TRAVESÍA DEL MANGLAR
COLECCIÓN AMÉRICA
TRAVESÍA DEL MANGLAR
Título original:
LA TRAVERSÉE DE LA MANGROVE
© Éditions Mercure de France, 1989
Primera edición, 2020
D.R. © 2020, Maryse Condé
D.R. © 2020, Ana Inés Fernández, por la traducción
Director de la colección: Emiliano Becerril Silva
Diseño de portada: Elizabeth Builes
Formación: Lucero Vázquez
D.R. © 2020, Elefanta del Sur, S.A. de C.V.
Tamaulipas 104 interior 3,
Col. Hipódromo de la Condesa
C.P. 06170, Ciudad de México
imailiano@gmail.com
www.elefantaeditorial.com @ElefantaEditor elefanta_editorial
ISBN LIBRO IMPRESO: 978-607-9321-73-4
ISBN EBOOK: 978-607-9321-77-2
Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores.
MARYSE CONDÉ
TRADUCCIÓN: ANA INÉS FERNÁNDEZ
Prólogo a la traducción PRÓLOGO A LA TRADUCCIÓN TRADUCIR TRADUCIR ES DECIR ALGO YA DICHO EN OTRO CÓDIGO. TRAducir es traicionar. Traducir es transmitir culturas. Transvasar. Llevar de un lugar a otro. Traducir es todos esos lugares comunes. Sí. Pero es también una forma de vida. Es leer con otros ojos. Es buscar. Contar historias ajenas que no pueden quedarse sin contar en nuestra lengua. Traducir es jugar con nuestras herramientas lingüísticas. Tratar de dominarlas. No poder nunca. Poder sólo a veces. Es interpretar. Ver desde otro punto de vista. Conservar el punto de vista primigenio. Traducir es estar en los márgenes y estar en el medio. Traducir es ser árbitro. Juez y parte. Traducir es decirse y contradecirse. Traducir es pensar.
El sereno
La noche
Moïse, el cartero, llamado “el Zancudo”
Mira
Aristide
Doña Sonson
Joby
Dinah
Sonny
Loulou
Sylvestre Ramsaran
Léocadie Timothée
Cyrille, el cuentacuentos
Rosa, la madre de Vilma
Carmélien
Vilma
Désinor, el haitiano
Dodose Pélagie
Lucien Évariste
Mira
Émile Étienne, el historiador
Xantippe
El antedía
Glosarios
RIVIÈRE AU SEL
PRÓLOGO A LA TRADUCCIÓN
TRADUCIR
TRADUCIR ES DECIR ALGO YA DICHO EN OTRO CÓDIGO. TRAducir es traicionar. Traducir es transmitir culturas. Transvasar. Llevar de un lugar a otro. Traducir es todos esos lugares comunes. Sí. Pero es también una forma de vida. Es leer con otros ojos. Es buscar. Contar historias ajenas que no pueden quedarse sin contar en nuestra lengua. Traducir es jugar con nuestras herramientas lingüísticas. Tratar de dominarlas. No poder nunca. Poder sólo a veces. Es interpretar. Ver desde otro punto de vista. Conservar el punto de vista primigenio. Traducir es estar en los márgenes y estar en el medio. Traducir es ser árbitro. Juez y parte. Traducir es decirse y contradecirse. Traducir es pensar.
La semilla de este proceso de traducción está en una clase de literatura francófona entre los años de 2012 y 2013. Como traductora, reconocer que hay otras latitudes francófonas fuera de Francia es un hallazgo y un alivio enorme: se puede traducir literatura en ciertos sentidos más cercana a nuestro bagaje histórico y, sobre todo, se pueden traducir otros relatos que por lo general son desdeñados en el mundo editorial; se pueden recrear discursos marginados que muchas veces no caben en los discursos occidentalizados que más tendemos a recrear porque son los que se leen, porque son los que se venden, porque son los que tienen fama y denotan mundo. Los discursos y relatos del Caribe francófono muestran otra visión del mundo que quizá no estemos acostumbrados a leer, pero que, al final, resulta tan universal como cualquiera.
