Fernando Silva - La fuga de la Ciudad Eterna

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La fuga de la Ciudad Eterna: краткое содержание, описание и аннотация

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La crisis de diciembre del 2001 se acerca inexorable en la Argentina. En un barrio de la ciudad de Buenos Aires diferentes personajes viven acontecimientos que cambian sus vidas de forma vertiginosa, dejando al desnudo sus pecados y miserias, sus miedos y violencias, sus dolores, sus perversiones más ocultas. Pedófilos, amantes desbordados, estudiantes racistas, oficinistas codiciosos, narcos asesinos, marginales caídos en desgracia, amas de casa vencidas, jóvenes sin futuro ni voluntad, hombres que golpean, mujeres que huyen. El lado oscuro de todos nosotros asoma en cada rincón, en cada acto y en cada silencio. En medio del caos por venir, dos niños descubren el amor más puro, y para luchar por él, y por su propia supervivencia, deberán vencer a monstruos espantosos, y, sobre todo, al principal de todos ellos: el mundo adulto que los condena al dolor y al sufrimiento.

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Era el año 1908, Don Nicanor y Doña Florencia pisaban la gran Argentina que se aproximaba al centenario de su génesis. Se instalaron aquí, en su barrio, en este barrio del General Entrerriano al que mi desvelo me trajo esa mañana calurosa, enigmática. El Parque La Libertadora, el viejo cementerio que mi abuelo me enseñó. Su barrio amigo lector: con su majestuosa iglesia Nuestra Señora de la Merced, inaugurada dos décadas antes que mis abuelos, como buenos católicos, recibieran misa entre sus muros, quemada por los bárbaros en el 55, reconstruida por la voluntad y la fe de los vecinos, a quienes seguro, soy creyente, Dios cobijo. Su barrio querido lector: con su Plaza del Autor del Matadero, que describió sin tapujos, y con coraje, la primera de las tiranías, nuestro George Louis se encargaría de condenar literariamente la segunda. Su banco Nación; sus escuelas públicas, aquellas de principios del siglo que pasó, sede de las sanas generaciones que se instruían, fuentes de inspiración para la juvenilia de Miguel Cané. Sus veredas arboladas y anchas. Algunos rastros muestran, como sobrevivientes arqueológicos, que los tranvías solían circular estas calles adoquinadas. Sus colegios católicos, de exquisita educación, su biblioteca popular (no populista, por favor es imperioso no confundir los términos). Con su teatro 9 de Julio, hoy lamentablemente con sus puertas cerradas, su magia ruega re inauguración, quizás alguien la escuche, quizás no, pero quiero soñar que pasará. Su Avenida de los Triunviros, centro comercial, mercado activo de la zona. Su ferrocarril, que le dio vida, como una arteria que conecta un órgano con el todo corporal. Su Estepa Rusa, aquella zona alejada de historias de arrabal y tango.

La vida llevó a mis padres hacia otros lugares de la CABA, otros barrios, otras historias, Pero estuve ahí, esa mañana, desvelado, con el corazón palpitando de alegría. Resucitando mis raíces, mi genealogía, el origen de mí ser. En lo más profundo de mi corazón, sepa querido amigo, que su barrio es también el mío.

*****

Siempre escucha el despertador, su sueño es liviano, cada sonido, aún los casi imperceptibles para el oído relajado, es percibido por su cerebro alerta, es que cada sonido puede ser el comienzo de la brutalidad, de la golpiza, del sufrimiento de mamá, de la locura violenta de papá. Por eso esa mañana, como todas las mañanas, Agustín escuchó el despertador a las 6 y 30, era hora de ir a la escuela, las últimas semanas del primer grado lo esperaban.

