De igual manera sucedería con el conflicto: si mi intervención llega en un momento de las vidas de mis clientes en que el terreno está abonado para que una solución sea posible, perfecto, pero si solo contribuye a dar un pequeño paso, perfecto también. En términos lúdicos, si mi intervención es la última pieza que le faltaba al puzle, el puzle se resuelve y, si no es la última, no se resolverá, pero quizás sea la pieza en la que se encaje la siguiente y la siguiente y la siguiente hasta llegar al final.
Y ¿por qué es importante tener esto en cuenta en relación con la actitud? Pues porque yo, como profesional, no soy en absoluto responsable de mis clientes y mucho menos de sus vidas. Yo únicamente soy responsable de mí misma, y eso significa que me voy a tomar muy en serio cada caso y voy a hacerlo siempre lo mejor que pueda, pero, a partir de esa premisa, lo que suceda con el proceso ya no es mi responsabilidad y lo suelto, confiando en que la vida les hará llegar justo lo que necesiten para el siguiente paso. Pero que nadie se confunda: yo no estoy diciendo que, como la vida es sabia, da lo mismo lo que yo haga porque al final todo se arregla, ¡en absoluto! Lo que yo estoy diciendo es que me responsabilizo de hacer mi trabajo lo mejor posible con los elementos que tengo y con lo que sé, y me despreocupo del resultado, que ya no depende de mí porque yo solo soy un factor entre muchos otros.
Y, por lo tanto, como consecuencia de lo anterior, cuando una mediación acaba en acuerdo no pienso que soy una gran mediadora, pero, si no tiene un final feliz, tampoco pienso que soy un desastre como mediadora. En ambos casos reviso el trabajo realizado para comprobar qué puede haber funcionado y qué, no, sabiendo que soy únicamente una pieza del puzle, no importa cuál, y en esa idea me relajo con humildad.
La actitud ante la mediación
Y partiendo de esta concepción del conflicto, podemos avanzar al segundo punto, que es la actitud ante la mediación. Y aquí me gustaría poner el énfasis en tres cuestiones.
La primera es que yo soy lo que soy y como soy y, cuando tengo que trabajar como mediadora, no intento convertirme en otra persona. Además, necesito sentirme muy cómoda trabajando y eso solo lo consigo siendo yo misma. Es decir, que yo tengo unos puntos fuertes (todos los tenemos) y esos son los que optimizaré cuando trabajo, ya sea como mediadora, como abogada, como docente o como consteladora. Primer paso, pues, conocer mis puntos fuertes. Y entonces vemos que para algunas personas será el humor, otras serán más cariñosas y cercanas, algunas tendrán una gran capacidad para ponerse en el lugar de los demás, otras serán muy buenas ordenando ideas, etc. Así que, si soy una persona cercana, eso va a ser una muy buena herramienta para mí, pero, si no lo soy, no intentaré fingirlo sino que buscaré qué hay de bueno en mí que pueda serme útil en mi trabajo, y ese será mi filón. Entonces, ante una pregunta muy frecuente en las formaciones como por ejemplo: ¿el humor es bueno en una sesión de mediación?, yo respondo que por supuesto que lo es, pero si el humor no es una de mis aptitudes, no lo utilizaré jamás como estrategia porque, con total seguridad, resultaría forzado y no tendría ningún efecto positivo. Ser fiel a uno mismo y ser uno mismo es fundamental en cualquier actividad que llevemos a cabo, pero muy especialmente en la mediación o en la terapia, en las que no hay caminos prefijados ni ciertos. Estamos siempre en la improvisación y, para improvisar, hay que estar muy cómodo y sentirse muy seguro, y eso solo podemos conseguirlo siendo lo que realmente somos.
La segunda cuestión, también muy importante, es que yo no pienso nunca que vaya a salvarle la vida a nadie, sencillamente porque yo no soy más que nadie. Yo tan solo tengo determinadas herramientas y recursos, ganas e ilusión, y los pongo al servicio de otras personas por si ellas consideran adecuado utilizarlos. Para mí es clave la idea de que estamos al servicio de nuestros clientes y clientas. No somos alguien que sabe mucho y que les va a resolver su conflicto, su problema o su vida, somos alguien que sabe cosas y se las ofrecemos por si les sirven. Y eso significa que internamente me sitúo en un segundo plano, teniendo muy claro que los protagonistas son ellos y ellas y yo solo estoy ahí para servir.
