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Cenan los tres juntos, en familia, como lo hacen siempre, lo que no sucede siempre es la cena, pero está vez Dios ayudó, el cartón fue vendido y la cena fue comprada, por eso está ahí, frente a ellos. Néstor Ibarguren bendice los alimentos, Eva y Matías cierran los ojos y agradecen con él, una noche afortunada para ellos, no siempre sucede, y cuando sucede hay que bendecir, para que se repita, para poder cenar mañana, y pasado, y no vale la pena pensar más, el futuro es para ellos inmediato, cortoplacista, pensar más allá de uno o dos días es una tontería, no se pude planificar nada cuando es nada lo que se tiene, cuando se vive en la marginalidad, cuando la vida es solo suburbio, cuando la pobreza te invade e invade a tus hijos y te avergüenza decirles que no, que no hay plata, que no hay juguetes, que no hay ropa nueva, que, tristeza de tristezas, vergüenzas de vergüenzas, no hay comida. Néstor agradece el hoy, su alimento de esta noche, mañana se verá, y piensa en su padre, en su madre, en su infancia, tan distinta, tan digna, tan feliz, y llora por no poder darle a su hijo el mismo presente, asegurarle un destino próspero, se indigna y se avergüenza de su fracaso. Piensa en papá trabajando en la fábrica, en mamá cocinando la cena cada noche, en sus meriendas de la tarde, sus cafés con leches, sus galletitas. Piensa en papá volviendo cansado del trabajo, cansado pero con la frente en alto, lleno de dignidad obrera, mucho antes del colapso, del cierre de la fábrica, de las nulas explicaciones, de los patrones fugándose con todo, del desempleo masivo, del banco rematando la casita de Flores, de la mudanza a Villa Severino, de las primeras noches sin cena, del abandono de la lucha, del alcohol entrando en la vida de papá, de mamá encaneciendo, llenándose de arrugas. Piensa en la brutal caída de su familia en la marginalidad, en los milicos controlando todo, en los obreros con la boca cerrada y los bolsillos vacíos, y en las panzas que comienzan a crujir pidiendo alimentos. Piensa Néstor en Villa Severino, que crece con sus casitas de chapa y cartón, en la entrada de las drogas, en los transas reventando a tiros al que se atreviera a cuestionarlos. Mientras, la democracia mostraba su lado más obsceno, el presidente de turno en Ferraris, sus bailes con odaliscas, y toda la corrupción pornográfica. Y entre tanta mierda asomaba la vida. El amor de Eva que se llamaba como aquella que mamá tanto admiraba. Eva, oriunda de Merlo, pero que llevaba muchos años viviendo en Severino, entregándole su amor, y su hombro trabajador. Y la llegada de Matías, el hijo buscado. Ese hijo por el cual Néstor comienza a pensar que la lucha vale la pena, la pelea por él, por ella, por los tres juntos. Nada podría detener ese amor. Hay que salir a la calle y revolver la basura de la ciudad capital, ostentosa y soberbia, prejuiciosa y agrandada. Para llegar al presente de hoy, a la cena de esta noche, a estos fideos con tuco que saben a la gloria del hambre sosegada, y mañana, mañana se verá, por ahora Néstor se limita a agradecerle a Dios por la simple felicidad de este momento. Cenan en familia, sirenas policiales se escuchan en el entorno, otra vez la bonaerense entrando a Severino, algún transa se olvidó seguramente, y valga la paradoja, de transar con ellos, irán presos o algún gatillo fácil les recordará la gravedad de su olvido.
Néstor cierra sus oídos al ruido ajeno, externo, siempre amenazante. Acaricia con su mano derecha la cabeza de su hijo, mientras su muñón izquierdo permanece impasible e inútil en su regazo. Fatalidades que pasan.
