Florencia Agrasar - #QuedateEnCasa. Relatos en pandemia

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#QuedateEnCasa. Relatos en pandemia: краткое содержание, описание и аннотация

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#QuedateEnCasa surgió porque precisamente nos quedamos en casa. Es el resultado final de un juego en equipo donde todos ganamos; un juego que nos mantuvo divertidos, unidos -más cerca que nunca- durante buena parte del aislamiento social, preventivo y obligatorio. Nueve amigos, vinculados desde hace tiempo con la tarea de escribir, nos propusimos hacerlo periódicamente y comprobamos una vez más que el arte verdaderamente «salva». Escribir pone en movimiento, hace vivir. Agrupamos los sesenta relatos en tres partes, siguiendo un criterio temporal: Días de inicio, Momentos de cambio y Tiempos de final. Principio, medio y fin como la vida misma. Una vez ordenados, advertimos que el libro cifra en su estructura una fecha difícil de olvidar: 20 de marzo (3) de 2020. El revés de las muchas y diversas tramas aquí contadas – hay extraterrestres, abuelas malvadas, anécdotas literarias, restos de fiestas, muertes, nacimientos, viajes desopilantes y otros desoladores- encierra el tiempo que este año tuvo una nueva e insólita dimensión. Cada relato acentúa un momento particular del transcurrir pero no excluye los otros, invita a esa especial percepción del paso -o del no paso- del tiempo experimentada por muchos durante la pandemia y testimonia el valor de la amistad, al sabernos acompañados y sostenidos unos por otros.

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—Se te cayó la tijera —le dije a propósito.

—Sí, se me cae todo, es para romper esto, seguro que me corto, es difícil pero voy a tomar valor. Tengo que hacerlo rápido, si no, se va a enterar. Prefiero hacerlo acá, así nadie sospecha y no dejo rastros. Ya lo hice otras veces y por suerte no me descubrió. Piensa que estoy obsesionada, y sí, la verdad que ya me estoy volviendo loca y tiene razón, estoy obsesionada y monotemática. Por eso vine acá, para no dejar rastros de nada, es esto y se acaba... Y después que sea lo que tenga que ser.

Mientras decía todo esto, se oían movimientos extraños. Esta mujer sí que está loca pensé. ¿Sería la película que me estaba afectando? ¿Qué hacía yo, a esta hora de la madrugada, en un baño del cine, escuchando a una desquiciada que quién sabe por qué tenía unas tijeras? Empecé a sentir miedo. ¿Sería una suicida, o peor, una asesina?

—No puedo más —dijo—. Ya está. Tengo que esperar unos segundos, igual, ya esperé demasiado todos estos años. Dejé el tratamiento. No funcionó.

Escuché una especie de grito y enseguida un llanto, un llanto tímido al principio que después fue tornándose cada vez más estruendoso. Me quedé paralizada. El llanto se mezclaba con risas ahora. Pensé que estaba totalmente loca.

Nuevamente más llanto descontrolado.

—¿Estás bien? —le pregunté mientras agarraba mi cartera para salir corriendo. Intenté abrir la puerta pero el pestillo giró en falso.

—Sí, creo que nunca estuve mejor.

Temblé. Estaba loca. Era una asesina serial, una demente que quería apuñalarme con su tijera.

—Qué bueno que estés ahí —dijo—. Con alguien desconocido es más fácil, así voy practicando.

Estaba petrificada. La puerta de su cubículo se abrió.

—Quiero mostrarte algo —dijo.

La cerradura cedió y abrí. Sin pensarlo dos veces salí. Si tenía que enfrentarme con mi asesina mejor que el tormento se acabara pronto.

La vi. Estaba parada con algo que sostenía en la mano.

—Dio positivo —me dijo, mostrándome el resultado de un test.

Sin que yo atinara a hacer nada, me dio un abrazo y salió corriendo. Suspiré aliviada. Mi asesina serial iba a ser mamá. §

Manos ásperas

Mabel Fuzzi

картинка 10Bariloche / Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete

Empieza a caer el sol, ya falta poco para que oscurezca. Termina para Germán otro día largo de trabajo. Contempla las últimas tallas, les sopla el polvillo, las prueba una vez más tocándolas y disfruta: ha quedado contento con el resultado. Ordena. Pone aparte las tallas que deberá pulir mañana, va guardando algunas herramientas con las que tropiezan sus manos, barre el piso del taller lleno de virutas, busca la pala que no encuentra y termina apoyando el escobillón en el rincón; deja limpio todo, cierra la ventana sobre el banco de trabajo, apaga la radio, recoge el mate y el termo y sale hacia la casa tras cerrar con llave la puerta del tallercito que se encuentra al fondo de un terreno alargado que compró hace años en la Avenida Bustillo, hacia Colonia Suiza.

