—Meté un repasito general Eva, y ordenale la habitación a Juli, creo que hoy me traigo a un amiguito para que juegue, así que compra leche y unas galletitas. Me voy a correr en la cinta un rato. Después nos vemos.
La casa es enorme, el repasito general llevará unas horas, ordenarle la pieza a Juli es un oxímoron, la nena es un culto a la prolijidad, el día al parecer será tranquilo piensa Eva y comienza a trabajar.
En el gimnasio de la casa, en el subsuelo, Verónica corre sobre la cinta, cuarenta minutos se plantea, hay que mantener el físico, sino los treinta años te caen en la cabeza piensa Verónica, las tetas operadas quedan, pero mantener el culo requiere esfuerzo. Verónica corre, transpira, Eva trabaja. Eva va a la habitación de Julieta, a ordenar lo ordenado, pero bueno, la patrona es la que manda, aunque sea una estúpida siliconada. Entra a la habitación, ella se sorprende tanto como él.
—Perdón señor, no sabía que estaba acá
—No pasa nada Eva, pasá nom ás, dice Pedro. ¿ Estás muy linda hoy Evita? Te pareces a ella hoy, con el pelo rubio recogido, te falta el traje sastre nomás. Pedro sale de la habitación y le guiña un ojo a Eva, seductor como siempre. Eva se sonroja, compararla a ella con Evita, con la abandera de los humildes, ese señor sí que es un caballero, todo un hombre, piensa Eva y se olvida de lo que vio. Se olvida Eva de Pedro de espaldas, oliendo algo, se olvida Eva de Pedro escondiendo eso que olía en el bolsillo de su pantalón, se olvida de todo Eva ante la seducción de Pedro. Pero Pedro no se olvida de nada, está en su habitación, pensando, Pedro siempre piensa, espero no me haya visto, espero que esta negrita de mierda no diga nada si me vio, es lo que piensa. - - Lo espero por su bien - murmura en voz baja, mientras huele una vez más la bombacha de su nieta.
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¡Qué viajecito por dios! El soliloquio del otro, del que no coincide, del diferente. Pero el diferente también integra la Patria, piensa Daniel. Todos somos la Patria, incluso los incompatibles a uno, incluso el taxista que lo trajo a su casa. Fue un error, ahora lo sabe, el subte es más anónimo, o el colectivo, pero el taxi no, tomarse un taxi te introduce en la insoportable levedad del discurso fácil, común, la charla vulgar, el debate político asertivo, desubstanciado. Apenas subió el taxista lo arremetió, ni chances de defensa tuvo, lo arrinconó contra las cuerdas ni bien iniciado el primer raund.
—Hay un corte en Córdoba, a la altura de Juan B. Justo, le dijo el taxista. Mejor agarremos, porque el taxista lo incluía en la planificación de la ruta a tomar, agarremos, entonces le dijo, por una paralela así evitamos el corte de estos atorrantes. Déjeme a mí don, continuó el tachero, que de esta la sé lunga.
No discutió, inútil discutir con la cultura de la calle. Discépolo les mintió con la de aprender filosofía en un cafetín, filosofía se aprender estudiando, leyendo, no jugando al tute con un par de de viejos, puteando contra todo, hablando sobre todo, asegurando sobre todo. Porque la cultura de la calle no duda, ni admite que dudes de ella, porque el saber para el taxista, y para muchos como él, está ahí, en la calle, a la que cariñosamente llaman “lleca”. En la lleca todo se aprende porque la lleca todo lo enseña, y quien transita por ella se vuelve un sabio, un hombre sapiente. De todo habló el taxista, de política, de filosofía, de fútbol, y de todo sabía, y mucho. La Patria es él también, se dice Daniel García, este taxista que lo trajo a su casa es parte insustituible de la Patria, y si él, Daniel, quiere entender a la Patria va a tener que escuchar al taxista, va a tener que escuchar a todos, los cercanos a él, los lejanos a él, los buenos y los malos. Porque la Patria es de quien la ama y también de quien se queja de ella, de quien amenaza con abandonarla, de quien considera que en cualquier lugar estará mejor que allí.
