Carlos Pérez Soto - Sobre la relación entre Hegel y Marx

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Dos personajes históricos que marcaron el pensamiento filosófico, político y económico del mundo contemporáneo, cuyas obras, por la interacción que las complementa, determinó una relación entre ellos.

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El autor

Carlos Pérez Soto, nació en Santiago de Chile en 1954. Es profesor de Física y se desempeña desde 1986 como profesor de Epistemología y Filosofía de la Ciencia en varias universidades de Chile y el extranjero. Es autor de varios libros sobre temas diversos; entre los cuales se encuentran: Sobre la condición social de la psicología (Lom, 1996, 2009); Sobre un concepto histórico de ciencia (Lom, 1998, 2008); Para una crítica del poder burocrático (Lom, 2001, 2008); Desde Hegel, para una crítica radical de las ciencias sociales (Ítaca, México, 2008) y Una nueva antipsiquiatría (Lom, 2012), entre otros.

© LOM edicionesPrimera edición, diciembre de 2019 Impreso en 2000 ejemplares ISBN impreso: 9789560012357 ISBN digital: 9789560013514 Edición y Composición LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 00 lom@lom.cl | www.lom.cl Registro: 311.019 Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

Resumen

No hay aval textual suficiente como para establecer de manera rigurosa qué pensaba Marx de las ideas de Hegel. No hay ninguna manera satisfactoria de resolver el asunto de la relación entre ambos con rigor científico y filológico. La conclusión obligada de este hecho es que la relación entre Marx y Hegel solo puede ser establecida a través de una hipótesis política. Una hipótesis que nos sirva para potenciar políticamente nuestras luchas desde un fundamento postulado. Un fundamento que no se puede deducir directamente desde ambos autores. Desarrollo los antecedentes que llevan a esta conclusión, recomiendo una manera específica de postular esta relación. Postulo una relación determinada entre Marx y Hegel al servicio de la política del presente.

1. Circunstancias difíciles

Durante muchos años he insistido una y otra vez en que, cuando tengo dudas en torno a la filosofía de Hegel o a las posturas de Marx, las converso directamente con ellos. Este es un raro privilegio que, desde luego, causa escozor, incredulidad y una envidia apenas ocultable entre los académicos universitarios con que comparto estos temas en debates o cátedras universitarias. Más de alguno simplemente ha perdido la paciencia y me ha recriminado en público. Otros se han limitado a hacer comentarios burlones; por supuesto, a mis espaldas. No tengo en realidad más alternativa que tolerarlos y comprenderlos. Es duro en realidad no contar con esta sensacional ayuda en el momento de enfrentar la infinita sutileza de Hegel, o la manía de Marx por revisar una y otra vez sus manuscritos… hasta por fin dejarlos sin publicar. Unas pocas páginas publicadas por Hegel… o unos cientos de páginas no publicadas por Marx parecieran bastar para colmar la paciencia de cualquiera. O, lo que es más frecuente, bastan para compensar el desconcierto inventando toda clase de interpretaciones, atribuyendo toda clase de ideas (en general las ideas preferidas por el académico de turno) a ambos autores. Para mí, aunque les cueste creerlo, aunque secretamente les duela, la cuestión es muchísimo más simple: hablo con ellos directamente, en términos simples, sin metáforas. Yo en un malísimo alemán de diccionario, más propio de bárbaros o sudacas que de las alturas del pensamiento puro. Ellos, con paciencia infinita, en el español mal hablado que aprendieron leyendo Don Quijote diccionario en mano. Es un diálogo áspero, tengo que lidiar con sus ironías, con sus locuciones latinas, con su enorme erudición. Tengo que recurrir una y otra vez a la ayuda de Wikipedia a propósito de las cuestiones más triviales. Pero, en fin, ninguna vida es en realidad peor que otras vidas.