Finalmente, cuando me encaro a una mediación, siempre pienso que no tengo absolutamente nada que perder sino mucho que aprender: de mis clientes, de la propia situación, de la vida, de mí misma... Y con eso me sacudo de alguna manera el miedo a hacerlo mal porque la peor consecuencia de hacerlo mal es que, gracias a eso, aprenderé a hacerlo mejor. De hecho, cuando me llama algún cliente o clienta, en el ámbito que sea, lo primero que pienso es “a ver qué me traerá esto, qué voy a ver, a entender o a aprender con esto”. Ni se me pasa por la imaginación pensar si el tema será muy difícil o si sabré resolverlo. Para nada. Y siempre hay algo que ver, que entender y que aprender. Mis clientes y clientas forman parte de mi proceso de aprendizaje en la vida y están ahí para enseñarme. Y así, en esa interacción en la que yo aprendo de ellos y ellos aprenden de mí (siempre es recíproco), ambos crecemos y avanzamos hasta donde sea posible.
La actitud durante la sesión
Y con esto llegamos ya a la actitud durante la sesión. Y las claves de esa actitud, según mi criterio, se podrían resumir en dos puntos.
En primer lugar, como no sé con lo que me voy a encontrar, mi actitud debe ser totalmente receptiva, sin ideas preconcebidas, sin planes, sin estrategia. Aunque me hayan derivado la mediación judicialmente y me hayan explicado el caso, aunque las propias personas interesadas me hayan explicado por teléfono cuál es el problema, yo empiezo siempre de cero, sin ningún tipo de planificación. Y a partir de ahí, estoy presente para ellas, escucho y confío: por una parte, confío en que ellas, como dueñas del proceso, son las que mejor saben lo que necesitan y ya me irán dando pistas sobre cómo conducirlo y, por otra parte, confío en que tengo los recursos y los conocimientos suficientes para gestionar lo que vaya surgiendo. Y no pienso si ahora toca una pregunta circular o si es mejor reflejar o sintetizar, simplemente confío en que sé cosas (aunque no lo sepa todo) y en que, cuando sea necesario, saldrán. Y me relajo, y desde esa relajación puedo estar totalmente presente para ellas. Si mientras ellas hablan, yo estoy preocupada en lo siguiente que voy a decir, pierdo la conexión con ellas y conmigo misma. Mediar o trabajar como consteladora significa improvisar continuamente y, para eso, necesito estar muy atenta a ellas y a mí misma. Y, claro, eso implica muchas veces saber esperar, no tener prisa y no ponerme nerviosa si no sucede nada o si suceden tantas cosas que no sé cómo abordarlas. Yo estoy ahí para ellas y sostengo el proceso sin presión ni estrés porque solo así puedo escuchar mi interior, que es el que sabe perfectamente cuándo debo intervenir y cómo.
Y vaya este ejemplo como una pequeña muestra de lo que acabo de exponer. Hace unos días, en una sesión de mediación, las partes se encontraban totalmente enrocadas en sus posiciones, no había manera de avanzar. Yo estaba escuchándolas discutir, empezando a considerar incluso la posibilidad de cerrar la sesión cuando, de pronto, me escuché a mí misma diciendo en voz alta: “Me gustaría hablar con cada uno de vosotros por separado 10 minutos, ¿os parece bien?” Y digo que me escuché a mí misma porque esta es una práctica que yo no suelo hacer, y menos aún en medio de la sesión, así que estaba como desdoblada entre una parte mía que me andaba diciendo: “pero qué haces, si así no es como trabajas, si no va a servir de nada…” Y la otra que se había adelantado a pedir algo ciertamente inusual. Pero como ya lo había verbalizado, seguí adelante con ello. Pues gracias a ese movimiento, se desbloqueó la sesión y pudimos seguir trabajando. Y explico esto porque, si yo hubiese planificado una estrategia, es muy poco probable que hubiera considerado una interrupción en medio de una sesión, sencillamente porque no es lo que suelo hacer. Sin embargo, para mi propia sorpresa, eso fue lo que salió, desde el vacío, desde la presencia, desde la escucha y desde la confianza. La magia solo se puede dar cuando generamos el espacio y ese espacio solo podemos generarlo cuando nos entregamos y confiamos.
Читать дальше