Daniel prende la Notebook, escribe: La Patria es una heterogeneidad infinita, por eso es tan difícil saber bien que es. La Patria incluye todo y a todos, en ella penetran todos los discursos y todas las ideas. La Patria al incluir todo, no se diferencia de nada, al no diferenciarse de nada es todo, es un absoluto y al ser todo termina no siendo nada. Frena el tipeo, lo lee, lo marca, lo borra. La pantalla queda en blanco, Daniel también, indudablemente no siente el llamado de la Patria.
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Las cuatro y media de la tarde, dejó el carro en casa, en Villa Severino, no quiere que los compañeritos de Matías lo vean cartoneando. Néstor está ahora esperando la salida de su hijo de la escuela Media “Hernán Benítez”. Matías sale, corre sonriente hacia su padre, se abrazan y comienzan la vuelta a casa. Matías a hacer la tarea, Néstor a separar los cortones, producto del trabajo del día. Padre e hijo regresan, Eva llegará más tarde, está en la CABA, limpiándole la soberbia y la mugre, por monedas nomás. La lucha por sobrevivir. Atraviesan los basurales, las canaletas llenas de mierda, de tóxicos. El olor a podrido lastima y asquea. Pasan por la casa del Pelado Gutiérrez, transa principal, controla la merca de la zona y le vende al piberío del lugar esa basura del paco, que los mata en vida, que les anula la infancia. A eso, él, Néstor, le dijo que no. Fue hace un par de semanas, dos a lo sumo, el Pelado Gutiérrez le ofreció laburo, controlar a un par de punteritos, vigilar que se hagan bien las entregas, es que algunos pendejos se estaban tomando lo que debían vender, y el Pelado Gutiérrez es un hombre de negocios muy estricto, las mercaderías que se producen se venden, no se consumen, que él se tire unas líneas por día, vaya y pase, es parte de llevar adelante la gerencia de una empresa tan estresante como la del transa. Pero estos villeritos ya le estaban ocasionando pérdidas. Tolerancia cero con los faloperitos pobres, si quieren tomar que garpen. Al principio pibe que jodía pibe que moría, pero cargarse un par de decenas de pibes tenía sus complicaciones, algunos familiares reclamaban por sus negritos perdidos, otros no, una boca menos que alimentar pensarían. Y estaba el tema de la bonaerense, el comisario ya se lo había advertido, no podía tapar más muertes, las organizaciones de derechos humanos ya estaba empezando a romper las pelotas. Nadie pregunta por el pobre muerto, afirmaba el comisario, pero te estás zarpando Pelado, estás llamando demasiado la atención decía, no puedo cubrirte tanto las espaldas, si querés cargarte a tantos pendejos vas a tener que subir la guita, nosotros no laburamos gratis, sentenció el directivo policial. Para el Pelado Gutiérrez darle más guita a la bonaerense era inconcebible, ya le quitaban un margen muy grande de sus ganancias, el negocio así no iba a prosperar. Por eso el Pelado Gutiérrez paró con las matanzas de pibes falopa, y pensó en Néstor Ibarguren, el cartonero manco, para que le controle a los pendejos cabeza. Pero Néstor dijo no, y Néstor supo desde un primer momento que decirle que no al Pelado Gutiérrez era una gran cagada, decirle que no al Pelado Gutiérrez más temprano que tarde se pagaba. Por eso cuando Néstor pasó por la casa del Pelado Gutiérrez, transa capo de Villa Severino, tuvo un amarga sensación, sensación de peligro sí, pero hubo algo más, una sensación distinta a la del miedo, la sensación del destino inevitable, de la tragedia por venir. Sabe Néstor que metió la pata en la mierda más profunda de Villa Severino, con los transas no se jode. - Estás jodido- se dice Néstor, mientras pasa por la casa del Pelado Gutiérrez, - jodido de verdad - repite. Y no ve, abstraído en su preocupación, unos ojos que si lo ven a él, ojos cuyo dueño, en el interior de la casa del Pelado Gutiérrez, lo apunta con un arma y finge dispararle.
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