—¿He acertado?—preguntó Eloise inquieta, como una alumna nerviosa por la nota de un trabajo de fin de curso.
—No hay respuesta correcta, Eloise, esa es la gracia. La pregunta sirve para que te plantees si existe el mundo material, con independencia de que alguien lo perciba —explicó Vanina jugueteando con los pelos que sobresalían de las horquillas.
Eloise se quedó, en sentido literal, con la boca abierta.
—Sí que tienes que impresionar a tus alumnos el primer día —dedujo con interés, Eloise. Sentía cierto orgullo de conocer a una persona como Vanina.
—La verdad es que flipan bastante —repuso Vanina con su habitual desparpajo—. Algunos alumnos (después de concluir la carrera) me confesaron que la mayoría pensaban que era la «típica profesora loca de filosofía». Y con sinceridad, nunca he podido sentirme tan orgullosa por un halago de esa magnitud.
—Me alegro mucho y la verdad es que no me extraña. A mí tampoco me agrada ser normal.
—¡Mira, Eloise! —chilló de repente Vanina señalando hacia el hotel—. ¿Qué te parece si te das una ducha, te arreglas y nos vamos juntas a cenar?
—¿Tú te arreglarías?—preguntó Eloise con cierta inquisición en el tono de voz y una ceja levantada.
—Jajaja, ¡por supuesto! Aunque no lo parezca tengo muy buen gusto con la moda, querida. —Vanina se defendió con una sonrisa abierta y natural—. ¡Vamos, ven aquí! —Vanina logró coger a Eloise y le dio un fuerte abrazo. Un tipo de abrazo con sentimientos cálidos. Un abrazo con fervor y energía. Un abrazo que Eloise necesitaba con un tipo de desesperación, que ni ella misma sospechaba.
Al separarse, Vanina la miró a los ojos con profundidad y dijo:
—Me ha encantado conocerte, Eloise. Con sinceridad, espero que esta aventura sea el comienzo de una curiosa y bonita amistad. —Y como alma que se lleva el diablo, cortó el espacio visual que las unía y se marchó dando sus habituales saltitos por la calle. A los dos segundos se giró sonriente, mientras su melena danzaba alrededor de su cuello y gritó—: ¡A las nueve te voy a recoger! ¡Ponte guapa! ¡Intenta superarme! —Y despidiendo la conversación con una mano alzada se perdió por la calle empedrada.
«Hacía tanto tiempo que no me encontraba cómoda con una persona», pensó Eloise introduciendo la llave en la puerta de su habitación.
—Es una persona tan espontánea, tan libre, que parece transmitir parte de su energía positiva al resto. ¡Voy a dejar de pensar en tonterías! ¡Vamos! ¡Hay que ponerse guapa! Voy a estar tan deslumbrante que ni me va a reconocer, ¡sí!, voy a impresionarla con mi modelito —Abrió el armario de par en par donde se encontraban sus prendas y comenzó una búsqueda exhaustiva y tenaz.
Después de dos horas y media, Eloise se decantó por una maxi falda, de color blanco crudo con una abertura por encima del muslo, dejando al descubierto su pierna esbelta —la que no estaba repleta de antiguos incidentes claro—, era elegante y sencilla, pero a la vez reveladora y atrevida. Lo combinó con un crop top en rosa claro con escote recto, unas sandalias de gamuza en color rosa suave de Jimmy Choo y para concluir el modelito unos preciosos aros plateados muy discretos, pero rebosantes del lujo bohemio que Eloise quería presumir ante su nueva amiga.
Después de maquillarse con luminosidad, adornar sus pestañas con doble capa de máscara color negro, pintarse los labios con un lápiz de color cereza y finalizar con una capa generosa de gloss transparente, para añadir un poco de volumen a sus ya carnosos labios, Eloise se sintió la mujer más hermosa del planeta.
Se miraba y miraba desde diferentes ángulos y todo le parecía perfecto.
—Estoy muy orgullosa de mí misma. Creo que estoy empezando a olvidar mi pasado y a iniciar la maravillosa vida que merezco —confesó al reflejo de cristal en una de sus múltiples conversaciones privadas. No hay nada mejor que el propio reflejo en un espejo.
—¿Y qué vas a hacer con el pelo esta vez? —preguntó el espejo.
