Al día siguiente comprobamos que ninguno de los del hotel sabía del histórico suceso amoroso que regaló al arte tantas bellas melodías: ni el conserje mexicano, ni el mozo argelino ni el barman venezolano ni la congoleña que vino a tendernos la cama a la mañana. Nadie parecía saber a qué nos referíamos.
Por suerte, nos dieron una habitación alta con orientación a la ensenada desde donde la vista podía deleitarse perfectamente con la torre de Nôtre Dame de la Garde, a la izquierda, y Le Château d’If, fortaleza edificada bajo las órdenes del rey Francisco I a principios del siglo XVI para proteger las costas francesas, a la derecha. Cuando lo vi recordé la anécdota del pobre rinoceronte indio que hizo escala allí en 1516, transportado por una nave portuguesa desde Lisboa a Roma como presente para el papa León X. Regalos originales de otra época que hoy moverían a Greenpeace y demás asociaciones defensoras de los derechos animales a una gran cibermanifestación de condena.
El cielo despejado de nuestra primera noche marsellesa y la brisa cálida del verano invitaban a dejar las valijas rápidamente y tomar un kir en alguno de los innumerables barcitos del viejo puerto. Hacia allí nos dirigimos pero, lejos de encontrarnos un café Pouchkine por la rambla, se nos aparecían cervecerías de todo tipo y típicos bistros de comida rápida, donde se ofrecía más shawarma que tatin. A falta de kir, terminamos tomando un helado en Häagen Dazs al lado del hotel. Mañana sería un nuevo día, o mejor dicho sería el gran día: 14 de julio en Marsella.
Temprano, decidimos ir hasta una de las playas en transporte público. A medida que avanzábamos se empezó a abarrotar el bus. Algunos evidentemente eran turistas, pero la mayoría parecía gente del lugar cargada de bolsos, sillas plegables y sombrillas, lo más parecido a enero en Mar del Plata. Lo curioso es que nadie hablaba francés. Gritaban turco. Nos sorprendió que el mismo chofer saludaba en la lengua de los sultanes a los que ascendían, mientras parpadeaba el cartel luminoso que colgaba del techo con la leyenda: “Bienvenue à bord!” (¡Bienvenido a bordo!). Con Claudia nos mirábamos desconcertados y tratamos de no hacer comentarios sobre nuestra sorpresa lingüística porque probablemente alguno entendiese español. Llegamos a Le David. Imposible pasarnos con semejante réplica del florentino, que nos daba la clara señal de dónde bajar como indicando playa nudista.
Nos sorprendió el contraste de la escultórica bienvenida tan ligera de ropas con los bañistas repartidos por la extensa orilla: predominaban mujeres con túnicas y burkas, otras gitanas tan vestidas como las musulmanas y muchos niños chapoteando. Me acerqué a una de ellas que solo mostraba sus ojos y el dedo gordo del pie y le pregunté por qué venía a la playa si permanecía tan tapada, a lo que me respondió: “Pour mes enfants”. Con Claudia nos miramos y pensamos si realmente seríamos capaces de hacer algo así por Elisa y Julia, a quienes habíamos dejado en lo de mi suegra. Y “Usted ¿es… siria o…?”. “¡Francesa!”, me cortó, a lo que no hice más comentarios. Claro. La globalización.
Cuando contratamos el hotel, nos queríamos asegurar la celebración y el espectáculo de los fuegos artificiales. Nos dejó contentos leer en un volante de anuncio con letras azules y rojas: “14 de julio. 22:00 horas. Juegos de luces y sonidos: espectáculo pirotécnico de treinta minutos de duración desde el Fuerte Entrecasteaux con vista al Puerto. Luces que danzan al ritmo del recuerdo del hecho emblemático de la humanidad”. Cenamos temprano y a eso de las nueve nos fuimos a la dársena a esperar. Cada vez se poblaba más de gente. A la hora señalada, comenzó a brillar el cielo con los fuegos de colores pero… ¡la música! ¿Qué les pasa a estos franceses? Lejos de escuchar Maurice Chevalier, Charles Trenet, Johnny Hallyday o Edith Piaf, las luces de artificio danzaban al compás de Coldplay, Maroon 5, Cyndi Lauper y quién sabe quiénes más en lengua inglesa, y yo que pensaba que al final iba a escuchar buen francés. Hubiese preferido hasta a Zaz. Insólito festejo patrio.
