Antonio Escohotado - Sesenta semanas en el trópico

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Pero seguir amando, más cada día, es lo único que consuela Hay trece horas de avión por delante, desde el ascua de luz parisina que vamos dejando atrás hasta los paisajes ignorados de Tailandia. Llevo el corazón muy maltrecho. Hace medio año me separé de una mujer a quien había prometido no dejar nunca. Antes de confesarle que hice un hijo con otra huyo a la cara opuesta del mundo, para no asistir al dolor causado por la confesión en mi antigua casa, un dolor que me resulta insufrible, desmedido, monstruoso. Tengo razones para romper ese matrimonio, desde luego, pero nada cambiará que podía haberme sacrificado y no lo hice. Es algo que repite el ánimo cada mañana cuando despierto, percibiendo el atardecer avanzado de la vida como una navegación diametralmente distinta de la previa. Siempre recorrí el filo de la navaja, guardado por una alegría estoica que repartía suerte en los peores percances. La propia estima quedó enganchada al dar el último salto, y ahora toca seguir con pasiones que gobiernan mezquinamente, como el metabolismo.

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A la vista de estos antecedentes, ya me asombra que no vayan peor las relaciones entre unos poderes y otros. Hijo de Chulalongkorn, que era la llaneza misma, Rama VII (Prajadhipok) estudió filología inglesa en Cambridge, compuso libros propios, hizo y encargó traducciones; pero nunca pudo con el peso de su presunta naturaleza divina, y pasa a los anales como un rey extravagante en el gasto, defensor de la monarquía absoluta, obligado a exiliarse en 1932. Su hijo y nuevo monarca Ananda Mahidol (Rama VIII) fue muerto de un balazo en 1946, sin haberse aclarado hasta ahora ni autoría ni móvil.

También interesa que desde los años cincuenta la relación con los Estados Unidos sea estrecha. Entre 1965 y 1975, por ejemplo, la ayuda estadounidense se acercó a los 300 millones de dólares, cifra descomunal para un país cuyos presupuestos anuales rondaban los 100 millones. Póngase, pues, cierto paréntesis al tópico de que el país nunca se ha sometido a regímenes exteriores.

El peligro del ideal comunista, tan decisivo como excusa para ejercer diversas modalidades de gorilismo en los años previos, suscitó con su ruina una apertura seguida por boom económico, que acabaría inquietando a los guardianes del privilegio y cristalizó en el golpe de Estado de 1991, cuando los militares entregaron el poder al recién formado NPCP. Desde entonces hay un balanceo entre el protectorado ejercido por sus tradicionales señores de la guerra —a cuyo juicio la democracia es mera «plutocracia»— y primeros ministros de extracción popular, progresistas como el que más, pero incapaces de torcer la tradición. Los cínicos dicen que nada cambiará en el fondo, si bien la opinión pública forzó en 1997 el despido de Chavalit, su último general factótum, y a partir de ese momento el país ha dejado de figurar entre los diez más corruptos del planeta. Gracias a Internet obtengo este dato de Transparency International, que desde su sede berlinesa elabora anualmente el índice correspondiente.

Farang , el nombre que los thai dan a cualesquiera occidentales, parece ser una forma abreviada de farangset , «francés» ( français ), y se remonta a finales del siglo XVII, cuando uno de los reyes del periodo Ayuthaya —antes de mudarse la corte a Bangkok— trató de contener las ambiciones inglesas y holandesas acercándose a Francia, hasta el extremo de admitir cinco compañías de soldados como guarnición permanente. Intimidados luego por esa guardia pretoriana, bien armada y compuesta por individuos de peso medio o pesado —en contraste con el peso mosca o pluma de los locales—, los thai liquidaron al consejero real responsable del desafuero (que era un ateniense) y expulsaron al batallón, cerrando el país durante siglo y medio a farangs en general. Esta actitud, combinada con una cautelosa diplomacia, les evitó transformarse en protectorado holandés, inglés o francés, a pesar de estar rodeados por colonias de estos países.

12/8

No me hago aún idea sobre extensión y modalidades del uso doméstico en Tailandia. Pero me traje de España un estudio encargado por el Plan Nacional — Salir de marcha y consumo de drogas —, cuyas conclusiones acaban de publicarse. Tras tanto tiempo de ofrecer encuestas sesgadas y universos estadísticos insuficientes, sorprende un trabajo que consulta a 12.000 jóvenes y 21.000 estudiantes, centrándose en cinco ciudades (Bilbao, Madrid, Palma de Mallorca, Valencia y Vigo), pues tiene aspecto de investigación fiable sobre la franja de edad comprendida entre 15 y 29 años, que hoy incluye a unos nueve millones de españoles. Casi la mitad de los encuestados cursa estudios universitarios, y lógicamente asumirá en un futuro próximo puestos de responsabilidad.