—Todavía no puedo dar ese paso. Me siento orgullosa y segura… pero no lo suficiente.
Quedaba el maldito pelo. En cuanto me atreviera todo habría concluido y de forma psicológica, sería un mal sueño, un nefasto recuerdo… una espeluznante pesadilla.
—Quizás mañana podría recogerlo un poco —susurró Eloise en un tono de voz tan imperceptible, que ni el propio espejo la escuchó.
Todas las personas que se encontraban en el vestíbulo del hotel se giraron para observar a Eloise. La mayoría de las mujeres sujetaron fuerte los brazos de sus maridos, como temiendo que fuesen corriendo tras ella y se inclinasen a besar sus pies, unas pocas mujeres la miraban con evidente envidia y animosidad, y otras tantas mujeres lanzaban miradas sensuales y caídas de ojos, con incuestionable deseo sexual.
Eloise era consciente de causar tal exhibición, por lo tanto, con tranquilidad y mucha parsimonia decidió continuar el recorrido hasta las puertas giratorias, que denotaban la salida del hotel.
Un hombre atractivo que se encontraba en el vestíbulo, hizo un vano intento de causar impresión caballeresca, sujetando una de las puertas giratorias, con la intención de que Eloise pasara por allí y hubiera un cruce de miradas como mínimo, pero el resultado fue una escena burlesca y ridícula, ya que el hombre atractivo acabó en el suelo con las piernas desparramadas bajo el sonido de las risas de todos los presentes, excepto la del infausto caballero, por supuesto. Eloise aprovechó para lanzar una mirada burlona y despectiva antes de darse la vuelta.
—¡Guauuuuuu! ¡Estás despampanante! ¡Qué cruel eres! Me superaste con creces —exclamó Vanina en cuanto vio aparecer a su amiga.
Se encontraba apoyada en la verja de los jardines del hotel, sujetando un pequeño bolso plateado.
—¡Dijiste que me pusiera guapa! Quise impresionarte con mi excelente gusto en moda milanesa —replicó Eloise con cierto desparpajo tan poco común en ella.
—¡Joder, pues lo has conseguido, preciosa! ¡Bueno y qué! ¿Qué te parece mi modelito edimburgués? —preguntó riéndose Vanina, mientras daba una vuelta sobre sí misma con expectación por el veredicto.
—¡Presentamos a la modelo Vanina Ferroni, proveniente de la preciosa ciudad de Edimburgo! Arriesgando como de costumbre, Vanina nos obsequia con un pantalón palazzo azul claro, un crop top blanco plateado que no deja a la imaginación el generoso volumen de sus pechos y un peinado de diadema trenza que realza su belleza de ninfa de los bosques. —Eloise consiguió imitar la voz de un locutor a mitad de partido.
—Jajaja, ¡qué zalamera eres!, pero la verdad es que tienes razón, me he superado a mí misma. —La risa cantarina de Vanina inundó los jardines que rodeaban el hotel—.
Las verdades son buenas para el alma, te gusten o no —dijo de repente Vanina.
—Creo que esa es tu faceta filosófica —añadió Eloise con una sonrisa en los labios—. Que sepas que me encanta.
Vanina la observó durante unos segundos sin creer que fuera sarcasmo y la agarró del brazo para caminar juntas hacia el taxi.
—Por cierto, Vanina, ¿dónde vamos a cenar? ¿Has reservado en algún sitio? —preguntó Eloise con una pizca de inquietud.
—¡Relájate! Claro que he reservado. Es el restaurante Botswana Butchery, me lo recomendó un taxista que conocí el primer día que llegué a esta preciosa isla. ¡Mira, allí está su taxi! ¡Vamos!, te voy a presentar a la joya de Nueva Zelanda.
—¡Hola, Anamul! —exclamó Vanina.
—¡Qué sorpresa más agradable! —dijo Anamul con una sonrisa tan amplia como su chaquetilla—. Las dos mujeres más bellas e inteligentes de esta isla se han encontrado. ¡Qué coincidencia más asombrosa! Contadme cómo fue, por favor, ¡tengo infinita curiosidad, señoritas! —suplicó Anamul, mientras abrió la puerta del taxi para que las dos mujeres pudieran ocupar sus asientos.
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