“Entonces (otra vez, ya casi sin saliva, traga lo que puede) Yahveh Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás y polvo comerás”
Decide ir cerrando, abrevar, la náusea le sobreviene, es hora de concluir la misa de domingo, y cada uno que, por fin, se vaya a su casa.
“ A la mujer le dijo: Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos. Con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido ira tu apetencia y él te dominará. Al hombre dijo: Por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, maldito sea el suelo por tu causa. Con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos producirá, y comerás la hierba del campo. Con sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás.”
Qué Dios fantástico, el Dios del Antiguo Testamento, el de la espada llameante con sed de justicia. La náusea se hizo total, Raúl Foris, harto y angustiado, puso fin al domingo en la iglesia Nuestra Señora de la Merced. Saludó a su rebaño obediente, cada uno se fue a lo suyo. Foris deseó sentir lo que, por dos veces ese día, había sentido: el advenimiento de la tragedia, de que lo grande, la tempestad, volvería por sus tierras. De que el barrio del General Entrerriano sería recordado por el verdadero Dios, y los impíos, los blandos perecerían. La sensación de que él tenía una misión especial en esta nueva era que llegaba, como ya había ocurrido, como tantas misiones había hecho. Pero nada sucedió. La fantástica sensación no retornó. Foris dicidió irse a dormir, desconectarse de esta realidad chata, aburrida. Rezó antes, como buen católico, a Dios. Le pidió que resucite, que vuelva a reinar con su fuego voraz esta tierra carcomida por el mal. Durmió sin soñar largas horas.
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Se lo pidieron solo una vez. Atendió el llamado su secretaria. Le pasó el mensaje. Mintió diciendo que estaba ocupado. Era una mentira a medias, después de todo no soportaba interrumpir el solitario en la computadora. Dos horas después le transmitió a Adela, su vieja secretaria, la resolución. Ella llamó al diario barrial para confirmar la buena predisposición del gran Periodista Independiente. Fue así como Marcelo “Chelo” Martínez escribió una nota en “El Héroe de Vences”, el diario del barrio del General Entrerriano.
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Está agazapado, contra un rincón de la sala, si supiera el dicho popular lo diría, exigiría que se cumpliera, sería su nueva fe aquello de “trágame tierra”. Pero la tierra sigue firme bajo sus pies temblorosos, nada sabe de tragar, mantiene a sus habitantes sobre su superficie, lo mantiene a él, con sus miedos y vergüenzas, con sus visiones de la degradación. Su palidez es preocupante, también lo es el temblor de su cuerpo, sus ojos abiertos parecen desconocer la necesidad humana de pestañear. Nada puede hacer, ni siquiera se anima a pensarlo, todo es indetenible, inevitable, es el destino que le toco: ser testigo mudo e ineficaz. Maldice su corta edad, su infancia débil, su cuerpito frágil, pequeño, absurdo. El sol comienza a ocultarse, serán cerca de las nueve de la noche, diciembre brinda largas tardes, calurosas y llena de horrores, al menos para él, que mira y tiembla. Por la ventana del departamento del 2° B de la calle Promesa Patria al 2338, en el próspero barrio del General Entrerriano, las sombras comienzan a ponerle a todo un manto de piedad, no por evitar lo que ocurre, sino por oscurecerlo, por taparlo con penumbras, mejor así, mejor no ver, mejor no saber, saber es la imposibilidad de seguir amando, saber es matar la infancia; porque ya no volverá a jugar después de esto, estará agotada su imaginación, su inocencia robada, el niño habrá muerto. Tirará todos sus juguetes, quemará todas sus figuritas, pinchará sus pelotas de fútbol, partirá a martillazos su metegol, irán directo a la basura sus juegos de mesa, derretirá con fuego sus soldaditos; sus luchadores, aquellos que solían participar de peleas épicas, serán descuartizados por tijeras sin sentimientos ni piedad. Toda la niñez será aniquilada. Mientras Agustín Casillas crece de golpe y de trauma, mientras renuncia irreductiblemente a sus seis años, ve como su padre arrastra de los pelos a su mamá, la golpiza ya lleva una eternidad de tiempo, y Agustín llora y maldice vivir. Le encantaría que lo tragara la tierra, pero tiene seis años y ni siquiera conoce, ya dijimos, la frase popular para nombrarla y que su magia pagana lo trague, lo engulla, lo desaparezca de la violencia de papá.
