La misma constatación la realizan quienes, como psicoterapeutas, comparten con sus pacientes ejercicios para modular su mundo interno hacia una mayor libertad, los educadores que las enseñan a niños de todas las edades y quienes las aplican en grupos comunitarios para la superación de la violencia, del aislamiento, del sinsentido.
Es desde ese punto de vista laico que me referiré al budismo cada vez que lo mencione: como una Psicología (porque, además, lo es). Una Psicología que tiene dos mil quinientos años de antigüedad. En lo personal, no pertenezco a ninguna comunidad religiosa y tomo de cada una de ellas lo que me ha sido buena herramienta para trabajar sobre mí y para acompañar a otros.
Entonces, así será a lo largo de todo este libro, ya sea que me refiera al budismo o al cristianismo, el taoísmo, o cualquier otra tradición de sabiduría. Curiosamente, todas –tan distintas vistas desde afuera– tienen un núcleo en común y prácticas que se emparentan, quizá porque la Sabiduría se da al beber del agua de una misma Fuente: una Filosofía Perenne, como le llamó Aldous Huxley, advirtiendo ese núcleo en común, que no muere a lo largo del tiempo.
Así es como la Psicología Transpersonal, a la cual me he dedicado desde que me gradué de la universidad, en 1984, vuelve estas prácticas un camino para ahondar en uno mismo mucho más allá que el intelecto: desde lo cotidiano hacia lo trascendente, tanto sea para aplicarlas en el trabajo sobre sí como en psicoterapia.
Sintetizando: para la práctica de Maitri no hace falta “hacerse budista”, pues es una actitud psicoespiritual que va más allá de todo credo y que, de otras maneras, se expresa en diversas tradiciones. Valdría, inclusive, para quien se considerara agnóstico o ateo, pues así como hay personas que se dicen religiosas pero carecen de una verdadera espiritualidad vivida, hay ateos que son dignamente espirituales en sus actos y en sus principios, aunque conceptualmente no se autodesignen como tales.
Allí vamos, entonces…
Me viene ahora el recuerdo de George Orwell, en su novela 1984 : “Lo que no se puede decir no se puede pensar”. ¿Puedo pensar cosas buenas sobre mí? ¿Puedo decir que me va bien en la vida cuando así es, que soy feliz, que me siento bien conmigo misma?
Trabajando con talleres grupales he visto a repetición este fenómeno: si una consigna para un ejercicio entre varios consiste en decir los principales rasgos “negativos” de uno mismo, la enumeración fluye profusamente, sin que alcance el tiempo disponible como para que se agote. Pero cuando la consigna cambia y se trata de enunciar frases que, honestamente, declaren cosas como: “Sé que soy muy bueno escribiendo poemas”, “Soy un excelente orador”, “Valoro en mí la capacidad para escuchar a los demás”… Allí la fluidez se coarta: la respiración se entrecorta, la persona vacila, se sonroja, desvía la mirada, se le queda la mente en blanco.
¿Qué nos sucede? Nos sucede que hemos aprendido que pensar bien de nosotros es pensar mal. Que valorarnos es narcisismo, egolatría, un pecado mortal… y que decirlo es ¡lo peor! Existen varias palabras para ello considerándolo como un defecto: arrogancia, presunción, petulancia… En cambio, para la virtud desde la cual se puedan enunciar con modestia nuestras propias bellezas y dones verdaderos, no hay palabras. A lo sumo, tenemos que sumar el prefijo “auto” a la palabra “valoración”, para salir del paso. Pero en lo coloquial ese vocablo se usa muy rara vez.
Hablar de las propias virtudes nos vuelve sospechosos (sobre todo para nosotros mismos): sospechosos de fraude. Y esto se acentúa en las buenas personas. Las buenas personas son las más duras consigo mismas, las que menos se perdonan, las que más se exigen y menos merecedoras se sienten.
Busquemos, entonces, una palabra que nos sirva, que nos salve, que nos sane. ¡Aunque se la pidamos prestada a otro idioma! En lo personal, la palabra Maitri me produce el descanso necesario para tanto dolor autoinfligido.
Veamos: el budismo describe el concepto de Maitri como “amor benevolente, gentil, sanamente compasivo”: ejercer una buena mirada hacia aquello que se mire. Se trata no solamente de una disposición bondadosa que nazca espontáneamente de nuestro interior: implica una práctica intencional, cotidiana, para que esa actitud se convierta en nuestro modo de vivir.
La noción de practicar es algo que quisiera resaltar enfáticamente: el ámbito de la práctica será tanto la soledad y el silencio (meditando, o relajándonos al contemplar algo con los ojos abiertos), así como lo serán los asuntos que se dan en medio de la vida cotidiana.
Pero cuidado: esto no significa, en relación con las hostilidades e injusticias del mundo (o las que nos acontezcan personalmente), sostener una actitud blanda, obsecuente, basada en una seudoespiritualidad. Muy por el contrario: adoptar la compasión sabia, hacia los demás y hacia sí mismo, como modo de vida, implicará tener una gran fortaleza y muchas veces una enorme valentía. Sería, por ejemplo, desde la práctica de Maitri , poner un límite, decir un contundente “no” e incluso ser un activista por los derechos de los más vulnerables. Porque compasión tampoco es lástima: implica ir realizando cotidianamente la práctica del discernimiento para saber cómo ejercerla con la mayor lucidez que nos sea posible. (Volveremos a este punto más adelante).
Entonces: Maitri , en sentido global, es la práctica de la compasión sabia hacia todo. De manera más acotada, aplicaríamos el término a la relación con nosotros mismos: una mirada benevolente, que nos permita el despliegue de nuestra real identidad.
Necesitamos varias palabras para expresar ese concepto aún no instalado en Occidente, tal como lo comentaba en la Introducción. En ese sentido, Maitri se traduciría como “amistad incondicional consigo mismo”, al decir de Pema Chödrön. Pema es una destacada monja budista, nacida en Nueva York en 1936, quien, por haber crecido en Occidente y haber tenido una intensa vida personal antes de encontrar el budismo, me resulta una muy buena “traductora” de esas prácticas de Oriente. Llegó a ser abadesa de un monasterio y, en el momento en el que escribo estas palabras, ya mayor, aún brinda sus enseñanzas llenas de amor y de humor. (Podrás encontrar varios libros de Pema traducidos al castellano).
Ser dos, para llegar a ser uno
Todo lo que he mencionado hasta aquí nos está hablando de un uno , que es como si fuera dos: mi-relación-conmigo-misma. Dicen los sufís: “Para llegar a ser Uno, primero hay que ser dos”. Tal vez de ello se trate este camino hacia la congruencia. Ya te lo iré describiendo, pero, a cuenta, te digo que esto referiría a la capacidad de discernir nuestra mente condicionada respecto de nuestra hondura. Yo-me-observo-a-mí-mismo. Yo-me-trato-afectuosamente-a-mí-misma.
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