Título: La psicóloga de Medjugorje
Colección: El psicólogo de Nazaret
© Antonio Gargallo Gil, 2019
© Editorial Santidad, 2021
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Fotografía de portada H.Koppdelaney
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Depósito legal: CS 1180-2018
ISBN: 9788418631092
PREFACIO
La psicóloga de Medjugorje es la continuación de El psicólogo de Nazaret, una obra que cuenta con miles de lectores de todas las partes del mundo y cuyas extraordinarias críticas son verdaderamente emocionantes.
Tal vez le resulte interesante al lector saber cómo nace esta novela. El caso es que la primera vez que fui a Medjugorje sentí el gusanillo de escribir sobre esa Tierra de María; sin embargo, por más que intenté hilar una historia, ¡no lo conseguí!
Yo no sabía que la semilla se había plantado y que germinaría cuando regresé dos años después, mientras subía al Monte Krizevac. Allí me vino la inspiración de escribir la segunda parte de El psicólogo de Nazaret. Una idea a la que le siguió un estado de paz y alegría inmensa. ¡Tenía sentido! Además, vi con claridad el título, le llamaría El psicólogo de Nazaret en Medjugorje.
Hasta aquí todo puede parecer normal, pero lo que yo no sabía es que en Medjugorje suceden hechos extraordinarios y, para mí, el que les voy a compartir, lo fue. Al día siguiente, por la mañana, uno de los sacerdotes que viajaba en nuestro grupo, don Francisco, al verme desde la distancia me dice: «Antonio, espera, que tengo un mensaje para ti». Me dejó pensativo y curioso, pues los quince metros que nos separaban se convirtieron en una intrigante espera de cinco minutos porque a cada metro alguien le paraba para hablar con él.
Cuando por fin llegó a mí, me puso sus manos sobre mis hombros y me dijo con emoción: «Ya sé cómo se llamará tu próxima novela —dejó una pausa y añadió—: La psicóloga de Medjugorje».
¡No me lo podía creer! ¿Cómo pudo el sacerdote llegar a un título prácticamente similar al que yo había llegado el día anterior, si además no sabía absolutamente nada al respecto? ¡¡No lo había hablado con nadie y hacía varios años que no escribía!!
Don Francisco, dejándome boquiabierto y sin habla, siguió su camino y yo, sin poder evitarlo, acabé con los ojos bañados en lágrimas. A continuación, horas después, la inspiración hizo acto de presencia y vi con una claridad pasmosa toda la historia que tendría que escribir.
Les invito, pues, a adentrarse en esta apasionante novela que está basada, casi en su totalidad, en hechos y testimonios reales. Por muy sorprendente que parezca, la parte ficticia de esta historia es mínima, aunque necesaria y muy clara de detectar. Solo espero que les toque con tanta fuerza el corazón que, cuando acaben su lectura, sean personas renovadas, nuevas o incluso diferentes, porque la vida es un constante crecer, un nacer de nuevo.
Finalmente, me gustaría dar una recomendación y es que, si no ha leído El psicólogo de Nazaret, le aconsejo la lea primero para encontrar un significado pleno, de lo contrario es como empezar a ver una película cuando ya ha transcurrido la mitad.
Disfrute de la lectura y, cuando la concluya, le invito a contactar conmigo para hacerme llegar su opinión y, si le apasiona, no dude en recomendarla. ¡Muchas gracias!
Antonio Gargallo
1
La brisa marina masajeaba con fuerza el rostro de Cristina, dando vida a unos cabellos rubios que acompasaban un caminar vivo, seguro, intrépido, igual que la inquietante carrera del tiempo cuya vitalidad hace que nunca se detenga a descansar.
¡Cuarenta primaveras!
Un halo melancólico se fundió con la niebla espesa que envolvía el paseo de Benicasim y que acariciaba con frescura la tersa piel de una mujer que mantenía la belleza de su juventud. Una figura capaz de desconcertar a cualquier desconocido, dado que por su matriz habían pasado ya tres pequeñas criaturas, todos varones, y que llegaron, tal vez, no cuando ella hubiese deseado, porque le habría gustado ser una madre más joven, aunque en lo más profundo de su corazón sabía que vinieron al mundo en el momento oportuno, bajo la firme mano de la madurez.
Envuelta por el sonido de las olas y el eco de sus pasos, avanzaba en su paseo matinal hasta la playa del Torreón. El hecho de que su mirada no pudiese perderse sobre el horizonte azul, le permitió adentrarse en su interior con más facilidad, acogiendo cada uno de sus pensamientos con la misma ternura que mecía a su pequeño Naim, de tan solo un año de edad.
A pesar de la infinidad de veces que realizaba el paseo a lo largo del año, siempre se detenía en el lugar donde se transformó su vida. Allí, en ese rinconcito donde tendría lugar el inicio de un sueño mágico sin fin. Sonreía y descendía hasta la playa donde un día se recostó y cuyo despertar marcaría un punto de inflexión en su caminar. Se agachaba y con infinita ternura cogía un puñado de arena entre sus manos y la dejaba caer. Un ritual envuelto de simbolismo que le recordaba lo cerca que estuvo de la muerte, donde todo era oscuridad y desazón, tristeza y abatimiento, miedos y desasosiegos, desesperanza y dolor; una soledad envuelta de un horizonte tenebroso cubierto por nubes negras que solo permitían vislumbrar el suicidio como único horizonte. Arena que caía como las hojas de otoño, fundiéndose de nuevo con la madre Tierra. Unos granos antes, otros después, pero todos caían. El tiempo de caída era lo único que los diferenciaba, por lo demás, su esencia era la misma, como la del ser humano. ¡Cuántas cosas se habría perdido de haber llegado a tan fatídico extremo!, pensaba con una mueca dibujada con el pincel de la fe y la esperanza. En aquellos lejanos y fatídicos momentos, jamás se imaginó que lo mejor de su vida estaba por llegar.
Sentía la caricia de la arena al deslizarse con suavidad de entre sus manos, al punto que repetía lo que se había convertido en su oración: «Mi tiempo es como la arena. El día de mañana me fundiré con la Tierra y lo haré sin nada, igual que cuando vine al mundo, porque polvo soy y en polvo me convertiré. Solo me iré con el amor que haya podido dar y recibir. No quiero abandonar el mundo con odio, ni con rencor, pero sí repleta de amor y de paz. Gracias por este nuevo amanecer, que hoy pueda vivir el día como si realmente fuese el último de mi vida, y hacerlo con la misma intensidad que lo hacen los granos de arena, capaces de disfrutar de la frescura del mar cuando sube la marea y de las caricias del sol en los momentos más áridos. Que mi vida sea un oasis de paz para todos los que me rodean. Jesús, contigo y como tú».
El sonido del móvil hizo que Cristina regresase súbitamente al mundo exterior. El susurro de las olas volvía a hacerse perceptible acariciando sus oídos, la niebla besaba su piel con la frescura de dos enamorados, mientras sus ojos sonreían por el clima misterioso que dejan las nubes de azúcar cuando deciden dejar de volar, permitiendo saborear su dulzura y sentir su acogedor abrazo.
¡Felicidades, cumpleañera!
Muchas gracias, Marta —repuso Cristina con alegría—. Me alegro de que te sigas acordando de la fecha de mi cumpleaños.
—Tendré que apoyarte en este duro trámite que supone abandonar el apasionante número tres y darte la bienvenida al prestigioso club de los cuarentones. ¿Cómo te sientes?
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