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Fácil decirlo, pero que quien me lo diga se siente acá, frente a la notebook, con el cursor del procesador de texto titilando sobre el blanco total y aterrador de fondo, el blanco que no es un color, ni una ausencia de color, sino que es una ausencia total, es la nada, la náusea, el desierto que crece, el cursor que titila como si fueran las aguas de un reloj, la temporalidad del ser, de mi mediocridad, que me condena, que me introduce en la nada. ¿Por dónde empiezo? Y cuando empiece, cuando al fin escriba los primeros caracteres, cuando forme las primeras palabras con conexión de sentido, cuando me introduzca en el relato y rompa el terror de la nada blanca ¿Cómo sigo? Es decir, si logro empezar ¿cómo continúo? Y si, por esas suertes inexplicables, puedo seguir, si a los primeros caracteres le siguen unos cuantos más, si el relato cobra cada vez mayor sentido, hasta que, quizás ocurra que el argumento logre solidez y sea realmente eso, un argumento y no un caos de conceptos académicos, si logro comenzar, si logro seguir, ¿cómo termino? ¿Cómo escribo aquellos caracteres finales que cierren el relato y le den su sentido total? ¿Cómo llegar a la totalidad? ¿Existe la totalidad? ¿Ocurrirá el final de mi relato? Quizás ocurra, quizás comience, quizás continué, quizás termine, quizás todos los caracteres juntos, los primeros, los que le siguen y los finales logren armonía y el trabajo sea realizado con eficiencia. Pero, ¿creo en lo que escribo? ¿A la capacidad académica, al expertise, le puedo añadir una fe militante? Después de todo, ¿el estado optimista no termina por idiotizar al ser? ¿Cómo escribir si no creo en lo que escribo? Tesis de mierda, Patria de mierda. Fácil es decirlo, que vengan los que dicen y escriban ellos. La puta que los parió.
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Marcelo “Chelo” Martínez se consideraba un afortunado. Había salido de la caverna de Platón, había dejado de ver sombras, de confundirlas con la realidad, había aprendido a que la realidad era una construcción humana, y la construían aquellos que tenían mayor poder. Esa realidad construida era la verdad aceptada por el gran público, y esa verdad era indiscutible, por más mentira que fuera. Odiaba al vulgo que nada entendía, que no había visto la luz como él, el iluminado Periodista Independiente. Pero a veces este oficio requería sacrificios, bajar al nivel del rebaño, embarrarse, mostrarse como un tipo de barrio, simple, campechano. Había que, de vez en cuando, volver a la caverna. Tardó dos horas, un vaso de whisky y un mensaje de texto de su joven amante que lo puso de buen humor, y un poco caliente, para decidirse. Escribiría una nota simple, vulgar, optimista, sobre ese barrio del orto que apenas conocía.
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Néstor Ibarguren revuelve, hurga, se empecina en buscar, no se rinde, no puede rendirse, por Matías y por Eva, tiene que seguir, se estira, alarga sus brazos un poco más de lo posible, le crujen las articulaciones del hombro, algo toca, bien en el fondo, duro, corrugado, áspero al tacto, tiene que ser lo que cree que es, un poco de suerte, una ayuda de Dios, una señal de esperanza. El calor de Diciembre arrasa sobre su cabeza, el sudor se escurre por sus axilas, pero se estira más, parecía imposible, pero lo logra, por Mati y por Evita, por ellos la vida, por ellos todo, venciendo la vergüenza ante las miradas condenatorias, estigmatizadoras, que logran la imposible esquizofrenia de condenarlo e invisibilizarlo al mismo tiempo. Toca otra vez, tiene que ser lo que su mano cree, porque su mano, sabia en su oficio, reconoce el material de su trabajo. Toma el contenido de lo que antes tocaba, su vista confirma lo que su mano sospechaba, un puñado de cartones, secos y de buen tamaño, salen del conteiner de basura, una señal, un poco de suerte, por Matías y por Eva, ahora la cena está un poco más cerca. Néstor sonríe y agradece a Dios. Mira al cielo, el sol refulge, relamido e indiferente, diciembre en la CABA es puro calor bochornoso, el país es bochorno también, incluso en invierno, pero Néstor es optimista, el estado optimista ayuda a vivir, a soñar con un futuro mejor, por Mati, por Eva, por su hijo, por su mujer. Camina con su carro cargado, siente su peso, se esfuerza, si pesa más mayor es la chance de cenar, se dirige hacia el próximo conteiner, y pide a Dios que la suerte siga.
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