Osvaldo Bazán - Seamos libres

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"Porque es hora de que les dé vergüenza de una vez por todas arrear pobres, manosearlos, jugar con su miseria. Que les dé vergüenza celebrar una lealtad de morondanga al que más chorea. Que les dé vergüenza ser nietos putativos del fascismo mussoliniano, el de 'al amigo, todo; al enemigo, ni justicia'."
Este libro trata de la impunidad, del choreo y de la venganza, los tres pilares básicos en los que se asienta el gobierno de Fernández-Fernández, y de cómo ciertos intelectuales, artistas, periodistas y empresarios son cómplices del desastre. «Seamos libres» propone alternativas para cambiar el rumbo y contrarrestar este presente de loas a los dictadores venezolanos, verdades precocidas, testigos torturados y ahorcados, presos comunes liberados, presos distintos en mansiones robadas, jueces perseguidos, jubilados estafados, derechos humanos violados, consagración del pobrismo, reformas judiciales direccionadas para el beneficio propio, periodistas patoteados, marchitas, sarasas y cosos.
Para que Ezeiza deje de ser la salida.
Para que recuperemos la República para todos los argentinos. ¿Cómo fue que llegamos a pensar que no podíamos?

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Habíamos pasado trece días de desesperanza, pero no teníamos en cuenta que, aquella noche del 11 de agosto en la que no habíamos podido dormir, un muchacho, Gonzalo Bergareche, que todo el día de las elecciones había estado en la escuela Nuestra Señora del Líbano en Villa Lynch, como fiscal adjunto por Cambiemos, aprovechó su bronca para sacar cuentas. ¿Cuántos votos faltan para que no vuelva el pasado? ¿Quién tiene que votar? ¿Cómo se motiva a toda esa gente? Hizo cuentas, pensó cuánta gente más tenía que votar, qué adhesiones se podían conseguir. El 12 de agosto de 2019, a las 16:51, mientras a su alrededor decenas de compañeros de oficina —muchos de ellos, votantes de Fernández— se restregaban los ojos frente a las pantallas, sin poder creer la suba vertical del dólar y el riesgo país, todo desatado por el resultado de la votación, tuiteó:

SABADO 24 DE AGOSTO 17HS - OBELISCO

Y PLAZAS DEL PAÍS.

SUMEMOS LOS VOTOS DE NOS, UNITE Y CONSENSO FEDERAL. POR LA REELECCIÓN DE MAURICIO MACRI Y EVITAR LA VUELTA DEL KIRCHNERISMO. POR NUESTRA LIBERTAD Y LA LIBERTAD DE LAS LIBERTADES.

Lo nuevo estaba ocurriendo delante de los ojos de quienes podían ver. Vida digital y vida real eran lo mismo, pero, claro, los medios no estaban capacitados para percibirlo hasta que tres días después, desde España, Luis Brandoni mandó un video diciendo: “Hay que juntarse en la plaza”. Recién entonces algunos productores televisivos levantaron la vista de su agenda gastada y dijeron: “Ah, mirá estos pibes, qué simpáticos”, y hablaron de una marcha organizada por Brandoni y Campanella, cosa que no fue cierta, pero los medios son así. Y pasó lo que nadie esperaba: decenas de miles de personas en Plaza de Mayo gritando: “Gato, ponete las pilas, sos candidato y acá todavía nadie votó”. Sacaron a Macri de la quinta, donde lamía sus heridas, y el helicóptero, en vez de salir, llegó a Casa Rosada.

Algo estaba cambiando.

Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899.

París se liberó de los nazis el 24 de agosto de 1944.

Para épica, alcanzaba y sobraba.

Era el 24 de agosto de 2019.

Trece días había durado el shock.

Alguna gente comenzaba a despertar.

Un tipo arriba de una camioneta

Crónica de una truchada anunciada, comenzó hermosa la Justicia a deshacer cosas que había hecho en los últimos tiempos. Salieron de la cárcel, como si fueran presos políticos, empresarios venales, dirigentes inmorales, correveidiles del poder.

Pero también empezaron a pasar otras cosas que nadie esperaba y que dieron un poco de oxígeno a quienes pensaban que podía frenarse en algo el 47 a 32 de las paso. El kirchnerismo (no el peronismo) fue perdiendo cada elección en la que se presentó. Claro, hay que tener en cuenta que la candidata a gobernadora en Mendoza, la impertinente Anabel Fernández Sagasti, la niña mimada de la presidenta-vice, mostró todo su conocimiento en el debate cuando aseguró muy suelta de cuerpo que “Mendoza tiene muchos minerales: azufres, piedras semipreciosas, ladrillos, mármol, etcétera”. Después de asegurar que el ladrillo era un mineral, tuvo seguidores en las redes que lo justificaron, porque la ignorancia nunca es completa si no es aplaudida.