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Deambuló por quién sabe dónde toda la tarde, es de noche cuando llega a su casa. Se desnuda, se mete en la ducha, el agua limpia la gaseosa pegoteada en su pelo, el jabón elimina las escupidas secas en su rostro, sigue viajando mientras se enjabona, recuerda. Recordar le evita el presente, y el presente es un sinsentido, ni siquiera es sufrimiento, es aún peor, es la nada, es el nihilismo, el desierto que avanza y no se detiene, y el viaje la aleja, la evade de ese lugar, la remonta a sus años felices, cuando tenía amigos, cuando creía en la lucha, cuando peleaba por un mundo mejor, recuerda las charlas, los debates políticos, las peleas dentro de la militancia, las lecturas, recuerda a Marx, a Gramsci, a Fanón. Pero el viaje deriva al lado oscuro, el trip la lleva a donde no quiere volver: recuerda el 20 de junio de 1972, recuerda el quiebre, su desazón, su derrape, cuando la decepción cambió la militancia por la adicción, las drogas entrando en su vida, el ácido en exceso que le evitaba sentir la tristeza que le invadía el alma, la traición del viejo, la inutilidad de tanta lucha, “luche y vuelva” decía la consigna, y ¿para qué? Para que nos cague, para que nos dé la espalda, para poner al Brujo al frente de todo, era demasiado, era inaguantable, era el final del credo, de la fe, de la militancia. El ácido borraba el mal recuerdo, el sexo libre, el descompromiso, el hipismo sinsentido, la paz como símbolo pero no como pelea. Era la muerte de los sueños, el nacimiento de las drogas alucinógenas, que ilusionaban con una realidad menos deprimente, menos dolorosa, a la mierda el viejo, a la mierda la JP, a la mierda los sueños de construir la patria socialista. El ácido era su nueva fe, su nueva militancia, borraba de ella la tristeza, la hacía soñar, todo iría bien. Pero el nuevo sueño moriría también, comenzaría los viajes malos, los trips oscuros, la decadencia alucinógena, sus cuadros en el fuego, sus poemas en la basura, su dejadez, su locura, su estado de ausencia. Miriam González se termina de bañar, una sonrisa acompaña su rostro, siempre está allí, una sonrisa vacua, una sonrisa de quien ya no está dentro de la realidad, de quien ya hace muchos años se resignó a sobrevivir mientras la vida pasa por su lado.
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Madrugada cerrada, oscura, calurosa, bochornosa; esta última palabra es el adjetivo que mejor califica a la noche, el bochorno que comenzó justo a las dos de la mañana, cuando la puerta se abrió, en forma lenta, terrorífica, y la sombra de su abuelo se expandió por su habitación, amenazante, ladrona de su niñez, de su inocencia, que estaba rota, que nunca volvería. Cierra los ojos, conoce bien el ritual, siempre es el mismo: abuelito se sienta en su cama, abuelito le acaricia el pelo rubio, espléndido, abuelito sonríe, abuelito baja su mano izquierda, la derecha no, abuelito la tiene ocupada con otras cosas, igual de urgentes, igual de necesarias, y abuelito acelera su mano invasora sobre ella, llega a su cola, la aprieta, le hace doler, sus dedos invaden su privacidad, su femineidad en latencia, en desarrollo, que no llegará plena, por el robo, por el hurto deshonesto de su libertad, abuelito mueve sus dedos, la penetra, por delante, por detrás, el dolor la invade, cierra con mayor fuerza los ojos, sabe que soñar no la sacará de la pesadilla, la realidad es insoportable, pero no hay evasión, hay dolor, hay angustia, insuperable, incorregible, pero cierra igual los ojos, retiene el llanto, falta poco, lo sabe, es hasta que ese líquido blanco, viscoso, horrible, salga del pito del abuelo, ahí parará todo, abuelito se irá, ella dormirá otra vez, sobrevivirá una noche más, queriendo morir, queriendo escapar, pero sabe que no lo logrará, está plantificada en la tierra, en su realidad tan espantosa, en su niñez de mierda, siente el gemido de su abuelito, señal de que el líquido emanó de su pito, todo terminó, el terror quedó atrás, será hasta mañana, o pasado mañana o, en todo caso, hasta demasiado pronto, cuando recomience el ciclo, cuando la puerta una vez más se habrá, en la noche oscura, calurosa, bochornosa, y ella, cerrando los ojos, soporte una embestida más de su abuelo. Abuelito se levanta y se va, ella abre los ojos, ve su sombra alejarse, abuelito se da vuelta, sonríe, es feliz, una cadena cuelga de su cuello, la imagen de una cruz pende de ella, es Jesús, crucificado por todos nosotros, así se lo había enseñado el padre Foris, abuelito ama a Jesús, y Jesús es hijo de Dios, ella tenía razón, bien se lo dijo a ese chico, que le gustaba tanto, que la entendía tanto, Dios no existe le había dicho esa mañana en el colegio Julieta a Agustín. Viendo lo que pasó esta noche podemos subscribir la hipótesis de la niña.
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