”Además, tampoco tiene hoy la Escultura una esfera grande en que desarrollarse; porque, decidme; ¿dónde están los Gobiernos que la protegen para ensalzarla a mayor altura[…]
”[…] quise probaros que se necesita el imperio de la vivificadora fe religiosa y la protección ilustrada y decidida de los Gobiernos para el engrandecimiento del arte en general y de la escultura en particular[…]”[35].
Estos razonamientos fueron contestados por el también escultor Sabino de Medina[36] (Fig. 12), quien de la escultura en su tiempo aseverará:
Fig. 12. Sabino de Medina. Ninfa mordida por una víbora. 1865. Museo del Prado. Madrid.
¡Esta se halla en crisis inminente, pero de término fatal¡[37]
En esa concepción de la decadencia de la temática religiosa, el crítico Manuel Tubino, en 1877, asevera sobre la escultura contemporánea:
“[…] nuestro siglo no conoce el arte litúrgico como institución, ahora la escultura, como la pintura, son puramente seculares”[38].
Y da como receta, para la revitalización de la escultura, que los escultores se plieguen a la vida moderna y a los nuevos intereses de la sociedad:
“Equivócanse, en resumen, los que hablan de decadencia de la escultura. Lejos de mostrársenos en pobre y mísero estado crece con señales que anuncia una muy brillante esflorescencia en cercano periodo. Secularización y difusión, he ahí sus dos grandes anhelos. Secularización, esto es compenetración por las corrientes mas legitimas de la existensia, difusión, dilatación y crecimiento de sus ventajas bajo la doble relación social y geográfica.
”Fuera del Romanticismo, y por ello entiendo la cultura occidental fecundada por el cristianismo [...]”.
Jerónimo Suñol[39], (Fig. 13) en 1882, resume sus conclusiones sobre el estado actual de la escultura con la sentencia:
Fig. 13. Diferentes posturas se revelaron a lo largo del ochocientos sobre la tradición escultórica española. Una de los críticos más destacados fue Jerónimo Suñol, quien en 1882 afirma que en España escultóricamente solo se habían realizado “santos para los altares”.
“Santos para los altares’, he aquí en frase sobre todo lo que ha producido en España la escultura”[40].
Y reclama al gobierno protección y apoyo para el desarrollo y prosperidad de la escultura en España.
Casi terminando el siglo, Juan Samsó[41], (Fig. 14) en su discurso de ingreso en la academia dictamina que el arte es capaz de traducir el dogma religioso en forma plástica, pugnando por poner lo suprasensible al alcance de los sentidos[42] y que la escultura, sobre todo, necesitaba de Cristo[43]. Se queja de que:
Fig. 14. Juan Sansó. Nuestra Señora de Covadonga. Basílica. Fotografía: José Luis Montamarta.
“La escultura cristiana no tiene que personificar los fenómenos de la naturaleza plástica. Su ideal es la belleza moral y divina […] Viste sus imágenes y sus estatuas, y al velar el cuerpo de ellas, obedece, no solo a un precepto de castidad, sino además a una razón estética, porque concentra la atención sobre el semblante, e impide que se distraiga en la contemplación de la belleza desnuda del resto de la figura”.
Y se lamenta de que en su época apenas se realice escultura religiosa:
“La escultura cristiana no puede ser labrada mas que por el cincel de un creyente”.
Entiende que el artista busque en la naturaleza la similitud de las formas, y en los maestros de otras épocas, modelos para expresarse, pero el ideal verdadero debe beber de la fuente eterna:
“Creyendo en Cristo, viviendo en Él, amando en Él”.
Más adelante, se queja de las malas obras muy devocionales pero artísticamente deleznables que se acumulan en iglesias y ermitas.
“No es como mercadería como ha de tratarse la escultura religiosa, no es oficio o industria, es misión elevadísima, casi un sacerdocio”.
En su respuesta, Salvador Amós hace referencia al auge que estaba experimentando la escultura en esos años y anota que en las nacionales se premian con primera y segundas medallas las esculturas religiosas que se trabajaban en mármol y policromía indistintamente.
Por último, recogemos las palabras de Mariano Benlliure[44] (Fig. 15) de 1901, que promueve el renacer de la talla:
Fig. 15. Escultores como Mariano Benlliure promovieron un necesario renacer de la escultura religiosa, amén de una sustitución de obras de baja calidad.
“No seria escasa ni poco estimada gloria la que conquistarían los escultores que con su discreción volviéranse a llevar a los altares imágenes dignas de culto y verberación, sustituyendo algunas, y no en corto numero, que, lejos de representar lo mas sagrado, lejos de inspirar recogimiento y respeto, nos distraen y nos provocan risas. No es posible inspirar ideas grandes por medios pequeños y raquíticos”.
Y es que durante todo el siglo se insiste en que la eficacia de la escultura religiosa pasa por la fe, por traducir la oración en imágenes. Después de todo, es lo que siempre se había exigido.
Si nos volvemos a los orígenes, es oportuno recordar las opiniones de Francisco Pacheco al respecto. Como teórico del momento, recogió en su tratado la doctrina que la Iglesia había desarrollado desde Trento para el modelo representativo de los valores espirituales y cristianos. Plegándose a estas directrices, defendía que, por encima de los valores puramente estéticos de la obra, estaban los religiosos, expresados debidamente mediante la ajustada interpretación iconográfica del tema a tratar:
“Pero considerando el fin del pintor como de artífice cristiano (que es con quien hablamos), puede tener dos objetos o fines: el uno principalmente y el otro secundario o consecuente. Este, menos importante, será exercitar su arte por la ganancia y opinión y por otros respetos (que ya dixe arriba) pero regulados con las debidas circunstancias de la persona, lugar, tiempo y modo; de tal manera, que por ninguna parte se le pueda argüir que exercita reprehensiblemente esta facultad, ni obra contra el supremo fin. El más principal será, por medio del estudio y fatiga desta profesión, y estando en gracia, alcanzar la bienaventuranza; porque el cristiano, criado para cosas santas, no se contenta en sus operaciones con mirar tan baxamente, atendiendo sólo al premio de los hombres y comodidad temporal, antes, levantando los ojos al cielo, se propone otro fin mucho mayor y más excelente, librado en cosas eternas”[45].
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