Irene Alonso Álvarez - No quiero ser una muñeca rota

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Eloise nació siendo una chiquilla aterrada en un pequeño pueblo del Sur de la Toscana. Hace unos años consiguió escapar de casa; cuando su familia intentó ingresarla en un centro de trastornos mentales. En la actualidad es una mujer triunfadora, meticulosa, atractiva y con una inmensa cuenta corriente. Hasta que, su hermano la encuentra y todo su mundo se derrumba. Pero no se da por vencida y continúa luchando con sangre y miedo para alcanzar su verdadero objetivo: La Felicidad. Pero ser feliz es más duro de lo que ella pensaba. ¿Qué serías capaz de hacer por ser feliz?

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—La encontré yo, Anamul —intervino Vanina. Una sonrisa pícara comenzó a aparecer en su rostro—. La descubrí sola en un bar tomando un café y creí que necesitaba con desesperación mi compañía —explicó con evidente satisfacción personal.

—Yo me sentí acosada por una desconocida, pero fue tan amable que no pude resistirme a sus encantos —repuso Eloise riéndose.

—¡Eso es estupendo, señorita! El destino siempre juega un poco con las personas; ¡decidme!, ¿dónde queréis que os lleve en esta preciosa noche, señoritas? —preguntó Anamul introduciendo la llave del contacto y encendiendo el destartalado coche.

—Vamos a cenar en el restaurante Botswana, el que me recomendaste, ¿te acuerdas? —preguntó Vanina, colocándose el cinturón de seguridad.

—¡Oh, por supuesto! Es una delicia. Si queréis la humilde opinión de un simple observador, creo que la señorita Eloise va a disfrutar con la decoración de los platos y del propio restaurante y Vanina va a engullir la comida de la misma manera que el monstruo de las galletas de Barrio Sésamo . —Anamul soltó una carcajada y continuó—: ¡Por cierto! Ni se os ocurra absteneros de los postres, por favor, ¡son pura ambrosía!

—Anamul, he estado pensando dos largos días y creo que he encontrado la frase perfecta para los dos que me pediste buscar —intervino de repente Vanina, con su ya habitual cambio de conversación. Esperó a que el ambiente en el taxi fuera expectante y exclamó—: ¡La filosofía de las estrellas! ¿Qué te parece? —preguntó Vanina con inquietud.

—Creo que no existe mejor frase para nosotros, señorita. ¿Fue Aristóteles quien lo sugirió? —preguntó Anamul.

—El primer día fui directa a él —confesó Vanina ruborizándose—. Pero enseguida recordé el Timeo —diálogo escrito por Platón, considerado el más influyente de toda la filosofía—, donde se encuentra con mayor profundidad la relación entre la filosofía, el asombro por lo desconocido y los astros.

—Estoy impresionado, señorita Vanina. Realmente impresionado. Ahora tengo que proponerle otra tarea, quizás más compleja. ¿Te atreves con el reto?

—¡Por supuesto! ¡Vamos con ello! —contestó animada Vanina.

—Muy bien. El reto es encontrar o crear una frase perfecta para vosotras dos. Recuerda que tiene que ser inmejorable. —Anamul giró la llave del contacto y apagó el coche—. ¿Crees que serás capaz, señorita?

—¡Oh, por supuesto!, cómo sabes cuánto disfruto con un buen enigma sin resolver Anamul —chilló Vanina con evidente ilusión.

Eloise se bajó en silencio del coche recapitulando la conversación que habían mantenido Vanina y Anamul. Se sintió un poco inculta por no conocer el libro Timeo, y la verdad, es que tampoco sabía mucho sobre esos filósofos, pero decidió preguntar luego a su amiga, porque estaba del todo segura de que no la miraría por encima del hombro, ni la acusaría de ignorante.

Todas sus dudas se disiparon cuando vislumbró a unos cincuenta metros el restaurante. Anamul estaba en lo cierto, ¡qué ostentoso! ¡Y cuánto le gustaba aquello!El restaurante era una casa de estilo oeste americano con toques modernos y glamurosos. Las paredes estaban decoradas con lo que parecía la Alhambra de Granada, pero lo que más la impresionó sin duda alguna, fueron los cojines de diferentes texturas y colores que se encontraban por doquier. Había morados de terciopelo, amarillos sintéticos, negros bordados en blanco crudo de esponjoso algodón egipcio, cojines con estampados azules tipo denim, gris perla de pana, turquesas de piel con flecos… había tantos cojines diferentes que Eloise se encontró con la boca abierta dando vueltas en el vestíbulo como una muñeca rusa bailarina, hasta que Vanina fue en su búsqueda y su embelesamiento se esfumó enseguida.

