Antonia, que así se llama esta chica, me explica que ella hace horas de menaje y por las noches limpia algunas oficinas. Tiene su estudio alquilado y es independiente desde hace varios años. Ahora será madre soltera, y el Gobierno francés ayuda mucho a las madres solteras, lo que le permitirá criar a su hijo tranquilamente.
—A mi hija (espero que sea una hija), la he deseado tanto que sería para mí como una victoria sobre la maternidad, que ya jamás pensé que tendría.
—¡Antonia! ¿Lo de ayudarme en Francia va en serio? Porque mi situación de verdad que es bien precaria.
—¡Completamente en serio! Usted haga como yo le digo; véngase primero y después traeremos a su marido, resuelva cuanto antes con sus familiares lo de dejar a su hija y póngase en contacto conmigo lo más pronto que pueda. Aquí tiene mi dirección y mi teléfono, en cuanto esté lista, llámeme. Y muchas gracias por el café, por su ayuda y por cómo me ha acogido en su casa, gracias.
Aquella misma tarde me voy a ver a mi hermana Mari y le expongo la situación. Me dice rotundamente que no se queda con mi hija.
—¡Pero, Mari! No tengo a nadie más que pueda ayudarme con esto. Solo serán unos meses.
—Ni lo sueñes.
—¿Pero por qué?
—Porque no quiero que te vayas.
—Mari, ya sé que tú de niños no quieres nada. —Enseguida me arrepiento de hacerle esta reflexión, ya que su hijo murió—. ¡Por favor!, solo serán unos meses.
—¡He dicho que no y punto!
A la mañana siguiente me voy a ver a mi suegra, que me dice lo mismo.
—Mira, Secty, yo soy ya vieja y María con la pastelería tampoco tiene tiempo, así que búscate las habichuelas por otro lado. —Me vuelvo a mi casa llorando y Víctor me pregunta:
—¿Qué ha pasado?
—¡Nada! Que nadie quiere ayudarnos ¿Cómo es posible que nadie quiera echarme una mano? —En la única que no pensé fue en mi madre… y cómo me arrepiento de ello… Pero la veía tan cansada y tan mayor que tampoco quise pedirle nada. Ese día me encuentro a mi vecina Amparo:
—Secti, como tu enfermera se ha ido, ¿por qué no le alquilas a mi tía Isabel de Córdoba esa habitación que ahora tienes vacía? Mi tía viene a Málaga con su hija que es pantalonera y tiene un contrato con el Cortefiel, eso podría ayudarte.
—Tienes razón, lo voy a pensar… Ante la angustia de no tener otra cosa, aquella misma noche le digo que sí, que se venga, y llega Isabel, una mujer de unos cincuenta años bien agradable. La convivencia con ella será muy buena.
Corría el mes de septiembre y yo aún no había resuelto el problema de mi hija. Hice otra tentativa con mi hermana y mi suegra, pero me dijeron lo mismo, que no se quedaban con ella. Nadie movió un dedo por mí. Aquella noche Isabel me pilló llorando en la cocina.
—¡Secti, ¿qué te pasa? ¿Te has peleado con Víctor?
—No, para nada, solo que pensé que mi familia me quería un poco más, pero… Víctor no. Él es lo mejor que me ha pasado en la vida.
—¿Entonces a qué viene ese llanto?
Le expliqué todo el problema.
—¿Será posible que nadie quiera echarte una mano? Pues no te preocupes, yo me quedaré con tu hija todo el tiempo que necesites. —Me quedé mirándola sorprendida e incrédula y ella añadió—: ¡Qué hay de malo! A mi hija ya la llama tata y a mí, abuela. —Me emocioné todavía más y rompí de nuevo a llorar.
—¿Será posible que la gente de la calle me ayude y los míos no?
Aquella noche le comenté a Víctor la proposición de Isabel. Y él me dijo:
—¿Y qué pensarán de nosotros si dejamos a la niña aquí con gente extraña?
—Esta gente extraña, como tú dices, han resultado ser más humanos que nuestra familia. A mi hija la he parido yo y me duele más qué a nadie, por eso no tendré en cuenta nada de lo que piense nuestra familia de nosotros.