Para Agustín el año había transcurrido de forma insoportablemente lenta, cada día, cada noche latía el peligro de papá, de su fuerza incontrolable, de los llantos de mamá, angustiantes, imposibles de soportar. Si el día pasaba en tranquilidad, si papá no sacaba su furia, si sus padres eran felices, él agradecía a Dios rezando un padrenuestro, porque era sin duda Dios el que lograba mantener a papá calmado, porque papá sin la ayuda de Dios era realmente peligroso. Dios los ayudaba, Dios era bondad, como se lo habían enseñado en su colegio, la maestra de catequesis de la Sagrada Bendición de Cristo hablaba de la infinita bondad de Dios, el gran padre Foris lo hacía, les enseñaba que Dios todo lo podía, que Dios todo lo perdonaba, que Dios era amor, y ese amor de Dios era el que calmaba a papá, el que hacía que mamá sonriese en vez de llorar; y ese infinito amor había que agradecerlo, Agustín, por eso, rezaba su padrenuestro antes de acostarse a dormir. Aquellas noches en que el amor de Dios parecía no alcanzar, las cuales eran cada vez más, cuando papá no podía contener su furia, cuando papá volvía a ser peligroso, y mamá terminaban lastimada, dolorida, en llanto desconsolante, Agustín rezaba igual, pedía fuerzas, pedía que Dios, que es amor absoluto, no lo abandone, que no dejara a mamá, que calmara a papá, que les diera paz. Si papá se enojaba, si papá le pegaba a mamá, si papá desataba su furia, no era Dios el que había fallado, era él el culpable, él que no rezaba lo suficiente, él que no agradecía lo necesario, porque Dios es amor y bondad infinita pero también requiere nuestra atención permanente, nuestro rezo, nuestra fe inclaudicante, así se lo había explicado el Padre Foris, que era, según a él le habían enseñado, un hombre que sabía la palabra de Dios, que conocía a Dios mejor que nadie; y Dios, decía Foris es amor indeterminado, amor para todos, por eso le llamó tanto la atención esa chica, que era tan linda pero tan callada, esa chica que sin saber porque ya no podía dejar de mirar. No era su amiga, por el momento, sería mucho más que eso en poco tiempo, pero hay que ir despacio, contar los hechos con calma, interpretarlos lo más serenamente posible. No eran, decíamos, amigos, aunque había existido un encuentro pasado, pero fue irrelevante, se habían visto fuera de la escuela, sus familias se conocían, sus papás trabajaban juntos, habían ido el verano pasado a la quinta de su abuelo; todos, mamá y papá, en familia. Pero después de eso no hubo nada. No lograron jamás pasar del mero compañerismo frío, de la convivencia indiferente en el aula, siempre ella ponía distancia, siempre una tristeza silenciosa los separaba. Pero esa chica se había decidido a hablarle, el silencio separador comenzó a romperse, fue apenas la semana pasada, cuando vio en su cuaderno de catequesis la imagen dibujada por él, de su familia, en épocas de papá calmado, felices, sonriendo todos, con su casita de fondo, con un sol refulgente como el de ese diciembre en la CABA, y con un frase por encima, que titulaba la obra, que le daba sentido, “Dios nos ama” decía, y era verdad, para Agustín Dios los amaba, aunque a veces papá se olvidara de eso. La chica, rubia, de unos ojos celestes profundos, hermosos, pero tristes, apagados, sin pasión, se acercó a él y dijo la frase que tanto asombró a Agustín, que lo espantó, pero que al mismo tiempo lo enamoró, lo vinculó a ella como nunca antes se había vinculado a alguien, era un proceso de empatía que comenzaba entre ambos niños, “Dios no existe” le dijo Julieta.

*****

El aula durante la hora de plástica es un caos, nadie sentado, el espacio aéreo es invadido por todo tipo de objetos: papeles, biromes, gomas de borrar, escupidas, todo circula buscando objetivos a lastimar, a molestar. Hay corridas, voceríos ensordecedores, un alumno salta y grita en su oído, lo hace una vez, y otra, luego una vez más, y otra, lleva más de veinte minutos realizando tan fatigosa, y fatigante para quien la padece, acción, ella no se enoja, pide casi en susurros la vuelta a la calma, les dice que está mal lo que hacen, pero su voz es leve, no hay autoridad, y los adolescentes del primer año del Instituto Nuestra Sagrada Bendición de Cristo son hijos del rigor, sin rigor te comen crudo, te gritan, como este pendejo, en el oído, te faltan el respeto, te escupen como la escupen a ella, su espalda, su saco que solía ser negro es ahora blanco burbujeante de la cantidad de saliva que tiene, de un mechón de su pelo, ya grasiento por falta de champú, se desliza un espesa escupida verde y le cae en la cara, ella la limpia con su mano, se refriega la escupida en el pantalón. Pide calma otra vez, y otra vez el efecto es nulo, ella no se inmuta, es que casi nada de ella está allí, en el aula, su esencia, el sujeto que solía ser está muy atrás, casi treinta años de viaje hacia el pasado, de trip, como esos trip que la hacían volar, que le hicieron pintar sus mejores cuadros, que se los hicieron quemar también cuando el viaje era bajón, negativo; pero no es esa clase de trip el que la transporta ahora, este trip es inspirador, le permite escapar del caos presente, es un trip relajante, como esos viajes de ácido de los 70´, que la aleja del aula, que le brindan un escape. Su mente navega por la temporalidad, su ser viaja, solo su cuerpo está allí, ese cuerpo que recibe el impacto de papeles, de escupidas, de insultos y faltas de respeto de pendejos abusivos y mal criados. Miriam González está en pleno trip y sonríe mientras el contenido de una botella de coca-cola de medio litro le baña el cuerpo.

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