Entre los mayores de 24 años y menores de 29, el 84,9 % ha consumido alguna vez hachís y marihuana, el 64,4 % cocaína, el 53,8 % éxtasis y el 38 % LSD. Sólo la búsqueda de amistad y sexo parece comparable al móvil de colocarse con alguna sustancia psicoactiva, si bien su satisfacción resulta menos segura. Como observa uno de los preguntados, «se disfruta todavía más follando, pero es más fácil pillar unas pastis ». Este joven, al igual que la mayoría de sus colegas, consume los viernes y sábados un cóctel de drogas lícitas e ilícitas, orientado a conseguir al menos diez o quince horas de gran estimulación.

El fin de semana se ha convertido en una institución de enorme vitalidad social y económica. Un 82 % de quienes tienen menos de 18 años sale tres o cuatro veces cada mes, casi siempre con cargo a la asignación familiar, y visita cuatro o cinco lugares por noche. Los que ya tienen algún empleo vienen a gastar un mínimo de 60 euros por salida. Si pertenecen al grupo con vocación progre la ceremonia periódica supone pastillas de éxtasis, algo de hachís y la entrada a locales. Si pertenecen al grupo con vocación pija —y cheli— el presupuesto incluye generosas adiciones de cocaína y alcohol, a veces heroína también. Una alternativa frecuente a la estrechez económica es comprar y revender, en mayor o menor escala.

Hay curiosidades añadidas. Según expertos oficiales, la ingesta de alcohol ha bajado en los últimos diez años a casi la mitad; los alcohólicos tienen más de 40 años, y el resto de los bebedores hace en su mayoría un uso intenso los fines de semana, siguiendo la pauta inglesa. Por lo que respecta a drogas ilícitas, el estigma farmacológico no funciona en España para quienes están entre los 15 y 30 años, y es aventurado decir —juzgando por las existencias disponibles— que subsista una guerra contra ellas. La facción antes más representativa de la ilegalidad —el yonki de aguja— se ha extinguido prácticamente, aunque esa sustancia (y el resto de las prohibidas) valgan la mitad o menos que hace una o dos décadas. Se suma al cambio un público creciente para la experimentación informada con vehículos alternativos de ebriedad, que además de placer persigue conocimiento y autosuficiencia, orientándose hacia la botánica y la química. Lo pone de manifiesto una espectacular multiplicación de reuniones, asociaciones y publicaciones sobre el asunto.

El tema tendrá perfiles propios en Tailandia, donde la adulteración de heroína y estimulantes anfetamínicos probablemente sea mucho menor. Es imposible adulterar la marihuana, a diferencia de lo que pasa con el hachís.

13/8

Envuelto en celajes pardos y aguaceros, rebosante de mendigos y desagües malolientes, Bangkok empieza a parecerme un infierno. La expresión «lujo asiático» se explica visitando hoteles de cinco estrellas, tan abundantes en varios puntos de la ciudad. Media docena de restaurantes, varias piscinas, fastuosos vestíbulos y salones, discotecas, centenares de empleados y un vasto complejo interior de tiendas son cosa habitual. Mi reserva fue hecha por la universidad a un precio excelente, y he tardado tiempo en ver que la factura puede triplicarse si uno llega sin el blindaje de un paquete turístico o el apoyo de algún nacional. De hecho, la discriminación resulta más profunda que en Iberoamérica y África —hablo de Nairobi, Zanzíbar, Lagos o Malabo—, velada apenas por suaves modales. Nadie grita ni pone mala cara, aunque la entrada a templos sea gratuita para el nativo, y onerosa para el extranjero. Si hay cola ante alguna dependencia administrativa el farang debe dejar su vez al tailandés, de acuerdo con el principio llamado «cortesía con el nacional». La suposición implícita es que todo farang resulta millonario, si bien lo cierto es que el país quiere visitantes cómodos (quién no), y decreta que permanecerán allí lo justo para vaciar su monedero. El motivo de esta discriminación podría ser racismo, robustecido por sentimientos de inferioridad y un temor a perder tradiciones, si bien necesito más referencias para formar juicio. Lo que va haciéndose evidente, por ahora, es el otro lado de la zalamería, con sus mil modalidades de sonrisa.

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