Irene Alonso Álvarez - No quiero ser una muñeca rota

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Eloise nació siendo una chiquilla aterrada en un pequeño pueblo del Sur de la Toscana. Hace unos años consiguió escapar de casa; cuando su familia intentó ingresarla en un centro de trastornos mentales. En la actualidad es una mujer triunfadora, meticulosa, atractiva y con una inmensa cuenta corriente. Hasta que, su hermano la encuentra y todo su mundo se derrumba. Pero no se da por vencida y continúa luchando con sangre y miedo para alcanzar su verdadero objetivo: La Felicidad. Pero ser feliz es más duro de lo que ella pensaba. ¿Qué serías capaz de hacer por ser feliz?

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Contenía una serie de imágenes de Ferrari a una velocidad tan extrema, que parecía que iban a desaparecer de la fotografía impresa.

—Señora, ya hemos llegado a su destino, que tenga un buen día —dijo el conductor de Uber con una voz amistosa y servicial.

Eloise dio las gracias al conductor con un tono de voz soberbio diluido en arrogancia y acto seguido se bajó en la Via Milanese, justo al lado del Sapori del Salento, un restaurante atestado de niños pequeños destruyendo el local y turistas borrachos.

Nota para el lector: Que ningún padre se sienta culpable por estar ocupado. Son los niños los que tienen que aprender a educarse.

—Al llegar al punto de encuentro, un hombre moreno y atractivo me estrechó la mano y se presentó con el nombre de Ricardo, explicando que era mi entrenador y supervisor en esta aventura. Me sentí tan relajada con él que, a cada momento hacía que me sintiera única en el Ferrari rojo. Me enseñó cuando debía acelerar y en qué momento reducir la velocidad. Ricardo sí que disfruta de la vida, lo puedo sentir. Es una persona feliz con las cosas más simples.

«¿Es esa la verdadera felicidad? —pensó Eloise, ensimismada—. Quizás debería probar a cambiar ciertos aspectos de mi vida. Hacerlo todo más simple en mi vida. Sin complicarme lo más mínimo. En la sencillez está la felicidad».

Al bajar del coche me temblaron un poco las rodillas e intenté sin éxito disimularlo, Ricardo lo notó y, gracias al cielo me ayudó a recomponerme. Aclaró que no me preocupase, porque era muy normal. Cuando dijo en voz alta la palabra normal creo que lo miré un poco mal, con frialdad… nunca me había sentido atraída por la casilla de la normalidad, reflexionó con cierta aflicción.

Le di las gracias a Ricardo con un tono más amable de lo acostumbrado y nos despedimos con un apretón de manos cálido y confortable.

Día UNO

Al día siguiente, Eloise se levantó de la cama saltando sobre sus pantuflas perladas, con el pelo lamiendo la mitad de su cara.

Era idéntica a una versión Disney de como despertar de la cama con una molécula de Tim Burton.

Salió de casa con un Versace azul Persia ajustado, cruzado y drapeado. El tejido arrugado se amoldaba al cuerpo de Eloise como una segunda piel; largo hasta las pantorrillas, con lo que podía disimular los moratones del otro día. Decidió cruzar la puerta de su casa con unos tacones nude de Salvatore Ferragamo.

Respiró el aire otoñal mezclado con el aroma del alba. Ese olor característico que surge nada más salir de casa por la mañana, cuando todavía es muy pronto para que los niños vayan al colegio, pero no tanto como para los trabajadores, que arrastran los pies por el asfalto en busca de un ladrillo volador que los destroce la vida. Prácticamente un olor efímero.

«Ya que me voy a tirar al agua, quiero hacerlo a lo grande», pensó Eloise, entretanto, se dirigió a la escuela de Taormina para comenzar con el Día 1 de su lista. Comprobar la infinidad.

Lo primero que hizo fue conseguir un certificado, a través de un curso de buceo en una villa histórica, conocida como Casa Silva —a pocos metros del Teatro Griego— que le permitiría bucear por todo el Índico sin instructor, ni compañeros desconocidos o desagradables.

Más tarde, se acercó al centro de la ciudad en busca de un equipo de submarinismo, pero por desgracia no encontró ninguna tienda especializada y en contra de sus deseos tuvo que hacer un pedido por internet a una tal scubastore . Después de una lucha intensa se decidió por un traje de gama alta de neopreno de color negro, unas aletas negras con las rayas laterales en azul, una máscara de buceo de color blanco perla y otros cuatro accesorios más que, fueron pura vanidad y un deseo vehemente por comprar productos del todo innecesarios.

