A tal punto es ello así que, muchas veces, exponen esas diferencias cuando ya no las pueden disimular. Tal vez, incluso, lo hacen de la peor manera y en el momento menos adecuado.
La rivalidad en la edad adulta
No toda rivalidad es negativa. A veces, es el motor adecuado para la diferenciación, el impulsor necesario para generar una competencia que ayuda a que cada uno de los hermanos pueda crecer.
Lo “normal” es que la rivalidad decaiga con el paso de los años y la maduración de los protagonistas. Sin embargo, hay rivalidades destructivas que pueden persistir a lo largo de la vida.
Sería ideal que los hermanos pudieran fortalecer sus relaciones sobre la base de sus propios intereses en sostener la conexión familiar como adultos autónomos, en lugar de sentirse niños que luchan por la aprobación y la atención de sus padres.
En la medida en que los padres todavía controlan la relación, incluso psicológicamente, es difícil para los hermanos desarrollar las habilidades necesarias para mantener relaciones responsables entre sí.
La rivalidad se torna destructiva cuando los hermanos no tienen libertad para encontrar sus roles en la familia, cuando sienten resentimiento entre sí, y cuando se les denegaron oportunidades para resolver sus disputas, porque sus padres siempre intervinieron.
El posicionamiento de los padres frente a los hermanos
La manera como los padres se posicionan frente a las relaciones fraternas de sus hijos puede ser clave. Así, por ejemplo, las comparaciones entre los hermanos pueden tener una derivación positiva: la individuación.
A través de las palabras de los padres, que señalan que un hijo es muy habilidoso con las manos y el otro es muy buen deportista, cada uno de ellos puede perfilarse de una manera autónoma y profundizar esos rasgos.
Sin embargo, existe un riesgo: el estereotipo, que les impide a los hijos encarar algo diferente respecto de las conductas en las que han sido encasillados.
Debe diferenciarse entre la actitud de comparar características que pueden cambiarse de la oportunidad en la que se comparan aspectos que son propios de la naturaleza de cada uno.
Por ejemplo, destacar acerca de alguien que es “más inteligente”, significa producir una comparación respecto de algo que no se puede modificar.
Es diferente si se dice que es “más estudioso”, o “más focalizado”, porque se trata de actitudes que, en consecuencia, dejan abierta la posibilidad del cambio por parte de los otros hermanos, en lo que podríamos denominar una “sana competencia”.
Otra cuestión muy significativa a tener en cuenta se liga con los criterios de justicia. Hay padres que priorizan el concepto de igualdad, que tiende a que todos reciban lo mismo formalmente, aunque sus necesidades o sus aportes sean diferentes. Entonces, por ejemplo, si hay una sola botella de gaseosa, se reparte por igual entre todos los hijos.
Frente a ese concepto se contrapone la práctica de la equidad, que consiste en igualar situaciones diferentes. Así, por caso, ante el ejemplo de la gaseosa, sería factible administrarla de manera no igualitaria en el caso de que alguno de los hijos estuviera más deshidratado que los otros, tal vez, porque estuvo practicando un deporte muy exigente. En ese escenario, se podría compensar en función de las distintas necesidades, aplicando un criterio de equidad.
El compromiso de todos
El primer paso para que la realización de los valores de los padres y la satisfacción de los intereses comprometidos se hagan realidad es entender que nada garantiza que la armonía entre los hermanos se dará naturalmente.
Por el contrario, la relación entre los hermanos debe construirse y revisarse de manera continua, para asegurar su desarrollo saludable a lo largo del tiempo.
Que un padre se lamente porque sus hijos no se llevan bien entre sí y señale que ello pone en riesgo los proyectos empresariales es apenas el primer paso para resolver esta situación.
Lamentablemente, muchos padres se quedan paralizados en ese punto, porque la realidad de la relación entre los hijos no coincide con sus sueños.
Sin embargo, esa dificultad no tiene que ser, necesariamente, una condena a muerte de los sueños familiares. Por el contrario, puede ser una oportunidad para revisar el camino recorrido y encontrar nuevas soluciones.
Es imprescindible, en consecuencia, preguntarse qué ha llevado a la situación actual y qué se puede hacer para revertirla. El premio: generar un aporte de valor para que los hijos se puedan alinear de una manera productiva en función de los requerimientos de la empresa.
No obstante, forzoso es decirlo, tendemos naturalmente a adoptar conductas que no ayudan a superar estas situaciones. Veamos algunos casos.
Caso 1: “El que se va, se marcha con lo puesto”
“Yo hice esta empresa para mis cuatro hijos. Siempre soñé con que fuera el lugar para la unidad familiar. Y ahora no puedo creer que no quieran trabajar juntos. Así es que, les aviso, yo no lo voy a permitir. El que se va, se marcha con lo puesto”. Este fue el enunciado paterno con el que me encontré cuando fui convocado a trabajar con la familia “J”.
A lo largo de los sucesivos encuentros con los dos varones y las dos mujeres (de las cuales una se dedicaba a administrar el patrimonio familiar, pero no trabajaba en la empresa) resultó evidente que el sueño de unidad del padre no podría cumplirse, dado que las diferencias eran tan marcadas que los hacía incompatibles para cualquier proyecto societario.
Sin embargo, en este caso, el afecto entre los hermanos era muy fuerte. Simplemente, no eran compatibles (por sus diversas maneras de encarar la vida y los negocios) para mantenerse unidos en un proyecto común.
La separación de diversas unidades de negocios y la generación de compensaciones cruzadas entre los hermanos fue el modo bajo el cual se evitó una explosión de la empresa familiar. Al mismo tiempo, se elaboró un sistema de convivencia que permitió mantener la unidad familiar, sin negocios en común.
Actualmente, lo único que tienen en común es que todos los hermanos colaboran por igual para la buena calidad de vida material de sus padres, a través del aporte económico de cada unidad productiva y, en el caso de una de las hermanas, a través de la administración del patrimonio inmobiliario familiar.
Sobre la base de estas condiciones es posible augurar que esta situación continuará mientras vivan los padres. Cuando los padres ya no estén, es probable que la relación personal pueda continuar entre ellos, lo que, seguramente, no hubiera ocurrido en el caso de no proceder con la separación de las unidades de negocios.
El asunto de las compensaciones en relación con las empresas o unidades de negocio familiares se ampliará más adelante, al estudiar el artículo 1010 de Código Civil y Comercial, cuando nos aboquemos al tema de la herencia futura (Capítulo 6).
Caso 2: “Si entre ustedes no se ponen de acuerdo yo vendo todo”
En este caso, el padre sufría mucho al observar la grave incomunicación entre los hermanos.
Tan grave era que, en nuestras primeras reuniones, los hermanos no se hablaban entre sí, sino que cada uno me hablaba a mí, y yo “traducía” lo escuchado al otro hermano, quien, también, contestaba a través de mí.
El padre estaba profundamente dolorido por esta situación; había contratado nuestros servicios de consultoría como último intento, antes de tomar una medida más drástica: no estaba dispuesto a presenciar por más tiempo esa dura incomunicación y tal situación de desconocimiento personal entre los hermanos.
Pero la historia dio un vuelco cuando el menor empezó a evidenciar síntomas de asma, que se agravaban porque tenía que permanecer todo el día en un mismo escritorio, ejerciendo la función de tesorero. Ese era el mandato paterno, y no había alternativas a la vista.
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