Ariel Goldstein - Poder evangélico

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Los grupos evangélicos tuvieron en los últimos años un crecimiento exponencial en todo el continente americano y lograron consolidarse como una nueva fuerza política y social. Entre sus miembros hay presidentes, ministros y ministras, diputados y diputadas, asesores y asesoras que ocupan puestos clave en los gobiernos de la región. Son dueños de grandes medios de comunicación, tienen una fuerte base territorial entre los sectores populares y obtienen muchos recursos del Estado, por eso, sus líderes son muy requeridos por aquellos políticos que tienen ambiciones de poder. Gobiernos con rasgos autoritarios en toda América, como el de Donald Trump, en Estados Unidos; Jair Bolsonaro, en Brasil; Jeanine Áñez, en Bolivia; Nicolás Maduro, en Venezuela, o Daniel Ortega, en Nicaragua, establecieron alianzas con los evangélicos para consolidar el poder. En Argentina, se declaran a favor de la «familia y los valores», se movilizan en contra de la legalización del aborto y hacen acuerdos con los grupos de derecha. Pero ¿quiénes son los evangélicos?, ¿en qué medida colaboran para la expansión de las fuerzas políticas autoritarias?, ¿cómo es que establecen alianzas con gobiernos tanto de derecha como de izquierda?
Ariel Goldstein, doctor en Ciencias Sociales, investigó en profundidad la expansión de los evangélicos en América, más precisamente, de los grupos pentecostales, a lo largo de todo el continente: Estados Unidos, Brasil, Argentina, México, Colombia, Bolivia, Uruguay, Venezuela, Paraguay, Nicaragua, Costa Rica, Honduras, Guatemala y El Salvador.

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En reiteradas ocasiones, el golpe militar representó la forma de expresión primordial de la derecha y las elites en la región para interrumpir procesos de expansión de derechos. Esto se produjo especialmente durante el período de los 60 y 70, cuando la región latinoamericana se pobló de dictaduras de las Fuerzas Armadas. Esto ocurrió como respuesta a los procesos de radicalización política, que incluyeron la lucha armada en la que participaron muchos jóvenes tras el influjo de la Revolución Cubana de 1959 y la experiencia y asesinato de Ernesto “Che” Guevara en 1967.

En muchos casos, estos regímenes dictatoriales, conducidos por militares de las Fuerzas Armadas que habían sido formados en la Escuela de las Américas de Panamá, y articulados a través de la Operación Cóndor de intercambio de informaciones de inteligencia “antisubversiva”, encontraron una fuente de legitimidad en sectores conservadores de la derecha católica, que apoyaron a los gobiernos militares por su impronta conservadora en función de una coincidencia de valores. El caso chileno es representativo en este sentido, ya que el clero apoyó con beneplácito el golpe de Estado de 1973 perpetrado por Augusto Pinochet. Las dictaduras del Cono Sur justificaban su intervención militar en términos de una defensa de la “civilización occidental y cristiana”, que entendían amenazada por el “marxismo ateo” representado por la Unión Soviética.

En las décadas de los 60 y 70, el Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII, impulsó una agenda en América Latina de cambio social asociada al catolicismo, y esto promovió una conciencia en muchas organizaciones católicas que pasaron a una militancia de izquierda en la región. Una parte de la Iglesia promovía el compromiso de los católicos con las desigualdades que asolaban al llamado “tercer mundo”. En distintos países de la región, tuvieron peso las corrientes de la Teología de la Liberación y las Comunidades Eclesiales de Base. En 1983, en el encuentro nacional de las “pastorales obreras” de Brasil, 97% de los participantes estaba a favor del Partido de los Trabajadores, lo que muestra la unión que existía entre el mundo católico progresista y la izquierda.4 En Argentina, las posiciones progresistas de la Iglesia dieron lugar al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.

La emergencia de los partidos políticos evangélicos está asociada a la redemocratización propia de las décadas de los 80 y 90. Muchos habían ya comenzado a obtener notoriedad por su oposición a las alineaciones de izquierda de la Iglesia que habían sido adoptadas luego del Concilio Vaticano II. En los 60 y 70, frente a estas posiciones que adoptaba una parte del catolicismo latinoamericano, algunos grupos evangélicos adoptaban la visión fundamentalista del sur de Estados Unidos.5