En el curso le indicaron que las mejores inmersiones se encontraban en el océano Índico, detrás de su tarjeta promocional escribieron tres nombres: Mauricio, Reunión y las Seychelles. Al buscar en Internet sus tres opciones, se decantó por la última (razón: el nombre le había dado coraje y decisión).

Fue directa a Seychelles, con exactitud a las islas Alphonse. Iba, en sentido literal, corriendo por encima de los granos de arena. Aquel lugar era un paisaje de ensueño. Eloise sentía la felicidad entre aquellos colores tan calurosos.

Estaba tan emocionada de poder observar las maravillas del océano, que eliminó todas sus barreras mentales y recordó con brevedad un episodio de su niñez, cuando fue al cine por primera vez a ver La Sirenita . Eloise movió la cabeza en todas las direcciones posibles y rechazó ese cruel recuerdo, como a las moscas pesadas en pleno verano, aunque los espantes siempre vuelven a molestar.

—¡Aquí estoy! ¡Lo he logrado! Estoy zambullida bajo las aguas cristalinas de color turquesa observando todo tipo de peces, desde pargos, bonitos, peces ballestas, jureles de aleta azul, tortugas laúd, rayas jaspeadas, langostas… ¡hasta tiburones toro y tigre!»Quiero ser sincera. En realidad, lo único que vi fueron peces. Muchísimos peces. Y claro que eran diferentes, pero ¿quién tiene tiempo de conocerlos a todos? Parece ser que a los instructores de otros grupos sí que les interesa esta… fauna marina.

»Pero lo que más me gustó sin duda alguna, fueron los interminables pasadizos que había en el mar; parecía un laberinto con sus propios jardines corales. Los colores que inundaban el paisaje marino eran, con suma diferencia, mágicos. Sentía que la naturaleza marina me estaba brindando una mano para poder abrazarnos. Todo era tan puro, tan espiritual, tan… indeterminado.

»Salí del agua con la boca abierta y un brillo en los ojos muy similar a los destellos de los corales con el reflejo solar.

Eloise vislumbró en su rostro una diminuta, transparente, incolora y efímera sonrisa. Con la particularidad de las personas abruptamente deshechas.

Capítulo 7

Todo nuestro mundo era perfecto y único. Hasta que un día, un egoísta huracán destrozó nuestro hogar.

D ía DOS

(Nota: los «días» no significa que sean veinticuatro horas, ni que sea al día siguiente).

Me desperté sobre la alfombra, aspirando el aroma de las pelusillas recién creadas en la madrugada.

Intenté por todos los medios posibles no recordar la angustiosa pesadilla. Me levanté de un salto y fui directa a la ventana, la abrí de par en par, deslizando con poco cuidado las cortinas bordadas que, hacían conjunto con mi dormitorio. Asomé la cabeza fuera de la ventana y aspiré el aroma caluroso, propio del periodo canicular —temporada del año más calurosa—. No pude disfrutar mucho de la fragua que había en el aire, ya que tenía que pensar con rapidez una solución para mis pesadillas.

La lista estaba funcionando, reconocí paseando sin rumbo fijo por los pasillos de mi casa. Necesito continuar con la lista. Tengo que confiar en que funcione y, cuando todo acabe, seré una persona diferente.

—¡Solo quiero ser feliz, joder! —chilló al espejo de la entrada—. Vale, relájate. Vamos a continuar con el cambio. Todos los cambios son difíciles al principio. Voy a tomármelo como si fuera una dieta. Nadie quiere dejar de comer carbohidratos, pero todos quieren una figura fibrosa en verano. Yo voy a conseguirlo desde el principio. ¡Venga! ¡Tú puedes! ¡Puedes con todo! Eloise pensó durante un breve espacio de tiempo y, decidió volver a llamar a la empresa donde trabajaba. Esta llamada duró ocho minutos, en los cuales la instigaron a coger un periodo de vacaciones para recuperarse con plenitud de su enfermedad. En ningún momento hablaron sobre un despido inminente, al contrario. Por muy extraño que parezca, solo le desearon que se curase y que volviese a ser la de antes.

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