—¡Eloise! Sí que te has quedado impresionada —exclamó Vanina—. ¿Quieres que cenemos o nos quedamos admirando el vestíbulo? —preguntó arqueando una ceja y con una media sonrisa en los labios.

—¡Quiero comer! Me muero de hambre —exigió con mucho entusiasmo.

—Así me gusta, ¡venga, vamos! Mira allí —dijo indicando a un hombre largo y delgado—. El maître que nos está esperando tiene cara de aguacate putrefacto. —Vanina compuso una mueca burlona para hacerla reír.

Las dos mujeres se sentaron en una mesita redonda, con pequeños farolillos iluminando la estancia y, unas orquídeas decorando la mesa en un jarrón de cristal níveo —blancura que asemeja a la nieve—.

—¿Qué quieren cenar esta noche, señoras? —preguntó el camarero con una voz tan gutural, que parecía salida de una tumba.

—¿Le importaría esperar unos minutos, por favor? Todavía no nos hemos decidido —dijo Vanina con una sonrisa del todo falsa.

—Por supuesssssto. —El camarero contestó alargando en exceso la s y, les lanzó una mirada de desdén mientras se alejaba de la mesa.

La carta era una espectacular obra de arte, eso había que reconocerlo. Eloise y Vanina se contuvieron al recordar que no había que comer con los ojos. Después de quince minutos de discusión amistosa, se decantaron por una ensalada —remolacha asada, queso feta de vaca, nueces, hierbas suaves y vinagre de Cabernet— y un Gnocchi de patata chamuscada —puré de calabaza con especias, piñones tostados, calabaza encurtida, oblea de parmesano, brócoli crujiente y albahaca— para compartir; después, Vanina decidió pedir Curry rojo de South Island Wild Goat —papas inca de oro, crema de coco, baby bok choy, hojas de lima kaffir, anacardos tostados y arroz jazmín cocido al vapor— y Eloise se decantó por un Wild Fiordland Red Deer —lomo de ciervo rojo, osobuco estofado, mantequilla marrón kumara, cerezas, setas del bosque, hojaldre y col rizada—. Ninguna de las dos sabía qué había pedido, no conocían ni la mitad de los ingredientes de los platos, así que decidieron probar suerte cerrando los ojos y apuntando con el dedo.

Para el postre no dejaron que la suerte apostara por ellas, optaron por una tarta de manzana —con caramelo de manzana, crumble de avellanas, nueces confitadas, ruibarbo y helado de caramelo de sal marina— para Eloise y una Val Rhona Chocolate Fondant —ganache de chocolate, miga de pistacho, mandarina y helado de haba tonka—, para Vanina. Lo endulzaron todo con un vino Château d’Yquem (cosecha 2003). Disfrutaron tanto con la comida, la fragancia de las orquídeas, la compañía mutua y la tenue luz que las acompañaba en aquella noche, que las dos mujeres no quisieron estropear aquel momento con ningún tipo de charla insustancial. Decidieron, de manera unánime, permanecer calladas y en completo silencio, para exprimir al máximo aquella sensación de bienestar extremo.

Al salir del restaurante decidieron andar un poco y aprovechar para pasear bajo aquel diluido manto de estrellas. Vanina se colocó el bolso plateado debajo de la axila para apoyar su brazo en Eloise y al hacerlo, tintineó un objeto en el bolso.

—¿Qué tienes ahí dentro? —preguntó Eloise como un cura en la Inquisición.

Vanina se ruborizó y dijo:

—Bueno, ya que tenemos algo más de confianza tengo que confesar una pequeña costumbre un poco asocial.

Se acercó al oído de Eloise y dijo susurrando muy bajito:

—Robo cucharillas de café en cada restaurante que voy a comer.

Eloise la miró atónita y se echó a reír como una cabra salvaje en medio del monte.

—Es un ritual que tengo desde que era pequeña, mi madre me regañaba, claro, pero es un instinto que no puedo deshacerme ni con el paso de los años —confesó Vanina.

Al despertarse al día siguiente, Eloise se encontraba flotando de alegría. No había tenido pesadillas, ni malos recuerdos, ni siquiera había pensado en nada, tan solo disfrutaba de cada minuto en aquella remota isla con su nueva amiga Vanina.

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