Su hermano mayor tenía un proyecto para incorporar un sistema (que él mismo había ideado) que podría darles más libertad en la gestión.
Frente a la negativa del padre a producir modificaciones en la manera de ejercer las funciones en la empresa, los dos hermanos se unieron, superaron sus viejas divisiones, y presentaron ante su padre un proyecto respecto de cómo manejarse en el futuro, sin necesidad de tanta inversión de tiempo personal en puestos operativos.
Después de evidenciar una fuerte resistencia, el padre, finalmente, aceptó los cambios y priorizó la naciente comunicación entre los hermanos sobre sus propios criterios.
Esos cambios fueron muy beneficiosos para la empresa, pero, fundamentalmente, permitieron que los hermanos tuvieran una primera experiencia de trabajo en colaboración, que fue creciendo y desarrollándose a lo largo del tiempo.
Las expectativas de los padres: los hermanos sean unidos
¿Cuál es el punto en común de ambas historias? Pues las expectativas de los padres respecto de una armonía, comunicación y unidad entre sus hijos que, en ninguno de los casos, se reflejaba en la realidad. En ambas situaciones hubo un intento paterno tendiente a “corregir” las actitudes de autonomía de los hijos.
En el primer escenario, sin embargo, resultó mejor alentar la separación; en el segundo, sobrevino un elemento de la realidad que permitió establecer nuevas pautas para el trabajo colaborativo entre los hermanos. Ello, con el tiempo, venció las resistencias del padre.
De todos modos, las expectativas de los padres, o sus sueños, no siempre pueden cumplirse.
El mejor aporte que pueden hacer los padres, en esas circunstancias, es posibilitar la búsqueda de soluciones, pero entendiendo que el “plan B” puede consistir en que esas expectativas, esos sueños de unidad familiar, deban dejarse de lado.
Por lo tanto, en lugar de forzar la unidad insostenible, a veces es necesario ayudar a que la separación surja de la mejor manera posible.
“Los hermanos sean unidos, esa es la ley primera…” dice José Hernández en el inmortal Martín Fierro.
Al decir “sean”, implica que se está estableciendo un mandato, una instrucción a cumplir. No es la descripción de una realidad, porque de lo contrario el texto diría “son unidos”. O, quizá, no habría sido necesario escribir nada acerca del tema.
Si los hermanos deben ser unidos es porque naturalmente no lo son. Nada garantiza que, de forma natural, la relación entre los hermanos sea armónica y pacífica.
Y si, en general, los padres pueden desear que los hijos se lleven de la mejor manera entre sí, con más razón todavía cuando tienen intereses en común: un patrimonio, o una empresa, que desean que se mantenga a lo largo del tiempo.
1. En “Impactos del nuevo Código en las empresas familiares”, planteo que el nuevo Código Civil y Comercial puede traer aparejada una regresión y una búsqueda renovada del “sucesor único”, por oposición a la sucesión integrada a través de todos los miembros de la siguiente generación. Ver: Glikin, Leonardo J., “Impactos del nuevo Código en las empresas familiares: una visión general”, en Favier Dubois, Eduardo M. (Dir.), La empresa familiar en el Código Civil y Comercial, Ad-Hoc, 2015.
CAPÍTULO 2
DIFERENTES MANERAS DE SER HERMANOS
Los hermanos, según quiénes los concibieron
Así como muchos hermanos tienen en común al padre y la madre biológicos, hay otras maneras de ser hermanos. Las diferencias y las similitudes tienen su peso.
Lo más importante es poder reconocerlas, porque ello es clave para entender las diversas relaciones fraternas, y cuáles son las proyecciones de cada relación.
A los hermanos que han sido concebidos por el mismo padre y la misma madre, podemos agregar diversas variantes, que desarrollamos a continuación.
Hermanos por adopción
Cuando la adopción es plena, los hermanos adoptivos tienen los mismos derechos y obligaciones (por ejemplo, alimentos, herencia) que los hermanos biológicos.
Más allá de las características personales, y la particular manera como los hermanos se relacionan entre sí, hay diferencias notables que tienen que ver con los orígenes del vínculo de los padres e hijos adoptivos.
La adopción es, muchas veces, fruto de un deseo de una persona o una pareja de realizarse como padres, cuando tienen alguna imposibilidad para concebir biológicamente.
En otros casos, la adopción es producto de una necesidad de asistencia. Por ejemplo, cuando la madre biológica es conocida de quienes luego serán los padres adoptivos, pero no reúne las condiciones materiales o psicológicas para hacerse cargo de ese hijo.
A veces, la adopción también es el producto de una contingencia desgraciada; por ejemplo, cuando un hermano debe hacerse cargo de los hijos de otro hermano fallecido.
Asimismo, se puede acceder a la adopción como consecuencia del matrimonio que contrae una persona con el padre (o madre) biológico de un niño o adolescente.
Según los motivos que lleven a la adopción, y de acuerdo con la existencia de otros hijos por parte del adoptante, se establecerá una trama de relaciones con los hermanos que abarca desde una relación integral, a relaciones de mayor distancia y con mayor dificultad para consolidarse.
A su vez, el hijo adoptivo puede haber sido un hijo deseado por sus padres biológicos (a los que luego pierde, o que por algún motivo no lo pueden criar) o un hijo no deseado.
Todas estas diferencias son, sin duda alguna, significativas respecto del vínculo que se establecerá en la familia en la que algún miembro se integra por la vía de la adopción.
Hermanos desconocidos
En algunas circunstancias, el progenitor oculta a su familia, o a algunos de sus hijos, el hecho de que tiene otros hijos.
En otras circunstancias, puede ocurrir que el progenitor mismo ignore la existencia de algún hijo, por haberse desentendido de una compañera circunstancial antes de que se hiciera manifiesta su gravidez. La integración de ese hermano desconocido suele ser muy dificultosa, cuando no imposible.
Caso 3: “Hola papá”
Cuando tenía 18 años, Mariel le envió un mail a Roberto:
“Soy la hija de Verónica… y sé que también soy tu hija”, declaraba allí.
Roberto se comunicó con ella y, luego de efectuar los análisis de histocompatibilidad genética (comúnmente llamados “prueba de ADN”), la reconoció como hija, pero pactaron una condición: él se haría cargo de los estudios universitarios de Mariel y la vería de manera regular, pero la relación no debía ser conocida por su esposa, ni por sus tres hijos (dos mayores que Mariel y una menor).
Mariel aceptó esas condiciones, pero dejaron un punto sin hablar: la interrelación de Mariel con la familia de Roberto frente a la eventualidad del fallecimiento, o una enfermedad grave, de Roberto.
Cinco años después de establecer este particular vínculo padre-hija, Roberto falleció en un accidente de tránsito y Mariel tuvo que enfrentar a sus hermanos paternos para hacer valer sus derechos como heredera.
Claro que todo se limitó, para Mariel, a un trámite legal y una participación económica. Para la familia “oficial” de Roberto, la aparición de Mariel fue un hecho traumático.
No hubo ninguna voluntad, recíprocamente, de construir una relación entre ellos.
Familia ensamblada: los tuyos, los míos y los nuestros
Cuando un matrimonio finaliza, cada uno de los integrantes de la expareja puede encarar sus siguientes relaciones como una experiencia reservada para sí, en la que no involucra a sus hijos o, por el contrario, puede buscar una nueva pareja con la expectativa de integrar a sus hijos.
A su vez, esa integración puede ser exclusivamente personal, es decir, nadie más que la nueva pareja, o también puede involucrar a su familia, en cuyo caso se conforma una familia ensamblada.
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