Conforme avanzaban desde la gasolinera El mosquit hacia el centro, a la altura de la esquina de Salitre con la calle Corazón de Jesús, la comitiva se topó con las fuerzas de seguridad, policías locales y estatales, apoyadas por refuerzos antidisturbios. La tensión crecía por momentos. La gente que observaba la comitiva, muchos de ellos alineados con los trabajadores, se unieron a la manifestación. El rumor de la gente era cada vez más insoportable, los insultos y amenazas dieron paso al lanzamiento de objetos. La policía formaba una barrera de tres filas de soldados, bien uniformados, armados y protegidos por escudos transparentes que les cubrían hasta más arriba de las cabezas. Los objetos lanzados no producían ningún efecto en las posiciones policiales. Pero, de repente, alguien arrojó un cóctel molotov por encima de los cascos de la policía y cayó encima de uno de ellos, quien rápidamente se transformó en una antorcha humana. La reacción policial fue inmediata, la carga y el uso de armas disuasivas, como bolas de goma, porras y pistolas eléctricas, rompieron la primera línea de la manifestación. Vicent y Jaume decidieron enfrentarse a los policías en una decisión fatal; los uniformados no dudaron en golpear sin miramientos a ambos hasta que cayeron al suelo. Vicent, a las puertas de un estanco que había al girar la esquina. En la caída, se golpeó la cabeza con el bordillo. Sintió un aumento súbito de temperatura en su cuerpo, se pasó la mano por detrás de la oreja y, al mirársela, vio que la tenía llena de sangre con restos de una carne blanquecina que presagiaba lo peor: su cerebro había quedado al descubierto. Acostado sobre la acera, los últimos pensamientos que tuvo fueron para sus hijos y su mujer, mientras los ojos se le cerraban de puro cansancio.
Por su parte, Jaume recibió una descarga eléctrica que le reventó el corazón antes de caer al suelo a unos metros de Vicent.
Fueron las dos primeras víctimas mortales de un enfrentamiento inicialmente considerado de orden laboral, pero que anticipaba el peor de los presagios.
El abuelo interrumpió la emisión que se reproducía dentro del holograma tridimensional con las imágenes de aquellos hechos. Juan permanecía inmóvil en su taburete con la barbilla apoyada sobre sus manos y sin articular palabra.
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