Imágenes de la peste, huelgas y marchas de obreros, desapariciones, siluetas de El Familiar y los Uturuncos, barricadas en la ciudad, forajidos y rebeldes convertidos en santos populares, detenciones en la noche, terror y olvido. Representaciones que atraviesan la memoria y la novelística sobre Tucumán al tensar y fragmentar los relatos.
Frente al lugar común que concibe al noroeste argentino como zona literaria donde la novela no es un género relevante, luego de un exhaustivo y sistemático relevamiento, que hasta la actualidad no había sido realizado, se constató la existencia de 82 novelas publicadas entre 1950 y 2000 que trazan “geografías imaginarias” alrededor de Tucumán. Un corpus de obras escritas por Tomás Eloy Martínez, Elvira Orphée, Pablo Rojas Paz, Adolfo Colombres, Julio Ardiles Gray, Hugo Foguet, entre otros.
Si como señala Ivan Jablonka, tanto la novela como la historia producen conocimiento de lo real , entre estas discursividades se genera una zona de indeterminación , un espacio de vacilación, rememoración y acción. Una suerte de barricada, una línea
MÁXIMO HERNÁN MENAes licenciado en Letras por la Universidad Nacional de Tucumán y doctor en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba. Se desempeñó como becario doctoral del Conicet (2014-2019) y actualmente como becario posdoctoral del mismo organismo en el INVELEC-UTN. Le fueron concedidas becas por el CIN y el DAAD. En 2017 recibió el segundo premio del concurso de ensayo histórico 200 Años de la Independencia Argentina, otorgado por el Honorable Congreso de la Nación.
MÁXIMO HERNÁN MENA
ENTRE BARRICADAS
Novelas que reescriben la historia
Tucumán, 1950-2000
A mi abuela Segunda,
in memoriam
A mis padres y hermanos
Para Eliana
y nuestros hijos Mateo y Miranda
El historiador tiene una deuda con la vida presente que solo puede pagar con la moneda de su verdad, moneda en la que, a veces, funde un poco de su pasión; pero la historia solo apasiona a quien apasiona la vida, y el autor cree que, en este punto de su examen, le es ya lícito confesar su pasión, siquiera sea para que el lector pueda confiar en que procuró acallarla hasta este instante, y, acaso, para ofrecerle la clave de lo que en este examen pueda ser su involuntario y apasionado error.
José Luis Romero
Qué olvidé en tus calles que vuelvo
de todas partes a tus calles?
Como si vaya a donde vaya
recuerde de pronto una cita
y me apresuro y vuelo y corro
hasta tocar tu pavimento!
Y entonces sé que sé que soy,
entonces sé que me esperaba
y por fin me encuentro conmigo.
Pablo Neruda
El presente libro tiene su punto de partida en la tesis doctoral en Letras “Tucumán: reescrituras de la historia en su novelística, 1950-2000”, dirigida por la doctora Nilda Flawiá de Fernández, defendida y aprobada en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba el 21 de marzo de 2019.
La investigación fue realizada gracias al aporte del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) a través de una beca interna doctoral para el período 2014-2019 y cuyo apoyo continúa a través de una beca interna posdoctoral.
Quiero agradecer a mi directora, la doctora Flawiá, por el aliento constante y el apoyo en todos mis proyectos y búsquedas. Por ayudarme a expresar con rigor las intuiciones y los recorridos críticos y por mantener siempre la confianza en mí. Con su recomendación de leer la obra de Walter Guido Wéyland ya venía marcando este camino.
A la doctora Liliana Massara, por haberme acercado a las obras de escritores tucumanos. A la doctora Clara Inés Pilipovsky, por la escucha atenta y el diálogo teórico. También debo reconocer a mis compañeros del Instituto Interdisciplinario de Literaturas Argentina y Comparadas (IILAC) por compartir lecturas y proyectos.
A los miembros del Doctorado en Letras de la Universidad Nacional de Córdoba y en especial a quien fuera su directora, la doctora Mabel Brizuela. A los miembros del jurado examinador, por todos los comentarios y sugerencias que aspiraban a mejorar esta investigación.
