La doña baja del taxi, llegó a destino y está feliz, a pesar del tedio del viaje, un peroncho negro insoportable el tipo, pero en algunas cosas tiene razón, eso hay que decirlo, piensa la doña mientras fantasías húmedas recorren su entrepierna al pensar en su gran Sandro
Facundo Danti no llega a arrancar el taxi, un nuevo pasajero se sube, prende el taxímetro.
—¿Dónde lo llevo don?
—Avenida de los Triunveros y Presidente Estadounidense de la Doctrina Invasiva a América Latina
—Barrio del General Entrerriano. Conozco, soy de ahí yo, le aconsejo que no agarremos Córdoba, hay un corte, unos vagos pidiendo no sé qué, este ispa es así don, un desastre, confíe en mí, agarro un camino que en dos minutos estamos ahí.
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La entrevista no fue larga, Barcelona lo recibió con frío, pleno invierno en España. Fue casi un trámite, estaba su nuevo jefe, un catalán, bien empilchado, bastante joven, unos cuarenta años pensaba Juan Álvarez, también estaban cuatro compañeros que iba a tener. A laburar de camarero, pero por ahora, esta es la tierra de las oportunidades, a comerme Europa vine, se dice Juan Álvarez. Presentó los papeles, la doble ciudadanía, por el abuelo Braulio y la abuela Teresa, que se fueron a la Argentina en los 40´, escapando de Franco, para llegar a esta tierra de mierda, donde no hay escape de la mediocridad, gallegos brutos sus abuelos, dejar la gran Europa por ese paisito puto al sur del mundo, pero bueno, gracias a ellos no era un inmigrante, era un español más, y así se sentía, hoy es atender mesas, mañana quien te dice, mi propio bar. Nadie me para, pensaba Juan. Acá el que labura progresa, acá soy alguien, esta noche la llamo a Vanesa y le cuento que todo empezó bien, y que la extraño un montón le voy a decir, que cuando esté un poco más afianzado, y eso no va a tardar mucho, le digo que se venga, que deje la mierda argenta, que se venga al primer mundo, me caso y le doy la ciudadanía, la saco del barro, la vida me sonríe, la vida comienza hoy, nací a los veinticinco años, Europa es mi lugar. Todo eso piensa Juan, y tan absorto está en sus pensamientos que al salir del bar no escucha a su nuevo jefe, no escucha la advertencia a sus nuevos compañeros, mejor no escuchar, escuchar implica la imposibilidad de soñar despierto, la imposibilidad de la esperanza. El mensaje del patrón es claro, terminante, inquisidor:
—A este me lo vigiláis bien, que estos sudacas te roban todo apenas te dais la vuelta.
Europa recibió a Juan, está dispuesta a explotarlo hasta que ya no le sirva más, y Juan no puede estar más entusiasmado con esta idea.
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Débora Casillas se despierta, su marido, Sergio, y su hijo Agustín se fueron hace rato, ella amanece más tarde, la causa es la noche anterior, es su ojo en compota, es la vergüenza, es evitar que su hijo la vea así. Pero tiene que salir de la cama y comenzar el día. Se ducha, el agua caliente le saca la modorra de una noche demoledora, es que después de la piña, después de la brutalidad, a Sergio se le ocurrió coger, porque a Sergio le calientan estas cosas, y ahí estaba ella y su siempre dispuesta vagina, o mejor dicho, su siempre dispuesto culo, porque a Sergio después de pegar piñas le encanta romper el culo, como bien macho que es. Noche larga, se lava los dientes bajo la ducha, saca ese gusto horrible de su boca, siente aún el reflujo de la guasca de su marido, porque su marido siempre le acaba en la boca después de hacerle el orto. Todo es degradación en la vida de Débora. Sale de la ducha, en su cuarto se mira al espejo, se mira la cara, la hinchazón no es muy grande, los lentes negros pueden taparla, al menos hasta que se desinflame un poco, otro día de camuflaje será, como tantos otros que pasaron, como tantos otros que vendrán. Se mira un poco más, el espejo devuelve la imagen de una mujer derrotada. Pero Débora sigue mirándose. Se concentra, se investiga, mira su cuerpo, sus piernas, sus tetas, su culo, no estoy tan mal se dice, nada mal, y desliza una mano por sus pechos, se toca un poco, se pellizca un pezón, piensa que en un par de horas debe buscar a su hijo por el colegio, piensa que seguramente verá en la puerta a las otras madres, y sus manos aprietan sus pechos, se muerde los labios, las madres de los compañeritos de Agustín, y entre ellas Verónica Aversente, la mamá de Julieta, Verónica y su pelo rubio, y sus ojos celestes. Verónica en bikini el verano pasado cuando fueron a la quinta de los Alvear. La mano de Débora baja por su vientre, llega a su sexo, lo encuentra húmedo, o más, lo encuentra mojado, o más aún, lo encuentra empapado. Verónica, piensa Débora, Verónica y su pelo, Verónica y su culo, Verónica y sus tetas, Verónica y ella, fantasea, y se comienza a masturbar extasiada de placer.