Con la vuelta de la democracia en varios países de la región, los cambios en las creencias están originando una declinación en el número de los fieles católicos, que solían ser mayoría en el continente, y una irrupción de los evangélicos, en línea con un nuevo “cuentapropismo” religioso. Según el Pew Research Center, centro de investigación sobre religiones, de 1900 a 1960, los católicos conformaban el 94% de la población de América Latina. Pero ese porcentaje cayó drásticamente. Un estudio del mismo centro en 2014 mostró que 84% de los entrevistados habían crecido como católicos, pero solo un 69% se seguía identificando como tal. En contraste, solo 9% de los latinoamericanos crecieron como evangélicos, pero el 19% dice seguir esa religión actualmente.6

Este crecimiento es atribuido a la conexión del pentecostalismo con la “ideología del milagro” que caracteriza las formas de la experiencia cotidiana en los sectores populares. Mientras, se manifiesta la incapacidad del catolicismo y sus rituales burocráticos para conectar con estas experiencias, lo que ha llevado a la Iglesia católica a perder terreno frente al avance artesanal y descentralizado de las iglesias evangélicas.7 Este carácter artesanal y descentralizado supone menores exigencias para desempeñar el oficio de pastor, la adaptación de la predicación a las lenguas y rasgos culturales locales y, por lo tanto, una expansión más rápida y dinámica de la penetración del culto religioso, lo que incide en la cantidad de fieles.

En este libro, el caso de Estados Unidos es considerado por la relevancia histórica que presenta con respecto a la relación entre los evangélicos y los grupos de la derecha política. Este modelo ha tenido influencia en América Latina, en términos de la entrada de los pastores evangélicos en la política entendida como un llamado de Dios y en la agenda de oposición al aborto y los derechos para las minorías sexuales, y como resistencia al “terror rojo”, un factor unificador de estos grupos.

En este contexto, las visiones conservadoras que caracterizan a muchas de las iglesias evangélicas contrastan con una situación donde la máxima autoridad del Vaticano, el papa Francisco, ha quedado asociada a una búsqueda de reformar la Iglesia para adaptarla a una visión más progresista, que presenta ciertas afinidades con los gobiernos del “giro a la izquierda” en América Latina que transcurrieron entre fines de los 90 y la primera década del siglo xxi.

La figura tradicionalista del papa alemán Benedicto xvi, Joseph Ratzinger, cultivador del latín y las tradiciones, junto al estallido de los escándalos de pedofilia y abuso sexual en la Iglesia, situaban a la curia en una posición conservadora y cerrada al contacto con la vida cotidiana de los fieles. Benedicto, quien defendía los símbolos del poder clerical, representó un giro conservador en el Vaticano contra la Teología de la Liberación que defendía la “causa de los pobres”, y entendía a la Iglesia como “una fortaleza asediada por todos lados por enemigos, por los errores y las desviaciones de la modernidad”.8

El cardenal Jorge Bergoglio, nombrado para la silla de San Pedro en 2013, se posicionó en varios temas con una mayor apertura política. Comenzó a defender una Iglesia que vaya hacia las periferias, que ame la pobreza y a los “heridos” por el sistema y las desigualdades, en reivindicación de la sencillez y la “austeridad de la vida”.9

Abogó por la paz entre israelíes y palestinos y pidió por una agenda centrada en la consigna “Tierra, techo y trabajo”. También, bajo su dirección, la Iglesia católica lucha por que se permita en el Amazonas el ingreso de sacerdotes casados en áreas con escasa presencia eclesiástica, medida originada por la preocupación que causa en la diócesis católica el crecimiento de los evangélicos.10 Esta decisión lo ha llevado a Francisco a nuevos enfrentamientos con la curia conservadora, representada por Benedicto y el cardenal africano Robert Sarah, quienes se oponen a este cambio.11 También, ha despertado el rechazo de ese sector su actitud más tolerante respecto de la homosexualidad, y su ataque más o menos frontal a los escándalos sexuales y de pedofilia en la Iglesia. El carácter innovador del papado de Francisco lo coloca en la vereda opuesta de los pastores, de la “teología de la prosperidad” y de los jerarcas católicos conservadores.

De este modo, hay una definición de identidades por oposición entre los evangélicos, cuya cúpula está dominada por autoridades que suscriben a valores conservadores, y la figura de Francisco, que representa una Iglesia más abierta a la denuncia de las desigualdades provocadas por el mercado y favorable al diálogo con los movimientos sociales.

Una dimensión central en el evangelismo es la conversión religiosa a través del “avivamiento” o el “despertar”.12 Se trata de una experiencia emocional, no intelectual, que es vivida como un llamado directo de Cristo. A diferencia de los católicos, que colocan en un lugar central a la Virgen María, para los evangélicos el papel fundamental es cumplido por Cristo y su llamado.

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