Travesía del manglar es la única novela de Maryse Condé que se sitúa enteramente en su tierra natal, la Guadalupe, ese archipiélago minúsculo en las Antillas Menores bastante desconocido para el mundo. Muy cercana geográficamente al continente americano y a otras islas caribeñas, Guadalupe está mejor conectada en todos sentidos con Francia: es más fácil volar de Pointe-à-Pitre a París que a otros lugares del Caribe. Guadalupe es un pueblo lleno de contradicciones que en gran parte se deben a no haberse desprendido nunca de su metrópoli, a haber pactado —junto con Martinica, isla vecina y hermana— su adhesión voluntaria a Francia como territorio de ultramar, en lugar de sumarse a la ola de independencias de mediados del siglo XX que les habría correspondido. A cambio del trauma de no haber logrado parir su revolución, como dice uno de los personajes de la novela, Guadalupe y Martinica tienen niveles de vida más parecidos a los europeos que a los caribeños, usan euros y gozan de una estabilidad económica asegurada por Francia que no podrían siquiera soñar sus vecinos del Caribe o, incluso, muchos del continente.
La historia se desarrolla a lo largo de una noche de velorio. Los habitantes de Rivière au Sel velan al extranero de aquel pueblo ficticio y, mientras los hombres beben y las mujeres rezan, cada personaje le dedica al muerto un fragmento de sus pensamientos. A cada lector le corresponde armar el rompecabezas de la vida de aquel extraño que yace muerto en la hierba; al que sólo podemos conocer por lo que cuentan los demás personajes. Con el pretexto del velorio y del muerto en el que hay que pensar, cada relato individual, además, cuenta su propia historia y la de su familia, la de su pueblo, la de su cultura. La multiplicidad de visiones que no permite una verdad única y completa dentro de la novela se corresponde muy bien con la propia visión que Condé tiene de su tierra natal: un mosaico de sentimientos encontrados con el que difícilmente ha logrado sentirse en paz durante toda su vida.
Traduzco Travesía del manglar, en primer lugar, porque al llegar al punto final de la novela original, no pude pensar que mi lectura se detendría ahí, en esa actividad relativamente pasiva. Es entonces cuando la vocación adormecida te indica el resto: traduce este texto. Y sin que nadie te lo pida y sin saber muy bien por qué o para qué —mucho menos, para quién— empiezas a rayonear algunas frases, a buscar palabras en el diccionario, a jugar con los juegos que ya existen dentro. Es mucho después, cuando ya el trabajo se vuelve recurrente y, digamos, serio, que te das cuenta de que no se puede quedar en esa pulsión primera, en esa necesidad casi física, y que hay que armarlo, proponerlo, publicarlo para que, quizá, algún otro hablante de tu lengua pueda experimentar una sensación similar.
Pienso sobre todo en el público hispano inmediato, el mexicano, y considero que Travesía del manglar puede traerle una visión del mundo que no conoce, la de una islita francófona en el Caribe con un estatus políticoadministrativo muy particular; pero el lector también puede identificarse con sus personajes, tan guadalupeños y tan universales al mismo tiempo, que sienten vivir un exilio permanente por los resabios de la esclavitud, que siguen teniendo una marcada diferenciación racial directamente relacionada con la brecha de clases, que aman y odian, rezan y beben, nacen y mueren. Pero más allá de la historia de la novela, es el uso de la lengua lo que me indicó la necesidad de traducirla: Condé tiene un estilo particular que en esta obra prevalece sobre la trama del relato, escribe con un lirismo que puede oírse en la lectura, encadena las frases de manera compleja, musical, rítmica, a veces repetitiva, y sume al lector en una cadencia ajena pero comprensible. No podría decir que es un lirismo caribeño sino, como suele decir la propia autora, condiano.
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