•La protección mutua a lo largo de la vida (lo que satisface el deseo de los padres de que sus hijos no estén solos, más allá de la posibilidad material de ellos de proveer esa protección).
•La continuidad de la unión familiar en las siguientes generaciones (lo que perpetúa la cultura).
•Los intereses familiares
•A su vez, la realización de esos valores posibilita la defensa de intereses muy profundos que son altamente dependientes de la buena relación entre los hermanos, es decir:
•La unidad futura del patrimonio.
•La permanencia, crecimiento y consolidación de la empresa familiar en el tiempo.
Es muy importante que no se trate de un “como si”, en el que los hijos simulan una unidad que solamente se sostiene frente a la mirada anhelante de los padres.
Se trata de construir un verdadero acuerdo, en el que cada uno de los hermanos se sienta protagonista y pueda verse, y ser visto, como una parte inescindible del todo.
Cuando los hermanos logran reconocerse como individuos autónomos pero, al mismo tiempo, su visión de conjunto supera la necesidad del brillo individual, son mucho más altas las probabilidades de satisfacer esos intereses tan legítimos de consolidación y continuidad.
Envidia, celos y rivalidad
La envidia, los celos y la rivalidad son una constante que se expresa con comportamientos agresivos, y muchas veces destructivos, entre los hermanos.
Estos sentimientos generan comportamientos que, en muchos casos, solo pueden superarse con la intervención de una instancia mayor que regula, y hasta reprime. Cuando los hermanos son chicos, esa instancia son los padres; cuando son más grandes y tienen razones para permanecer juntos (por ejemplo, en una empresa familiar) ese rol suele ser cubierto por un consultor, que trabaja específicamente en la empresa para superar las consecuencias de esos sentimientos negativos.
¿Qué es la envidia?
Podemos definirla, siguiendo a la Real Academia Española, como “el deseo de algo que no se posee”. Pero a esa definición hay que añadirle un rasgo: que sea algo que posee otro.
Bertrand Russell sostenía que la envidia es una de las más potentes causas de infelicidad. Su condición de universal es el más desafortunado aspecto de la naturaleza humana, porque aquel que envidia no solamente sucumbe a la infelicidad que le produce su envidia, sino que además alimenta el deseo de producir el mal a otros.
Este sentimiento opera desde los primeros años de vida y se refiere a la relación temprana de la persona con su primer objeto de amor, es decir, su madre. Por lo tanto, la envidia entre hermanos es una manera de competir por ese amor.
Los chicos crecen y estos sentimientos de envidia permanecen intensos, solo que, por la mayor sofisticación de los hermanos, aparecen de forma solapada: quizá, se muestran frente a la excelente idea de uno de ellos, expresada en una reunión de directorio, y que alguno de los hermanos se resiste a considerar, o que, rápidamente, trata de desbaratar con argumentos que se repiten de manera inalterable.
Cuando se comparte la vida laboral con un hermano pueden aparecer conflictos que están íntimamente relacionados con estos sentimientos primitivos, pero en general maquillados. Remiten, en general, a viejas riñas infantiles que datan de un tiempo del que no se tiene registro consciente, pero que siempre se refieren a lograr el amor y el reconocimiento de los padres de manera exclusiva.
¿Qué son los celos?
Se los ha descripto de esta manera: “Los celos están basados sobre la envidia, pero comprenden una relación de por lo menos dos personas y conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que le es debido y le ha sido quitado, o está en peligro de serlo, por su rival. Se ve al otro como rival que amenaza con quedarse con ‘todo’…” [destacado del autor].
Imaginemos qué sucede cuando el patrimonio es compartido y no se ha salido de esta posición. Estos sentimientos dañan la capacidad de obtener satisfacción respecto de lo que se posee y de los logros que se obtienen.
Las personas afectadas por estos sentimientos están insatisfechas, siempre encuentran y se enfocan en aquello que falta, y nunca en todo lo que se posee efectivamente. No pueden conectarse con sentimientos de gratitud, lo que conlleva a que no sean capaces de apreciar las bondades en los otros sujetos y en ellos mismos.
Se supone que en la relación con un hermano estos sentimientos son ambivalentes. Es decir, aparecen también sentimientos de amor para con los hermanos y, por lo tanto, al no poder expresarlos, se generan sentimientos de culpa.
Estos sentimientos negativos, que derivan en comportamientos agresivos, generan conflictos que en muchos casos son insuperables si solamente se piensa en resolver la situación planteada, debido a que están determinados por las primeras vivencias de la persona, en especial con su madre, las que constituyeron el desarrollo de su capacidad de amar. Es precisamente tal capacidad de amar la que nos conduce a conectarnos con la gratitud.
A su vez, la gratitud está estrechamente ligada con la generosidad. La riqueza interna deriva de haber asimilado lo que la psicoanalista Melanie Klein denomina el “objeto bueno”, de modo que el individuo sea capaz de compartir sus dones con otros. Este hecho o sentimiento de compartir tiene que ver con apreciar al otro como un ser que me enriquece y no me “quita”.
Sobre este punto es interesante resaltar que, si la persona no ha logrado esta capacidad de dar, los actos de generosidad serán seguidos por la imperiosa necesidad de aprecio y agradecimiento, pero a modo de reclamo. Por lo tanto, si el que da algo siente que no ha sido suficientemente reconocido, padece luego una ansiedad persecutoria, como si hubiera sido robado o empobrecido: al sentir que no es reconocido su aporte o su acto generoso pasa a tener una sensación de “usura”, o aprovechamiento, de parte de sus hermanos o familiares.
También, cuando la idealización es característica de las relaciones de amor y amistad, puede ocurrir que la persona sienta que nadie está a la altura de lo esperado. Esto es vivenciado como una sensación de frustración: nunca, nadie, puede cumplir con las expectativas. Las condiciones que se demandan son inalcanzables y ello es fuente de gran malestar, al no reconocerse en el otro sus propias potencialidades, y al pretender una respuesta incondicional a nuestros parámetros.
Esto resulta patente en algunas sociedades de hermanos cuando uno se adjudica el éxito alcanzado y alaba sus propias bondades o dedicación pero, al mismo tiempo, niega o minimiza los aportes del otro hermano o hermana.
¿Qué es la rivalidad?
Sin duda, el origen de la rivalidad entre hermanos es la pugna por el amor de sus padres.
Sin embargo, en la medida que crecen, y en particular si mantienen intereses en común, como ocurre cuando existe una empresa familiar, la manera como cada familia en particular encara determinadas cuestiones se traduce en una mayor o menor capacidad para superar la rivalidad y convertir esas relaciones de amor-odio en algo positivo y productivo.
Por lo pronto, el rol de los padres en la resolución de conflictos entre los hijos puede ser de prescindencia, o de interferencia.
La prescindencia consiste en que los padres permitan a sus hijos resolver entre ellos sus diferencias, encontrando su propio punto de equilibrio, sus propias pautas de equidad y de justicia.
La interferencia mantiene vivo el conflicto, como una experiencia negativa. Cuando los padres refuerzan la rivalidad, los chicos continúan en esa senda.
Cuando los padres no interfieren, muchas veces los hijos abandonan la rivalidad y encaran juegos más positivos.
En las familias en las que hay una aversión al conflicto, los hijos aprenden a suprimir los sentimientos agresivos y adoptan la creencia de que la rivalidad entre hermanos es tabú. En estas familias, lo hijos no aprenden a resolver sus diferencias de manera autónoma; por el contrario, tienden a una actitud de vergüenza por exponer sus diferencias.
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