La estratagema le funcionó, pero por la retaguardia y sin que él se diera cuenta del verdadero porqué: a Blas se le olía a millas marinas la vergüenza de tener que andar explicando unas materias que todos sabían tan fuera de sitio. Y se le notaba, sobre todo, el pánico a que le insultaran o, aún peor, a que le pegaran por intruso. Llevaba escrito en la cara que su posturita de duro era en el fondo un ruego de clemencia y los chicos, por mor de una lástima que les honraba, se hicieron cargo. Provocaba compasión, por lo frustrados que resultaban sus intentos bobos de dar miedo, así que los alumnos tomaban sus apuntes sin demasiado follón, preguntaban alguna cosa de vez en cuando y sólo chillaban cuando era necesario. Blas, por su parte, vivía en la ilusión de que medio tenía dominada la situación gracias a sus hábiles oficios. Pero tanto teatro, en papel tan desagradecido, durante tanto tiempo, con tan escuálida vocación para la escena, le tenía amargado. La inconsciente sospecha de que todos sabían algo que a él se le escapaba, lo remataba.
Blas y Primi distaban mucho de ser buenos amigos. Quizá por eso todavía les iba bien algunas noches en lo sexual. Mientras hubiera de eso, pensaban por separado, quedarían muebles por salvar. Hacían el amor con cierto afecto y luego siempre pasaba algo que fatalmente les devolvía a su aislamiento. Todo empezaba por alguna nimiedad, como ocurrió un sábado estival tras el amor y antes de dormir, cuando Primi empezó a soplar el cuerpo de Blas con la mejor intención, y que se trae como ejemplo.
—Qué haces —era Blas.
—Para que no tengas calor.
—Pues prefiero que no me soples.
—Como te veo que has sudao...
La cosa seguía por torcerse a partir de cualquier contingencia, que no necesariamente estaba injustificada.
—Ya. Pero es que te huele muy mal el aliento y me llega el tufo cuando me soplas.
Primi se reía-sonreía, todo lo que sabía hacer cuando Blas le daba un corte que, literalmente, sentía en la cara como si se la rajaran con el canto de un folio. Entonces se esforzaba por convencerse de que el comentario hiriente no iba en serio. Y que si iba, ella quitaría hierro hasta que pareciera que encontraba la escena como de broma.
—¡Ay, ay, ay, cómo eres! —decía intentando que pareciera que se lo tomaba a chufla—. Blas, Blas, eres lo más. Je. Je.
La secuencia siempre se desgranaba más o menos así. Al oír esto, también Blas hacía sus esfuerzos. «Blas, Blas, eres lo más» quizá tendría como propósito dulcificar el último minuto del día. Pero a él le encorajinaba oír memeces como esa, así fuera la nobleza de su propósito grande como un latifundio. «Blas, Blas, eres lo más» daba mucho asco, lo mirara por donde lo mirara. Primi se percataba de que la tontuna era una estupidez, pero no podía dejar de soltarla para mantener abierta una conversación que esperaba con ansia que ambos cerraran sin palabras demasiado ácidas. Como no llegaba tal amable coda, porque Blas estaba concentrado en no decir nada y clausurar así el día sin bufar, pues Primi igual repetía la chorrada, u otra peor. Con una intención encomiable, con un tono conciliador evidente, pero que a esas alturas su marido ya encontraba tan insoportablemente cursi que no podía entenderla sino como una tocahuevada en regla.
—Vale, pues buenas noches, «simpático» —decía Primi, por poner un ejemplo.
Que la recompensa a los esfuerzos de Blas fuera una mamarrachada aún más gorda, ya ponía las cosas al borde del acantilado. De ahí a la debacle, un milímetro. Asperezas, burradas varias, ampollas de veneno. Luego los dos acordaban una finalización de urgencia, hacían como que dormían y se echaban a llorar sin que el otro les viera. Lo conseguían. No se veían hacerlo, porque ya estaban a ver si cerrando los ojos entraban en coma, pero era mucho peor: se olían llorar, que esos mocos acuosos tienen sus notas olfativas características e inconfundibles.
