de Cartagena, después de la muerte de Bolívar. Finalmente, Hauswolff prosiguió su viaje a Europa, pero ni en Suecia ni en Finlandia consiguió recursos para su empresa minera.

Ante el fracaso de la empresa minera de Hauswolff, las familias Nisser y de Greiff empezaron trabajos en una pequeña mina, y para conseguir el capital que la pusiera en funcionamiento, Pedro Nisser escribió un pequeño libro sobre la mina y viajó a Londres para promocionar su proyecto. En esa ciudad emitió acciones de la empresa que llamó “Río Anorí Gold Stream Works Company”, la cual tuvo una buena acogida en principio. Desafortunadamente, el entusiasmo y los consejos de Nisser no fueron de mucha utilidad, al comprobar que la mina no tenía las riquezas esperadas (Paulin, 1952; Nisser, 1990). Se debe destacar que, aunque Adlercreutz le daba gran acogida a sus compatriotas que pasaban por Cartagena, varios de los cuales se establecieron en Antioquia, nunca participó en las empresas mineras que los suecos tuvieron en esa provincia andina. Se podría plantear que Adlercreutz no fue un hombre de mentalidad empresarial o mercantil: mientras otros suecos y extranjeros en general buscaban oportunidades de negocio en la minería, en la venta de armamento a los patriotas o en el comercio en general, este conde sueco nunca le apuntó a tales actividades.

Otro de sus amigos fue el comerciante alemán Juan Bernardo Elbers, quien desde muy joven llegó al Caribe, y se instaló inicialmente en la isla sueca de San Bartolmé, desde donde despachaba armas, pertrechos, pólvora y demás mercancías a los patriotas colombo-venezolanos. Luego de ganada la Independencia de estas colonias, el gobierno colombiano recompensó con contratos y monopolios a varios de los comerciantes que habían colaborado con el Ejército Libertador. Fue así como en 1823 el Congreso de la República y el gobierno del vicepresidente Francisco de Paula Santander le otorgaron a Juan Bernardo Elbers el privilegio de la navegación a vapor por el río Magdalena. A Elbers se le confirió el permiso y la exclusividad por veinte años de transportar carga y pasajeros por el río Magdalena en vapores fluviales. Este privilegio solo duró seis años, pues en 1829 el presidente Simón Bolívar revocó el privilegio de navegación que había sido concedido el vicepresidente Santander a Elbers (Viloria, 2002). Se sabe de la amistad y consideración que Elbers tenía por Adlercreutz, pues en 1824 el primero le escribió al vicepresidente Santander solicitando “justicia” para que el gobierno colombiano cancelara sus deudas con el coronel sueco.

Por Colombia también pasaron otros suecos como el pintor y grabador Leonard Henrik Roos af Hjelmsater, quien estuvo en Cartagena y Mompox (1825-1827), y el joven oficial Eric Jacobo Fahlmark, que llegó a Cartagena en 1826 a bordo de uno de los buques de guerra suecos vendidos a la Gran Colombia (ver sección correspondiente), y luego fue empleado como geodesta por el gobierno colombiano, para hacer trabajos en el istmo de Panamá entre 1828 y 1829 (Gosselman, 1981, Paulin, 1952). De todos los suecos residentes en Colombia en este período, solo Carl Segismund von Greiff dejó descendencia en el país, siendo los más conocidos el poeta León de Greiff y el musicólogo Otto de Greiff. Por su parte, de los siete hijos de Adlercreutz y Pepa, uno murió recién nacido, tres murieron solteros en Venezuela y los otros tres se radicaron en Suecia, donde dejaron descendencia.

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