Entonces, hice esta pregunta:
«¿Por qué te amo tanto?».
Y respondí:
«¡¡¡Porque tú eres realmente lo que soy yo!!!».
Al ver ese mundo infinito y maravilloso,
supe que él siempre estuvo allí;
pero por mis miedos y por mis viejos conceptos no podía verlo.
También descubrí que nunca estuve sola.
Siquiera antes de mi nacimiento, jamás he estado sola.
Hola, querido Diario:
Yo sé que muchos les dan nombres a sus diarios, pero yo te daré el nombre que realmente tienes: tu nombre es y será Diario. Sé que seremos muy buenos compañeros y amigos.
Para comenzar con buen pie nuestra amistad, empezaré por contarte mi historia desde lo que recuerdo de mi infancia. Haré un resumen de lo que esta fue porque la historia es muy larga y no quiero aburrirte. Después, proseguiré hasta llegar a lo que es mi vida actual. De esta manera, tú podrás conocerme mucho mejor.
Comenzaré contando cosas de cuando yo tenía menos de dos añitos, esto lo sé porque mi hermana, Norma, era una bebé y con ella me llevo dos años de diferencia.
Mi primer recuerdo es de un día en donde estaba comiendo en el porche trasero de la casa, sentada en el piso, con mis pequeñas piernas abiertas y el plato entre ellas. No recuerdo ver a mi madre cerca. Me levanté y fui hacia la papelera para botar la comida. Luego la busqué a ella, aún con el plato en mis manitas.
La encontré en la cama con mi padrastro y lo que vi se quedó en mi memoria. Yo no sabía lo que pasaba, solo observé cómo los dos se cubrían sus cuerpos y que mi madre parecía asustada. Aquel recuerdo causó mucha impresión en mí, sobre todo, porque nunca había visto a mi madre y a mi padrastro en aquella situación.
También recuerdo ver a mi padrastro tratando de sacarme una espina que tenía incrustada en una de mis manos, y que había un bebé en casa. Más tarde notaría que era mi segunda hermana, Norma.
El tiempo pasó y dejamos de vivir en aquel lugar.
A veces, mi mamá me dejaba con una familia y otras veces quién sabe dónde, pero siempre estaba en la casa de alguien que no puedo recordar.
Un día, en la casa de una de esas familias, alguien me amarró las manos juntas a una cama: el motivo no lo sé. Solo recuerdo el acto de verme atada y que yo lloraba.
Recuerdo también cuando vivimos en un lugar llamado Carmen de Uria, el cual ya no existe. Solo estábamos mi mamá, una chica que me cuidaba mientras mi madre estaba en su trabajo, y yo. A veces, nos visitaba un señor llamado Fernando, quien era portugués.
Con la chica que me cuidaba tengo los recuerdos más fuertes de esa vida infantil. Me acuerdo de ella sobre la cama de mi madre, en cuclillas encima de mí, ya que yo estaba acostada bocarriba. Sobre mi boca y sin ropa interior, ella me orinó y me obligó a beber su orina.
Un día, mientras esta chica me bañaba, se agachó tras de mí y comenzó a tocarme y a morderme las nalgas. No sé cuántos días pasaron, pero mi madre, al vestirme, encontró las marcas de los mordiscos en mi trasero. Con mucho miedo, le conté lo que pasaba. Ella me pegó, pero no volví a ver a esa chica en la casa.
Varios días después, celebramos mis seis añitos. Sin embargo, para ese momento, vivíamos en la casa de una amiga de ella. En ese hogar, se repitieron los abusos sexuales: estos fueron hechos por parte de los hijos de esa mujer. Yo nunca hablé con mi madre sobre esto por miedo a recibir una nueva golpiza.
Añado aquí que, después de que mamá comenzó a dejarme en las casas de sus amigas, me percaté de que mi hermana no estaba con nosotras; sencillamente no sabía de ella.
Pronto, mi vida comenzó a cambiar. Mamá se mudó con un señor llamado Luis y tuve tres hermanas más.
Mi vida se volvió más dura, pues las responsabilidades en la casa no se limitaban solo a «ayudar». Fue como si yo me hubiera convertido en la señora de la casa y mi madre, en el esposo. Me encargaba de todo e incluso debía ir al colegio. Cada vez que mis hermanas hacían algo malo según mamá, era yo quien sufría las consecuencias.