A la mañana siguiente comenzaría mi trabajo en el festival y Claudia se iría por la ruta de la lavanda hasta Valensol. Tendríamos mucho para contar al regreso.
Abrí la ventana y contemplé una vez más la bahía. Los veleros llenaban el Vieux-Port, los mástiles cintilaban bajo la implacable luz de la luna en una noche estival. El aire tibio entraba a nuestra habitación y era una mezcla curiosa: una brisa subtropical acariciando una decoración barroca, tan curiosa como esa amalgama cultural donde me sentía más francés que sus habitantes. §
John en el cielo con diamantes
Graciela Cutuli
Imagine / John Lennon
Escena 1
La antesala del más allá. Un gran espacio en blanco, iluminado por rayos del sol matutino, con dos puertas y sendos carteles que dicen de un lado “Bienvenidos al Paraíso” y del otro “Dejad toda esperanza, los que entráis”.
Junto a cada puerta, dos baños que indican WC hombres - WC mujeres.
Se levanta el telón. San Pedro aparece corriendo y se mete en el baño de hombres, del lado del Infierno. Mientras está en el baño, entra John Lennon.
Escena 2
En los mingitorios, de espaldas, San Pedro y John Lennon.
—¿Qué hacés acá? —preguntó San Pedro al recién llegado.
—¡Lo mismo tendría que decir yo! ¿Qué hacés vos acá? —contestó John con la desfachatez de toda la vida.
—Yo soy el portero del cielo. Estoy siempre acá, te recuerdo que este es mi lugar hace dos mil años. Y por si no sabías no hay baños ni en el Paraíso ni en el Infierno. Así que tengo que venir acá, y los que recién llegan también, es su última vez para ir despidiéndose de los ritos y placeres terrenales. Algunos creen que van a poder lavarse las manos, a lo Poncio Pilatos, y así van a ir derecho al Paraíso. Qué ingenuos, como si no nos diéramos cuenta. Y eso que San Pedro sabe por santo, pero más sabe por viejo… Pero vos todavía sos joven, recién sacaste un disco… ¿qué hacés acá?
—Un loco me pegó un tiro. Estaba obsesionado con Holden Caulfield… en fin. Cosas que pasan. Me hizo firmar el disco, me esperó y me mató. Te digo que ya es un milagro que haya vivido hasta los cuarenta, entre el LSD que nos hacía caminar por las paredes y las locas que se nos tiraban encima en los recitales, sobreviví de milagro.
—¿Y por eso te encerraste ahí en el Dakota después?
—Estaba harto, San Pedro. Que Paul, que George, que los Beatles, que los genios de Liverpool, que Cynthia, que Julian, que la tía Mimi… no paraban nunca. En fin, ¿vos qué decís? ¿Qué me toca? ¿Cielo o Infierno? Ya estuve en los dos lados, pero allá abajo. Espero que acá arriba sea un poco mejor.
—Te recuerdo que dijiste que ustedes eran más populares que Jesús.
—Ah sí, me tendría que haber imaginado que me ibas a venir con eso. Pero ya lo expliqué mil veces, yo nunca quise compararnos con Jesús. Además recordarás que en Estados Unidos nos quemaron todos los discos, nos satanizaron… digamos que con eso ya cumplimos.
—También dijiste que Jesús estaba bien, pero sus discípulos eran burdos y ordinarios. Y te recuerdo que yo era uno de esos discípulos.
—Y yo era uno de los Beatles… ¿qué querés que te diga? Estamos a mano.
—Quiero que me digas por qué cantaste “Imagine there’s no heaven”... No es por nada, pero viste, acá lo tenés a un paso el Paraíso. ¡Y encima después le pusiste “and no religion too”! ¿No será mucho?
—También canté sobre una hermandad de seres humanos, viviendo todos juntos en paz… ¿Tu maestro no predicaba algo parecido?
Читать дальше