A la licenciada Daiana González y el personal del Centro Científico Tecnológico NOA Sur-Conicet.
A los profesores y al personal de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán; en especial agradezco por su generosidad a los profesores Roberto Pucci y Oscar Pavetti de la carrera de Historia. Mi reconocimiento para Hugo Juárez y Tomás Barber, de la biblioteca Emilio Carilla, y para Mario Rodríguez y Carlos Paz, del Archivo del diario La Gaceta .
A Adolfo Colombres por su amistad y generosidad.
A Verónica Estévez de la Biblioteca del Centro Cultural Rougés.
A los compañeros en largos años.
A mis amigos les agradezco por estar siempre presentes. Mucho les debo a aquellos que me acercaron libros y lecturas: a Fabián Soberón por Elvira Orphée, a Denise León por Sara Rosenberg, a Carlos Duguech por Alba Defant, a Jorge Daniel Brahim por Enrique Banchs, a Julieta Brenna por el libro de Verónica Garibotto. A Fernando y Pepe Lampasona por tanto.
Para mi familia: sin ellos estas palabras no tendrían mucho sentido.
En especial quiero reconocer por su compañía y apoyo sin límites a Eliana, Mateo y Miranda. Por cuidar y construir juntos el hogar en el que crecemos cada día.
Aparecen en este momento varias imágenes, y si, como escribió Jean-Paul Sartre, las imágenes son conciencia, quizás también sean una manera de despertarse al presente, encontrarse allí . Un niño de ocho años que marcha de madrugada a trabajar en la zafra, en la cosecha de caña, su tarea es izar fardos de caña pelada por los aires con la fuerza de varias mulas. Una niña se despierta a las tres de la mañana, hace mucho frío y debe levantarse a cosechar en los surcos junto con sus padres y hermanos. En lo alto del tiempo, yacen las chimeneas como faros insomnes frente a las orillas de un mar de rostros y cenizas, la ciudad corta su cielo cada tanto con la inmovilidad de sus huellas. Una de esas chimeneas solitarias tiene cifras metálicas que todavía anuncian una fecha: 1910. La mañana se afila en el Mercado de Abasto y un hombre acomoda las verduras en el puesto, en el futuro suena una canción con “los bares tristes y vacíos ya, por la clausura del Abasto”. Una madre les habla a sus hijos, viven todos juntos en una sola habitación. A las dos o tres de la mañana, el sonido al pulsar las teclas de la máquina de escribir, luego el trueno de la Olivetti automática que hace latir de una sola vez todo un párrafo. Una mujer mira cómo las máquinas hacen helado, por primera vez, en la confitería El Buen Gusto. Un joven camina por una calle empedrada en Córdoba y uno de sus amigos le dice: “Mirá, ahí está tu nombre”, y él, en el reconocimiento apenado de ese otro que admira, lee su propio nombre después de dos números que traducen un año: 1969. Una fotografía, tomada desde un balcón, retrata una calle suspendida por una barricada de chapas, pizarrones y manos, ahora en el presente, coloreada y atrapada por semáforos, bocinazos y locales de comida rápida. Una última imagen muestra que la montaña verde sigue allí, presente, inamovible, como un testigo, con un gesto atento y enigmático.
El idioma alemán tiene una palabra muy interesante: das Denkmal , que designa a los monumentos. La primera parte de la palabra proviene del verbo denken , que significa “pensar”, y la última partícula ( mal ), por sí sola, significa “vez”; einmal (una vez), etc. Pero das Mal también significa “marca”, sirve para nombrar los lunares en la piel. Surgen así dos posibilidades para comprender la palabra Denkmal , que puede ser entendida como “monumento”, artefacto convocante para el recuerdo (sentido asociado a la memorización o a la conmemoración) o como “marca” en la memoria, que se resignifica constantemente (rememoración). Me gusta pensar que los recuerdos son como marcas , huellas que llevamos siempre con nosotros, grabadas en nuestra piel y en nuestros pasos. Esas marcas pueden ser reconocibles en cualquier momento, reclaman permanecer.
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