La perrita Blackie solía decir que el tiempo sólo sirve
para que no pasen todas las cosas a la vez.
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Los millones
Créditos Título original: Los millones Diseño de colección: Setanta www.setanta.es © de la ilustración de cubierta: Ricardo Cavolo © de la foto del autor: Pascual Anega © del texto: Santiago Lorenzo © de la edición: Blackie Books S.L.U. Calle Església, 4-10 08024 Barcelona www.blackiebooks.org info@blackiebooks.org Maquetación: Newcomlab Primera edición: octubre de 2020 ISBN: 978-84-18187-56-8 Todos los derechos están reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.
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Sobre los lugares. Realidades y licencias
Se llama SANTIAGO LORENZO. Los astros se alinearon para que naciera un buen día de 1964 en Portugalete, Vizcaya. Primero miró, luego observó, después filmó y ahora escribe. En todas esas etapas vivió y en ninguna hizo lo que hacen los actores: actuar. Denle una goma de borrar Milan y unas tijeras y les creará un mundo. Aunque hace tiempo que con un teclado hace lo mismo y mejor. Este artista pretecnológico de pulsaciones lentas (quizá por su corazón grande), que vive a caballo (o a autobús de varios caballos) entre Madrid y un taller que ha elegido en una aldea de Segovia, estudió imagen y guión en la Universidad Complutense y dirección escénica en la RESAD.
Siempre tuvo claro que ante problemas reales, sólo sirven las soluciones imaginarias, así que en 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como el aplaudido Manualidades . Porque además de eso, al artista artesano Lorenzo siempre le gustó construir maquetas imposibles trabajadas con las manos: una cómoda con cajones que se abren por los dos lados, puertas por donde sólo podría pasar el Hombre más Delgado del Mundo, y teatritos donde los Madelman son los protagonistas. Si no gozara del don de la escritura, podría haberse empleado en cualquier oficio antiguo: sereno, porque tranquilo lo es un rato, o jefe de estación ferroviaria, porque los trenes portátiles le gustan más que a un hombre alegre una pandereta. En 1995 produjo Caracol, col, col , que ganó el Goya como Mejor Corto de Animación. Cuatro años después se empeñó en estrenar Mamá es boba , la historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda. La película pasará a la historia como uno de los filmes de culto de la comedia agridulce, y con ella fue nominado, para su sorpresa, al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres. En 2001 abrió, junto a Mer García Navas, Lana S.A., un taller dedicado al diseño de escenografía y decorados con el que hicieron tanto muñequitos de plastilina para el anuncio del euro como la prisión que aparece en una de las entregas de Torrente . En 2007 estrenó Un buen día lo tiene cualquiera , donde volvía a elevar una historia de una persona para explicar un problema colectivo: la incapacidad, afectiva e inmobiliaria, para encontrar un sitio en el mundo (o un piso en la ciudad, para el caso).
Harto de los tejemanejes del mundo del cine, decidió cederle sus ideas a esto de la literatura. Desde entonces, todo han sido alegrías. Con Los huerfanitos (Blackie Books), sobre tres hermanos que odian el teatro pero que deben montar una obra para salvar sus vidas, la crítica se rindió a su talento y el público lloró de la risa y rio para no llorar. Ahora Blackie Books rescata en tapa dura y dorada (dos adjetivos que bien podrían definir esta obra) la maravillosa Los millones , novela con un gancho cómico y un golpe más bien trágico: a uno del GRAPO le toca la Primitiva; no puede cobrar el premio porque carece de DNI. En todo este tiempo, se ha deleitado con ábsides de catedrales y ha continuado atacando los vicios de la sociedad de la única forma posible: con la risa, el recurso de los hombres que gozan de una inteligencia libre de presunción. También ha seguido hablando con voz grave, lanzando chanzas coheteras y fumando un pitillo a cada hora en punto con tiros cortos. Ha hecho, en definitiva, muchas cosas, pero su mayor temor continúa siendo caerse a la ría desde lo alto del puente colgante de Portugalete, patrimonio de la humanidad desde 2006.
Título original: Los millones
Diseño de colección: Setanta
www.setanta.es
© de la ilustración de cubierta: Ricardo Cavolo
© de la foto del autor: Pascual Anega
© del texto: Santiago Lorenzo
© de la edición: Blackie Books S.L.U.
Calle Església, 4-10
08024 Barcelona
www.blackiebooks.org
info@blackiebooks.org
Maquetación: Newcomlab
Primera edición: octubre de 2020
ISBN: 978-84-18187-56-8
Todos los derechos están reservados.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación sin el permiso expreso de los titulares del copyright.
Marzo de 1986. A uno del GRAPO
le tocan doscientos millones de pesetas
en la Lotería Primitiva.
No puede cobrar el premio
porque no tiene DNI.
La cárcel de Palencia se llama La Moraleja. El nombre le hacía mucha gracia a Francisco García. El resto de reclusos no entendía el chiste, porque ninguno era de Madrid. La Moraleja es uno de los barrios más postineros de la capital.
Hacía tres semanas que la sala de Modelismo Ferroviario de la prisión albergaba la exposición «En-Cárcel-Arte 88». La componían treinta y dos cuadros realizados con todo tipo de material escolar (ceras, Plastidecor, rotuladores gordos y finos, témperas Pelikán, etc.). Malos a rabiar, parecían reírse de tantos cumplidos que recibían de los visitantes, destinados a que los presos se animaran, recobraran sus puntos de autoestima y sopesaran la posibilidad de dejar de delinquir.
Había un solo óleo en la exposición. Era distinto a todos. El cuadro representaba un reloj de pared, con sus agujas marcando las doce y siete, y debía de ser obra de algún recluso que se figuraba así sus días: a tiempo parado. Ocurría con el lienzo lo que a veces ocurre con cierta obra plástica de aficionados que se encuentra por bares, por domicilios particulares, por entidades de gestión: que la pintura, tras una pésima ejecución de manual, muestra la impronta de un espíritu derruido, que lame a pincel sin vigor alguno y que, plasmando así su cansancio desmochado, retrata la desesperación con cruda verdad. Con más exactitud, en definitiva, que el espabilado que durmió a pierna suelta, desayunó bien, se puso frente al caballete en soleado estudio y trazó con desparpajo su ejercicio de simulada angustia.
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