La isla tiene un muelle de poco más de 50 metros en su costa Oeste, justo la que daba al viento dominante esa tarde. Eso quiere decir que estaba a sotavento y, al meter punto muerto, el viento nos empujaba con furia contra él, por lo que había que alcanzarle con la marcha atrás metida y el barco casi parado. En el Corto Maltés eso significa que la popa abate hacia babor y debíamos amarrar por estribor. Además, los alrededores estaban llenos de nasas de pesca con pequeños flotadores de porespán, y un pescador en su barquita trajinando entre aquel cafarnaún. El amarre nos costó tres intentos y llevarnos por delante una de las nasas con la hélice, que por suerte no se bloqueó al trabar el sedal. Cuando al final Luis consiguió saltar a tierra y afirmar la amarra de popa, se nos acercó el guarda de seguridad que vigila los edificios (que había contemplado todo desde el principio y podía habernos hecho un gesto antes) a decirnos que estaba prohibido amarrar y desembarcar. Nos sorprendió porque la isla no forma parte de ninguna de las reservas naturales de las Islas Atlánticas, esta información no figuraba en ninguna de las guías que habíamos consultado, y tampoco es una isla privada, pero ante un uniformado no nos quedó más remedio que volver a Vigo con la miel en los labios. Como ya os imagináis, a la vuelta el viento nos cogió de cara y nos tocó dar bordos de orilla a orilla, con el génova y el apoyo del motor, y recibiendo algún que otro chubasco, costándonos dos horas las 6 millas para volver a Vigo. Llegamos casi de noche y empapados. Una tarde pasada por agua, pero que se compensó con la comodidad de poder cenar a resguardo en el apartamento de nuestros amigos en lugar de en el barco.
El último día de estancia en la ría de Vigo lo dedicamos a recorrerla en todo su perímetro en coche para conocer los sitios que no habíamos podido visitar en barco por el mal tiempo. Finalmente el sábado y el domingo la mayoría del grupo se desplazó por carretera a Oviedo para asistir a la graduación de mi hijo Lucas, que terminaba Psicología. Así pues, las despedidas fueron en Oviedo, yo volví a Vigo en autobús y los demás a Santander. La vuelta a España entraba en una etapa nueva al cambiar de país y afrontar las largas y difíciles etapas de la costa atlántica de Portugal, deshabitadas y con pocos puertos de abrigo. Pero esto es la materia del siguiente capítulo.
El descubrimiento de Portugal
La costa Oeste de Portugal siempre ha tenido mala fama entre los navegantes. Dispone de pocos puertos y algunos se cierran cuando hay vientos fuertes del Oeste o mar de fondo del mismo sector, por lo que no se puede tener la seguridad de poder entrar en el que has elegido y hay que salir dispuesto a navegar el doble o el triple. El oleaje suele ser enorme (muchos días navegamos con mar gruesa: olas de 2,5 a 4 metros) pero lo que es peor, suele infravalorarse su magnitud en alta mar y al acercarse a la costa o al puerto es cuando se comprueba su magnitud y su fuerza. Casi siempre las olas proceden del Noroeste. Respecto al viento, a partir de abril entra la “nortada” o vientos “alisios portugueses”, que soplan del Noroeste y alcanzan con facilidad la fuerza 4-6, y se llaman así por su regularidad. A ellos se añade la brisa térmica de la tarde, que sopla en la misma dirección, haciendo que entre ambos vientos se alcance la fuerza 6 o 7 (más de 30 nudos). Los vientos aún se incrementan más en la desembocadura de los ríos y a sotavento de los promontorios. Además, en verano se forman nieblas con visibilidad inferior a 2 millas, lo que ocurre entre el 3 y el 10% de los días. A todo eso se añade el poco tráfico de la zona, pues las rutas de mercantes se alejan de la costa y la náutica deportiva no está muy desarrollada. Eso significa que en caso de apuro es poco probable que alguien te socorra. Muchos días navegábamos 10 o 12 horas completamente solos en el mar y sin escuchar a ningún otro barco por la radio.
Respecto a la corriente, por suerte es favorable ya que discurre en dirección Sur, con una intensidad media de 0,5 nudos. Es una rama de la corriente del golfo, el flujo de agua cálida que procede de Centroamérica, atraviesa el Atlántico, y a nivel de las islas Británicas se divide en dos: una rama va hacia Noruega y la otra se recurva hacia el Sur barriendo la costa Oeste de la península.