La redacción de la revista Actual Noticias estaba situada en un oscuro piso de la calle Jardín de San Federico («propiedad privada», según pone en su placa). Su director, Emilio Toharia, solía explicar en público que la sede se hallaba «en el barrio de Salamanca». Aneja al barrio mencionado, la calle, dos hileras de nichos alineadas en paralelo, era lo menos parecido a los ambientes que tal ubicación por distritos quería evocar. Actual Noticias era una revista «dirigida a un público femenino». Repleta de publicidad, se distribuía gratuitamente en los supermercados Gama, UDACO, MaxCoop, Brillante, Spar y similares, así como en varios economatos gremiales.
Incluía reportajes sobre personajes públicos, consejos para el buen gobierno de la casa, trucos de limpieza, normas de protocolo para distintas ocasiones, sugerencias para turismo interior y dos páginas de pasatiempos. La revista compraba artículos al peso, adquiría los derechos de fotografías de archivo, fusilaba todo lo que podía e insertaba un único reportaje de elaboración propia en cada número (sección encomendada a Primi). Había recetas y crucigramas que ya habían publicado tres veces durante el mismo año, y su departamento comercial encontraba cada vez mayores dificultades para vender módulos publicitarios. Actual Noticias andaba de capa caída.
La oficina era un lugar tanto más impersonal cuanto más quería parecer especial. Había pósters por las paredes cogidos de cualquier sitio: el consabido viajero pedante de Úrculo, el fisiológicamente desagradable afiche de Kandinsky, un traje del emperador arquitectural, un cartel que anunciaba un antiinflamatorio. Tal era el lugar de trabajo de Pablo, Patús, Laura, Ricar... Jóvenes periodistas y administrativos a los que Primi oía hablar de grandes aventuras urbanas en las calles de Malasaña, que relataban con la misma actitud autoensalzatoria con la que desde siempre se habían contado las depauperadas historias de la mili. Juan Ra, uno que tocaba el bajo en un grupo, se mantenía siempre al margen de todo.
Emilio Toharia, director de Actual Noticias , era un sociólogo con la carrera sin acabar (pensaba que mass-media era el individuo medio de la masa, u hombre común). Iba descubriendo vocaciones definitivas cada dos o tres años. Lo intentó con el teatro porque le habían felicitado en una función de navidad en COU, estuvo como corrector de estilo para prospectos en una farmacéutica, pasó por una gestoría como administrador, anduvo de comercial en una empresa de componentes y arribó al fin a Actual Noticias . Sin haber plantado nada en cada nueva ocupación, incapacitado para encarar los contratiempos, se convencía de que su oficio presente se le quedaba corto, y lo cambiaba. Cada vez, por ocupaciones más complejas. En esta errabundia, Toharia no percibía su impericia para todo. Antes bien, prodigarse de tal manera en menesteres tan diversos era para él la clara sanción a la anchura de sus talentos. Lejos de sospechar su desarbolante pobreza de carácter, se entendía a sí mismo como un hombre universal capaz de consagrarse a mil actividades variadas. Así que transitaba por sus años dejando un reguero de fracaso a su paso, para luego acometer empeños que cada vez le venían más grandes.
En Actual Noticias , ya enloquecido por su autoconfianza sin fuste, Toharia parecía querer inventar una nueva figura editorial: la del redactor que administra la contabilidad mientras tira fotografías y maqueta las páginas, coordinando la contratación de anuncios y dirigiendo el departamento jurídico de la empresa. No valía para ninguna de las tareas. Al menos tres redactores de Actual Noticias , que aspiraban a publicar narrativa, tenían puestas sus expectativas en componer sendas novelas con él de protagonista: un tipo rematadamente tonto en torno a quien armar un relato cómico sobre la necedad neta. Se encontraban todos con el mismo escollo: comenzaban a escribir las hazañas del iluminado, tomadas literalmente de los estropicios que organizaba, y tenían que dejarlo. El redactor jefe era tan patán que todo lo relatado sonaba a exagerado. Eran tan brutales los efectos de sus cagadas que, transcritos tal cual habían ocurrido, los sucesos parecían inverosímiles falsedades. Toharia no valía ni como material fabulario.
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