Salta dio otro dato. Las universidades de Córdoba y Buenos Aires pasaron a ser dirigidas por gente sin contacto con La Cámpora, que demostró en ese momento lo difícil que le resultaba una confrontación mediante los votos. El resultado de las paso hizo que muchos recordaran el látigo de Cristina, y aparecieron las dudas propias.

Fue entonces que comenzó una épica extraña que nunca había estado presente en los cuatro años previos de Cambiemos: las treinta marchas del oficialismo; la comunicación cara a cara del presidente con el pueblo, sin intermediarios; un tipo parado sobre una camioneta o sobre un tractor diciendo casi nada; miles de ciudadanos juntos que escuchaban todo el tiempo lo que los medios, los dirigentes, los círculos rojos les decían perversamente: “Ya votaste, hay un presidente nuevo, no jodas”.

Esas marchas fueron creciendo con gente que gritaba: “Sí, se puede”, mientras el establishment y las corporaciones miraban para otro lado. En la televisión, nadie tomaba en serio lo que estaba ocurriendo. Mariano Iúdica, muy sutilmente, fiel a su estilo de humor inteligente, renombró “la marcha del millón” como “la garcha del millón” y se descuajeringó de risa junto a Chiche Gelblung; Sergio Berensztein se rio de la edad de los participantes diciendo que la convocatoria porteña era en la Glorieta de Barrancas de Belgrano, a donde iba solo gente mayor a bailar el tango; Rosario Lufrano, quien como premio conseguiría después volver a dirigir con obediencia debida y zalamera la Televisión Pública, se rio en cámara asegurando que eran marchas para ir en 4x4. Se reían de las viejitas, de los viejitos que apenas podían caminar e insistían con banderitas celestes y blancas y ojos llorosos, mientras sus nietos sobreescolarizados cantaban la cantinela de una revolución latinoamericana que solo trajo tristeza y dolor para millones de personas y buenas mansiones y seguridad para sus dirigentes.

Como a esas corporaciones jamás les interesaron las personas, lo que esas personas hicieran no les importó. En agosto, antes de las paso, las encuestadoras dibujaron los numeritos que todos teníamos en la cabeza, lo que todos suponíamos que iba a ocurrir: 3 o 4 puntos de diferencia en favor del Frente de Todos por encima de Juntos por el Cambio. Hasta el 11 de agosto, todas las encuestadoras repetían eso. Pero vino la elección, los números fueron otros, y nadie pidió disculpas. Simplemente, cambiaron el numerito, que quedó en 20 puntos de diferencia en favor del Frente, y listo, porque los encuestadores no trabajan para que sepas qué estamos pensando. Trabajan para quienes les pagan: los políticos que quieren que vos pienses en ese número.

Hubo coincidencia. La diferencia entre el candidato del Frente de Todos y Juntos por el Cambio iba a ser de 20 puntos. Se pasaron tres meses asegurándolo. La certeza era total: la Universidad de San Andrés decía que ganaría Fernández 51% a 34%; la encuestadora Oh! Panel, 52% a 33%; Gustavo Córdoba y Asociados, que metieron unos decimales para disimular, 52,2% a 32,7%; la medición de Ricardo Rouvier fue de 52,3% a 34,3%; la firma Trespuntozero indicaba 52,5% a 34,8%; la consultora Clivajes, muy suelta de cuerpo, aseguraba un 53,7% contra un 33,2%; la encuestadora Proyección dijo 53,8% a 33,4%; Federico González & Asociados señalaba 54,1% a 30,2%, porque dos puntos más no se le niegan al favorito.

Radios, diarios, televisión, portales de noticias, en todos lados se repetían los resultados de las encuestas: la diferencia era obvia. Era como si se hubieran llamado por teléfono y se hubieran puesto de acuerdo.

Mientras ninguna encuestadora lo veía, sin aparatos ni sindicatos ni organizaciones sociales ni apoyo de los medios se produjeron en el país las mayores concentraciones políticas de la historia de treinta ciudades. En Rosario y Buenos Aires, esas concentraciones solo eran comparables a las de la vuelta a la democracia. Sin embargo, los analistas políticos, los Artemios de la vida, repetían su mantra, tan cómodos como están siempre en sus lugares comunes acolchados con los dólares de quienes pagan las encuestas: esas marchas “no mueven el amperímetro”.

Y uno se preguntaba cómo era posible que no se moviese el puto amperímetro, fuera eso lo que fuere; por qué ir o por qué no, con quién; a qué iba toda esa gente. Toda esa motivación ¿no movía el amperímetro?

Los medios no entendieron que en esa oportunidad ellos también estaban en discusión, que había un gran porcentaje de la ciudadanía que votaría contra ellos, contra la élite intelectual y artística que opina sin fundamento parada en su autocelebrada sensibilidad: “Soy artista, quiero artissstear”.

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