El 11 de junio íbamos a empezar la etapa portuguesa de la vuelta a España. Para nuestra familias, además de la preocupación por la zona de navegación descrita y que desconocíamos, aumentaba el disgusto porque mientras estuviéramos en aguas de Portugal no iba a funcionar el localizador en tiempo real debido a la tarifa que teníamos de Internet, que no cubría Portugal (tampoco Francia, pero el canal de Midi no nos preocupaba). Nuestra intención era enviar la posición de recalada en cada puerto al final del día, eso si encontrábamos un local con wifi desde donde hacerlo. Además, teníamos la intención de aprovechar los vientos portantes tanto como nos fuera posible, navegando de noche para aprovechar cuando fuesen favorables. Por supuesto, las noches que navegásemos tampoco mandaríamos nuestra posición. A cambio cuando viniera duro de proa nos quedaríamos en puerto, pues ya habíamos conocido en las islas Sisargas y en la entrada a Cedeira, lo que era el viento de proa en esta costa de la península e íbamos a intentar evitarlo como a la peste. Nuestra siguiente cita con las chicas era el 23 de junio en la desembocadura del Guadiana, para remontarlo hasta su cabecera o hasta donde lo permitiera su caudal.
Como la primera etapa de Portugal era larga (143 millas hasta Figueira da Foz) salimos de Vigo temprano, a las 7:00 h, después de izar en el obenque de estribor la bandera de cortesía de Portugal que nos había hecho Ana. Pensábamos emplear media hora en salir de la ría y tardamos casi 4 horas. El viento venía de proa (del Oeste-Noroeste) con fuerza 5, las olas del mismo sector de 2-3 metros (fuerte marejada) y la marea creciente también de proa. Salimos de la ría con un tiempo lluvioso, frío, dando pantocazos y bordos interminables, con la mayor en el segundo rizo y el motor, y en alguno de los bordos apoyando un poco con el génova parcialmente enrollado. Además, a la entrada de la ría hay una boya cardinal Oeste separada dos millas de tierra, que no se puede atajar porque marca un bajo donde hay varios naufragios de los que intentaron el atajo, que debíamos dejar por babor antes de cambiar el rumbo hacia el Sur. Superar aquella boya fue un ejercicio de modestia ante los elementos y de confianza en los cartógrafos, porque a la vista teníamos aguas aparentemente libres de peligros hacia el Sur, que era nuestro rumbo ansiado desde que salimos de puerto, pero nos veíamos obligados a seguir dando bordos hacia el Oeste con todos los elementos viniendo de proa. Además, justo pegado a ella discurre el dispositivo de separación de tráfico de los mercantes que entran y salen de Vigo; por suerte, no nos cruzamos con ninguno, porque si, además de lo que ya teníamos, hubiéramos tenido que jugar a esquivar a los mercantes no habríamos salido de la ría hasta el mediodía.
Ya fuera de la ría pudimos tomar rumbo Sur, y a ese rumbo, con el viento del Noroeste de fuerza 5-6 por la aleta de estribor, pudimos quitar el motor y navegar a muy buena marcha (siempre más de 6 nudos) con la mayor en el segundo rizo y el génova más o menos al 50%. El resto del día transcurrió con vientos fuertes del Oeste, pero sobre todo con unas olas atlánticas de 2,5 a 3 metros (fuerte marejada a mar gruesa) que daban bandazos al barco como si fuera una coctelera. En varias ocasiones embarcamos alguna ola, bien porque clavábamos la proa en la ola anterior al salir lanzados en un surf, bien porque nos alcanzaba una rompiente por la popa o por la aleta, en ambos casos dejándonos calados o haciéndonos resbalar por la bañera. Entre el retraso de la salida de Vigo y las condiciones de mar que nos estábamos encontrando que, entre otras cosas, no permitían usar el timón automático y nos obligaban a gobernar a mano desde el exterior, no nos pareció prudente navegar de noche ya que los elementos no se apaciguaban al atardecer y preveíamos una noche en las mismas condiciones. Cambiamos nuestro puerto de destino por Povoa de Varzim, a 63 millas de Vigo. Realmente daba un poco de miedo mirar a estribor. Los timoneles que antiguamente llevaban los barcos por el cabo de Hornos tenían prohibido, bajo penas severas, mirar a popa; era para que no se asustasen al ver las olas que les alcanzaban. A nosotros nos pasaba igual ese día pero por estribor.
Читать дальше