Está frío. Ya empiezan a insinuarse en los árboles los colores otoñales. Espera esta época todos los años, y día tras día observa los cambios: amarillos, ocres, marrones, rojos… Se maravilla. Aspira profundo, echa la cabeza hacia atrás, estirándose, y mira el cielo. Disfruta siempre de esos dos últimos gestos antes de guardarse en la casa. La bocanada es profunda y fresca, con olor a árbol vivo; y aspira fuerte, como si quisiera sacarse de los pulmones el olor a madera que respiró todo el día en su banco de trabajo.

Y mientras mira el cielo y los árboles, por un instante le viene la imagen del río enorme y marrón desde el ventanal luminoso de un piso alto en Puerto Madero. Y luego, su hermano Manuel, que le volvió a la cabeza una y mil veces desde anoche. Se lo imagina en esa oficina de la empresa familiar, mirando ese mismo río enorme y marrón, parado junto al ventanal, como si lo viera desde atrás, desde la puerta del despacho. Y después, viene la imagen de Manuel junto al gran escritorio de cedro y nogal, agachado y agarrándose el pecho… Aunque nadie le contó cómo había sido ni dónde estaba su hermano cuando sufrió el infarto, esa es la imagen que ha estado acechándolo todo el día. El poderoso Manuel Ojeda, contemplando el río como un rey contempla su imperio, y el otro Manuel, simplemente su hermano, débil, vulnerable en medio del infarto, y luego entubado, en coma, solo, en una cama de terapia intensiva.

Le duele la distancia, no poder pasar este trance en Buenos Aires con los suyos. Piensa en Manuel. Y todavía no puede creerlo…

Se pregunta si a él le podría haber pasado lo mismo. Cuando tenía poco más de veinte años decidió negarse a seguir los planes familiares para su propia vida y se mantuvo tercamente en su posición de no estudiar ni trabajar en nada relacionado con la empresa familiar. “¡Demasiado pendejo para saber lo que te conviene!…”, le recriminó el padre. Y fue un escándalo, casi una vergüenza cuando le escucharon decir que quería trabajar la madera. ¡Estatuitas de madera en vez de puentes, rutas o complejos habitacionales y hoteleros! Todos pensaron que era un perdedor, sin ambiciones, sin proyectos.

Se pregunta qué vida tendría ahora si no se hubiera venido a Bariloche como artesano. Se imagina en un Jeep conduciendo por Libertador, de Madero a San Isidro, en vez de la Bustillo, de Bariloche a la Colonia, y llegando a una posible casa en Las Lomas, en vez de la cabaña en la que está entrando ahora, donde el aire huele rico y promete polenta con bolognesa.

—¡Buenas, buenas…! ¡Ya casi comemos! —dice Claudia sonriendo y le da un beso y lo abraza.

Y él se mira las manos callosas y heridas de astillas, que podrían haber seguido siendo delicadas, hábiles con el teclado en vez de las gubias. Y recuerda las tallas y el olor a madera que hace un rato dejó atrás, en el tallercito en el fondo del terreno.

Piensa. Pero no encuentra en qué pudo haber perdido… §

Voilà

Teresa Téramo

картинка 11On ira / Zaz

Llegamos en el tren de las ocho a Marsella, la víspera del 14 de julio. Tanto Claudia como yo somos historiadores y teníamos este gusto pendiente: pasar el llamado “Día de la Patria” en suelo marsellés. Coincidía la fecha con el Festival Internacional de Cine Documental (FID), en el que actuaría como jurado, y Claudia aprovecharía esos momentos cuando me “robaría el trabajo” para visitar la plantación de lavandas, empecinada como estaba en conseguir productos L’Occitane a mejor precio y conocer de cerca esa fábrica-jardín de delicias epidérmicas.

Habíamos reservado en el hotel Beauvau, donde pasó las noches Frederic Chopin con George Sand, por una simple cuestión romántica de ocupar el lugar que inspiró al músico polaco tantos preludios y nocturnos en 1840. Al entrar, nos dimos cuenta de que nos costaría mucho identificar los rincones del pianista. El hotel estaba totalmente reciclado a nuevo y al preguntar, tratando de expresarnos en el mejor francés posible, por dónde exactamente había transitado la célebre pareja Sand-Chopin, una voz en español-mexicano nos dijo que no tenía idea. Nos sorprendimos. Pensó que nuestra sorpresa se debía al haber sido “descubiertos” en nuestra nacionalidad y añadió: “Porque se nota que ustedes son argentinos, ¿no?”. Probablemente nos habían escuchado cuchichear cuando entramos y, además, a Claudia la delataba como siempre su matera, de la que no se separaba en ningún viaje, ni siquiera transatlántico.

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