Desde ese día empecé a observar a Marina. Era verdad que se llevaba muy bien con Isabel y que esta le devolvía ese cariño con creces, lo que me hizo pensar que quizá fuese una posibilidad a la que aferrarme.
¡ADIÓS, ESPAÑA! ¡HOLA, FRANCIA!
Al otro día le escribí a Antonia:
—¡Estaré lista a principios de octubre! Búscame plaza que voy para allá.
El 5 de octubre de 1965, a las diez de la noche cogí el tren hacia París. Mi marido me había facturado la maleta para que fuese más ligera, y en la frontera, cuando la recuperé, noté que pesaba mucho menos. Me habían robado la mitad de la ropa, lo que no me importó, ya que para atravesar el túnel que separa España de Francia me pesó mucho menos. El túnel era un subterráneo bastante largo e iba lleno de emigrantes.
En España las vías de tren son mucho más estrechas que las francesas y había que cambiar de tren. Ese túnel separa los dos países, los trenes franceses son mucho más modernos y cómodos.
Pensé: «En algo tiene que notarse que nos llevan 200 años de ventaja en democracia».
Viajé toda la noche y la mayoría del tiempo lo pasé llorando por mi hija. A las siete de la mañana todavía era casi de noche en París. Cuando llegué a la estación de Austerlitz, cogí un taxi que me llevó a casa de Antonia, ella me estaba esperando y me preguntó:
—Secti, ¿cuánto te ha cobrado el taxi?
—18 francos.
—¡Coño, será canalla! Te ha cobrado tarifa de noche.
—Sí, pero yo no lo sabía. ¡Primera novatada que pago en París! Tendré que ser más precavida de ahora en adelante, porque con los ochenta francos que me quedan en el bolsillo no creo que me dé para mucho en el futuro.
El futuro llegó a las diez de la mañana al día siguiente cuando teníamos cita con madame Busier, que estaba buscando una Bonne a Taut faire.
—¡Y eso qué es!
—Es una chica para todo, lo que en España se llama «cuerpo de casa».
Madame Busier me pareció muy cordial, pero pronto cambié de idea cuando dijo:
—Esta chica es muy pequeña para mí (trop petite).
Antonia me tradujo:
—Secti, dice que eres muy pequeña.
—¡Sí, ya la he oído! Pues ella no es muy grande que digamos.
—¡No te preocupes! —me dice Antonia—. Yo lo tenía todo previsto para ti, por eso he fijado varias citas para hoy.
La siguiente es Madame Lyon, que me pregunta:
—¿Vous etes Marie, casada?
—Sí, claro que estoy casada y tengo una hija de dos años.
—Entonces no me conviene, porque me llenan la casa de petites (niños).
—¡Será hija de puta! ¿Pero cómo han hecho esta gente para poblar Francia si no hacen petites?
La siguiente cita es Madame Gauvert, pero al subir la escalera le digo a Antonia:
—Mira, tú no digas nada y veas lo que veas, ni te inmutes. —Me quito la alianza de mi dedo y me la meto en el bolsillo.
Antonia me mira con desconfianza.
—Miedo me das… ¿Qué piensas hacer?
—Aún no lo sé, según vaya la conversación, te juro que en esta casa me quedo. De todas formas, no puedo volver a España con las manos vacías después de lo que me dijo mi suegra antes de irme.
—¿Qué te dijo tu suegra?
—Que todas las que vienen a París vienen a hacer de puta.
—¡Qué barbaridad! En un mes que he pasado de vacaciones en España he visto más putas en Málaga que en los veinte años que llevo en París. Mi niña, que nadie te coma el coco, que aquí, como comprobarás, se viene a trabajar, Lo demás son pamplinas de gente ignorante, como tu suegra, por ejemplo. —Qué buena chica es esta Antonia, tiene el don de remontarme la moral. ¡Gracias, amiga!
Yo solo pensaba en Víctor, a quien había dejado en Málaga encargado de pasear mucho a Marina para que por la noche se durmiese rápido y no me echara de menos. Mi angelito…
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