Vivía una situación muy amarga para mi corta edad, pues cada vez que mi mamá me pegaba, siempre me rompía la piel con lo que usaba para lastimarme.
Mi vida era un infierno. Comencé a rezar en un altar que mi padrastro tenía ya que me enseñaron que Dios escucha más a los niños que a los adultos. Cada día le pedía a ese Dios que mi papá, el cual no conocía, viniera a buscarme. También le imploraba que, si estaba muerto, me llevara con él.
Un día, durante una de las palizas de mi madre, llegué hasta el punto de gritarle a ese Dios que me llevara con Él o con mi papá. Al escucharme, mi madre se enfureció y me golpeó con más ahínco. Desde ese momento, comencé a pensar que no era su hija biológica, pues no podía entender el porqué de sus maltratos.
Durante una noche, le dije a Norma que no soportaba más, que Dios no respondía a mis peticiones, que no me escuchaba. Busqué algunas pastillas y encontré dos únicos paquetes. Me los tomé en presencia de mi hermana; ella sabía lo que yo intentaba hacer y lo comprendía. Escribí una carta en donde les explicaba a las autoridades el porqué de mi acción. Al día siguiente, me desperté: no sabía si estaba muerta o sí aún vivía. Comencé a ponerme el uniforme para ir al colegio. Durante mi día de escuela, recordé la carta que había escrito la noche anterior y me asusté, pensé que me había metido en un buen lío en el caso de que mamá hubiera encontrado mi nota. Sin embargo, al llegar a casa todo estaba normal. Nunca más supe de aquella carta.
Mi vida siguió su curso. Cuando cumplí doce años, tuve mi primera ilusión. Mi mamá me sacó del país y me envió a Colombia a estudiar en un internado. Allí pasé y viví la parte más hermosa de mi infancia, pues mi madre no estaba conmigo y podía ser yo misma, sin miedos, sin inhibiciones, como debía ser.
Después de un año y medio en Colombia, regresé a Venezuela con mi madre. No fue mi decisión, fue lo que ella quería. Siguieron los maltratos. Sus palabras favoritas hacia mí eran puta, perra y zorra.
Fui violada por cinco hombres cuando tenía quince años. También, viví un accidente en el cual murió una chica. Una noche, salí con una amiga y unas cuantas personas más; éramos un grupo de tres mujeres y de tres hombres. Fuimos a ver una presentación que hacía el grupo Los Melódicos en un club de Ciudad Bolívar. Al llegar al lugar, nos dispersamos; pero al terminar, nos reunimos en la salida y nos subimos a la camioneta de uno de los muchachos. Mi amiga iba en la cabina con dos hombres y la otra chica, el otro muchacho y yo, en la parte trasera.
En el camino, me di cuenta de que salíamos de la ciudad. Estaba oscuro y comencé a sentirme asustada. Le dije a la chica que se encontraba junto a mí: «no sé qué quieren ellos, pero no me gusta esto».
Después de un rato, miré hacia adelante. Había una oscuridad aún mayor; presentía algo malo, realmente malo. Entonces, volví a hablarle a la chica: «yo veo muerte, esto no me gusta».
Le comuniqué mi decisión de tirarme de la camioneta en movimiento. Ella me respondió que se iría conmigo y que no se quedaría allí. Nos tiramos juntas. Cuando caímos, sentí un fuerte golpe en la cabeza. Recuerdo pensar que, si no me mataba, quedaría loca. No obstante, me levanté, aunque la chica no lo hizo, ni siquiera reaccionó.
A los pocos minutos, la camioneta regresó y llevamos a la chica hacia al hospital. Después de esperar mucho, una enfermera y un policía nos dijeron que nos fuéramos, que ella solo había perdido el conocimiento y que estaría bien. Obedecimos.
Muy temprano en la mañana, en la casa de mi amiga, que era donde yo había pasado la noche, se presentó la Policía Técnica Judicial. Ninguno de nosotros había logrado dormir después de aquello y planeábamos ir a ver cómo seguía la chica, pero la llegada del cuerpo policial nos impidió salir. Les abrí la puerta y, tras identificarse, uno me enseñó la foto de una muchacha y me preguntó si la conocía.
Читать дальше