Los frutos del árbol eran unas vainas. Al ir madurando se oscurecían, se endurecían y finalmente las cáscaras se abrían. Algunas de esas cáscaras que caían al suelo quedaban tal cual como canoítas que podías poner sobre un charco y, con un empujoncito, verlas navegar plácidamente. Las semillas venían dentro de las vainas. Algunas desde las alturas se iban desprendiendo una vez que la cáscara se abría o caía al suelo. Otras caían completas pero ya abiertas, y entonces las semillas comenzaban también a desperdigarse.
Eran semillas sumamente simpáticas: muy planas y rodeadas de una membrana fina y transparente que hacía las veces de ala. Y es que estaban inteligentemente diseñadas para que el viento las agarrara y se las llevara lejos, muy lejos. Estas semillas son las de la portada de este libro.
¿Y cómo se llamaba el árbol? ¿Cuál era su género y su especie? ¡Ni idea! Jamás me vi en la necesidad de saber qué lugar ocupaba entre los árboles del mundo. Pero un buen día, a los 49 años, me entraron de repente unas ganas incontenibles de saberlo... Resultó ser un tulipanero africano o galeana, con el nombre científico de Spathodea campanulata. Los franceses lo llaman tulipier du Gabon. Sí, un árbol que venía de África...
¿Y qué hacía en México, en Guadalajara, afuera de mi casa de niño? ¿Será que estas semillas se toman muy en serio su vocación voladora? ¿Será que a esta especie arbórea le llegó la globalización antes que a la especie humana? Son sólo preguntas que quedan como hipótesis de trabajo, porque el caso permanece abierto...
Un dato curioso más: La Spathodea campanulata está clasificada entre las cien especies más peligrosas para la biodiversidad del planeta. Es una lista que no sólo incluye plantas sino también microorganismos y animales. ¿Y cuál será su peligrosidad? Quien quiera más detalles, puede buscar la Global Invasive Species Database que fue desarrollada por el Invasive Species Specialist Group de la Species Survival Commission de la International Union for Conservation of Nature.
¿O será que esta entidad clasificadora se habrá percatado de los altos niveles de estrés que este árbol puede causar en pobres niños que comienzan a dar tímidamente sus primeros pasos en el arte de barrer calles?
¡Ya es hora de ir al grano!
A Jesús de Nazaret el concepto de semilla se le volvió esencial a la hora de hablar de su Reino:
“Salió un sembrador a sembrar su simiente [...], una parte cayó a lo largo del camino [...], otra cayó sobre piedra [...], otra cayó en medio de abrojos [...] y otra cayó en tierra buena.” (Lc 8, 5-8)
“El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo.” (Mc 4, 26-27)
“El Reino de Dios [...] es como una semilla de mostaza que [...] es más pequeña que cualquier semilla [...] pero una vez sembrada [...] echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.” (Mc. 4, 30-32)
“El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue.” (Mt 13, 25)
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.” (Jn 12, 24)
Así que está claro que Jesús sabía mucho de semillas. Al fin y al cabo, en cuanto Verbo de Dios, “sin Él no se hizo nada de cuanto existe” (Jn 1, 3); y en cuanto verdadero hombre podemos imaginarlo de niño haciendo muchas preguntas a José y a María: “¿Por qué crecen las semillas?, ¿qué tienen dentro?, ¿por qué la semilla de mostaza es tan chiquita?, ¿por qué la de aguacate es tan grandota?, ¿por qué un frijolito puede crecer en un algodón?”...
No me consta que en las escuelas judías del primer siglo los profesores dejaban de tarea el experimento clásico de sembrar un frijolito en un frasco con algodón, y tampoco me consta que en los tiempos de Jesús se comía ya guacamole... Sólo estábamos imaginando. De lo que sí podemos estar seguros es que el Jesús niño, adolescente, joven y adulto dedicó horas y horas para analizar y contemplar todo tipo de semillas, entre divertido, curioso y emocionado.
Cada ejemplar de este libro quiere ser una vaina de Spathodea campanulata que, a su debido tiempo, abra su cáscara y esparza sus semillas, o sea, sus 40 reflexiones –número modesto si lo comparamos con las quinientas que una vaina del árbol suele contener–. Cada reflexión quiere ser una semilla voladora de evangelio que, llevada lejos y más lejos por todo tipo de viento, pueda finalmente caer en un rincón de tierra buena de algún corazón humano.
Es cierto que algunas semillas se perderán o caerán en terreno pedregoso o entre las espinas de “las preocupaciones del siglo”, o podrán quedar dormidas por décadas o siglos, pero confío plenamente en que, tarde o temprano, gracias al sembrador Jesús, alguna caerá en tierra buena.
Y si alguna vez una de estas semillas llegara a caer en el corazón de un ciudadano de Gabón, entonces habré devuelto, al menos un poco, el favor de quien tal vez, hace siglos, agarró unas semillas de Spathodea campanulata y se las trajo a México, hasta que finalmente una de ellas cayó afuera de mi casa de niño...
Si cualquiera de estas reflexiones ayuda a una sola alma a conocer y a amar más a Jesús; a abrirse al misterio de la vida con entusiasmo; a crecer en fe, esperanza y caridad; a lanzarse a cambiar el mundo desde su trinchera; a amar más a Dios y al prójimo, este pequeño esfuerzo llamado Semillitas vuelasiglos habrá valido la pena.
Lanzo, pues, estas semillas, en nombre de Jesús, no sólo hacia los 32 rumbos posibles de la rosa de los vientos, sino también hacia aquellos vientos misteriosos capaces de cruzar generaciones y siglos...
El autor
La flecha se dirige al tronco del árbol original como lucía el 20 de octubre de 1974, día de la Primera Comunión de las dos hermanas mayores del autor; éste último por esas fechas seguía siendo alumno del Jardín de Niños Don Bosco.
Dedicatoria
A Jesús sembrador,
...un 24 de enero de 1970 –unido a su Padre y al Espíritu Santo– sembró en mi alma de bebé tres semillitas: fe, esperanza y caridad;
...un buen día me llamó y un 13 de junio de 1988 me puse a seguirlo;
...no para de enseñarme con su estilo, a ser sembrador de pequeñas semillas de su Evangelio...
Agradecimientos
A mis abuelitos paternos:
Donato Arturo Guerra Izquierdo (23 de octubre de 1903-20 de abril de 1980)
Médico cirujano y partero que yo conocí ya retirado, algo enfermo y con una barba blanca. En ocasiones solemnes declamaba con voz grave y pausada poemas chistosos. Solíamos cada domingo visitar a mis abuelitos. Para saludarlo a él subíamos las escaleras, entrábamos a su habitación y le dábamos un beso en la mano (de refilón alcancé esa época de la Guadalajara clásica). Tengo un recuerdo, borroso y claro a la vez, de una ocasión en la que me regaló un cochecito rojo de juguete. Mi abuelito murió cuando yo tenía 10 años.
Читать дальше