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Franco Aversente dirige la Financiera del Plata, pero ni sombra es de su suegro. Es un peso que Franco está dispuesto a soportar, el sueldo ayuda a aceptar la humillación claro. Franco habla con uno de sus empleados, comentan el país, putean, describen la crisis, putean, uno toca el tema de la inseguridad, ambos putean. Los dos concluyen de que este es un país de mierda, que nada se puede hacer, que al que quiere progresar no lo dejan, que el Estado solo te pone obstáculos, que los impuestos son excesivos, que este es un país de vagos, que Europa es otra cosa, que Estados Unidos es otra cosa, que este fue, es y será un paisucho de negros.
— Escucha bien lo que te voy a contar. Dice Franco, sentado en su escritorio, amplio, de caoba negra, lujoso; debe ser, no lo sé bien, muy caro. - Mira compadre, acá hay que volar, el que vuela, el que es un águila, el que está por encima de la media es el que llega, el resto se queda frente a una computadora llenado datos y de ahí no sale. Haceme caso Sergio, tenés que empezar a volar, y yo te voy a dar una mano. Hablé con mi suegro, se viene un negocio, uno lindo, y quiero que vos formes parte, quiero que te unas al equipo de las águilas.
Sergio Casillas quiere disimular la emoción, no lo logra, y no importa, es su oportunidad, la chance de su vida, el éxito que sueña, ser diferente, destacarse, salir de la mediocridad, del lugar común, nació para eso, para ser diferente, para estar por encima del resto, nació para ser un águila.
—Contá conmigo Franco, decime de que se trata.
—A su tiempo amigo, a su tiempo. La vamos a levantar en pala, quedate tranquilo. ¿ Te parece si cenamos el fin de semana? Venite a casa con Débora, aprovechemos que las chicas se conocen, mientras ellas hablan de las boludeces que se compran y de la novelita que miran, mientras Juli y tu pibe juegan, nosotros hablamos de negocios, nosotros vamos a sacar a las familias adelante, cruceros, Miami, guita loca Sergio, guita loca y toda para nosotros.
Sergio sonríe, acepta la cena ¿Quién dijo esa boludez de que la vida es una herida absurda? Seguro lo dijo un negro vago, piensa Sergio.
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El colectivo la deja a unas cuadras, igual llegará a horario. Camina por el Boulevard Cuyano hacia la altura 5244, allí la espera la casa de los Alvear, porque la casa es del señor Alvear; Aversente, Franco “culo gordo” Aversente es solo un inquilino de lujo y nada más. Su día laboral dará comienzo. Toca el timbre, tardan en abrirle, el señor Pedro no debe estar, él nunca tarda en abrir, él es un caballero, todo un hombre, pero su hija no, su hija se toma todo el tiempo del mundo, total ella se rasca la argolla todo el día, piensa Eva Ibarguren, y yo la boluda cagada de calor acá afuera. Al final la mujer abre, Eva la saluda.
—Buenos d ías señora Verónica
—Buenos Días Eva.
Eva pasa, enseguida el aire acondicionado la envuelve, fresco, hermoso, hay otra vida piensa Eva, hay otras vidas, y todas son mejor que la mía.
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