Quizás no sea este lugar –un escrito con pretensión de ser acogido por la Academia– el más adecuado para contar estas cuestiones privadas. Pero siento, por un deber de honradez mínima, que no puedo dejar de mencionarlo. La verdad es que se trata de una circunstancia que produce una ventaja injusta y, de muchas maneras, lamentable. Pero también me genera un problema práctico: no puedo usar el hecho de mantener estas conversaciones privilegiadas como argumento. Es un asunto realmente difícil. Hay que notar, por ejemplo, que no se trata precisamente de un argumento de autoridad –«Hegel lo dijo», «Marx lo dijo»– puesto que… efectivamente me lo han dicho. Pero, por supuesto, se convierte de inmediato en un argumento de autoridad por mi imposibilidad de mostrar de manera empírica y directa que «me lo han dicho…».

Bueno, mi enorme fortuna y mi curiosa desgracia es esa: tengo acceso a la fuente más privilegiada imaginable y no puedo usarla. Incluso confesar, al empezar un texto, que la tengo no me sirve para nada. Está bien. No la usaré. Pero luego no digan que no se los advertí.

2. Una cuestión de método

Muy bien. Si no voy a usar ese argumento ¿cómo hacerlo? Concedamos que lo real y lo obligado para todos (para todos los otros) es que la única manera de saber qué pensaban Hegel y Marx es recurrir a lo que escribieron. A lo que escribieron ellos. No a lo que relatan sus amigos o discípulos. Menos aún a lo que otros, ni siquiera amigos o discípulos, dicen que pensaban o afirman haberles escuchado. Si se trata de rigor académico, la única fuente que podemos usar es lo que ellos escribieron, seamos redundantes, directamente, personalmente.

Pero el rigor académico exige ciertas condiciones. Una de ellas es que no podemos considerar todo lo que escribió un autor de la misma manera o con el mismo grado de importancia. Si vamos a usar los textos como evidencia de lo que pensaban, es necesario aceptar que no todas esas evidencias tienen el mismo nivel, la misma calidad probatoria. No puede ser lo mismo un apunte de lectura, ocasional, provisorio, incluso juvenil, que una obra revisada y publicada formalmente. No puede considerarse del mismo nivel un pronunciamiento ocasional hecho al calor de una carta, o de un panfleto polémico, que una obra sistemática, redactada con ánimo programático.

Convengamos en que es necesario hacer una jerarquía en los textos disponibles. Si queremos saber lo que un autor pensaba sobre un tema específico nuestra primera fuente debería ser (a)los textos que revisó para publicar y publicó efectivamente. Solo si no encontramos en ellos lo suficiente podemos recurrir, solo en segundo lugar, a (b)los manuscritos que escribió de manera sistemática pero que por alguna razón dejó sin publicar. Si aún no es suficiente, podríamos buscar, pero solo en tercer lugar, en (c)los manuscritos que escribió en calidad de apuntes, sin haberlos sistematizado, pensando en desarrollos posteriores o mayores.

En realidad, nuestras fuentes, en nombre del rigor académico, deberían parar allí. Es muy obvio, sin embargo, que la tradición, ansiosa por saber hasta el último detalle de los «pensamientos» de los autores que ama, ha recurrido a otros tipos de materiales escritos, mucho más precarios e incluso frecuentemente dudosos. Es el caso, en particular, con Marx. Seamos pacientes ante tales ansiedades y concedamos que se pueda recurrir a ellos… pero solo en un lugar subordinado. Es así que se ha recurrido (d)a pronunciamientos contenidos en cartas, (e)a apuntes de lectura, (f)a pronunciamientos fragmentarios, contenidos en apuntes que refieren a un tema distinto e, incluso (g)a apuntes registrados por alumnos o discípulos a partir de lo que habrían escuchado de los autores y, en un caso extremo, rayano en lo curioso, (h)a testimonios formulados por otras personas de lo que habrían escuchado decir a estos autores en conversaciones informales 1.

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