Cuando en las líneas que siguen se detallen los elementos del modelo, se verá que la capacidad de alinearse adecuadamente en relación con los mismos, incluyéndolos como focos y simultáneamente sintonizando con ellos como campos, constituye un meta-conocimiento que enriquece los recursos de los que dispone el facilitador.
Los elementos: el eje básico
El eje básico sobre el que se sustenta todo el modelo es la relación entre facilitador y cliente. Nótese que se trata de una relación entre sujetos que asumen determinados roles. Los términos que denotan dichos roles (“facilitador” y “cliente”), al ser más específicos que la palabra “persona”, llevan implícita cierta gama de conductas, actitudes y expectativas (por ejemplo, que la ayuda es una relación de igual a igual y entre adultos), y concretan el marco dentro del cual va a desarrollarse el encuentro entre ambos. Por tanto, una vez instalado en su propio rol, el primer foco que el facilitador (“F” en la figura) debe incluir en su “mirada” interior es el que llamaremos “el cliente”, que representaremos como “C” (hay quien, a esta segunda palabra, prefiere otras, como “consultante”, “ayudado” o “paciente”, lo que no altera el funcionamiento del modelo):
Fig. 1
Pero “el cliente” (recuérdese lo arriba explicado sobre la doble función foco-campo de los elementos del modelo) no es sólo un foco al que se dirigen la atención y la intención del facilitador, sino también un campo con el cual éste se pone en sintonía. Alrededor de esa doble conexión con el cliente girará, como veremos, el resto del alineamiento interno del facilitador.
Precisando más la relación con el cliente:
“la demanda”
Una vez establecidos los roles respectivos que enmarcan la relación de ayuda, se hace necesario precisar el objeto de ésta. No se constela el cliente entero, sino algo que él expone y que pasa a ser un segundo foco, más específico, que debe incluirse en la atención del facilitador matizándola. Ese algo es “la demanda” del cliente (representada por “D” en la figura), aquello que para él constituye un problema y acerca de lo cual desea encontrar solución:
Fig. 2
Tanto “C” como “D” son focos-campos que el facilitador debe incluir simultáneamente, pero uno (“D”) es más pequeño y el otro (“C”) más grande. El más pequeño filtra la atención que el facilitador va a poner en el cliente, y afina aún más la sintonía que establece con él. Ese es el motivo por el que algunos facilitadores piden (y Hellinger es realmente riguroso con esto) que la demanda sea breve, clara y precisa. Lo esencial, sin embargo, independientemente de los medios por los que se llegue a ella, es que haya una dirección clara. Sin ella, el foco que concreta la relación se vuelve vago y disperso, lo que puede llevar a que ambos se pierdan en juegos que van desde lo improductivo a la mutua manipulación.
Proporcionando movimiento y dirección a la demanda:
“la solución”
La demanda define con claridad el problema, pero lo que el cliente busca es una buena solución. No hay, desde luego, una solución única, pero en un nivel superior de abstracción sí podemos referirnos a “la solución” como una dirección hacia la que es bueno que se orienten la atención y la intención del facilitador (este principio de orientarse hacia la solución ha sido adoptado por Hellinger de disciplinas en las que se ha formado, como la Hipnosis Ericksoniana y la PNL). Cuando así lo hacemos, se pone en movimiento, transformándose en proceso, aquello que en el interior de la persona es un objeto compuesto de percepciones y opciones congeladas (etimológicamente, “problema” viene del griego, y significa literalmente “delante de-lanzar”). Por ello, al incluir el foco “la solución” (“SO” en la figura), los recursos y la percepción del facilitador se concentran en una dirección útil, contribuyendo poderosamente a que ese movimiento se genere:
Fig. 3
Como campo, sintonizar con “la solución” implica conectar con un campo abstracto que tiene su propia existencia espiritual (abierto a infinitas posibilidades, y nutrido por las experiencias de “solución” acumuladas por la Humanidad, la vida animal y vegetal, y tal vez la propia Mente universal durante milenios), en resonancia con el cual el facilitador puede obtener guía. Más adelante abundaremos en esta capacidad que tienen los elementos del modelo, en su faceta de campos, de convertirse en poderes que sostienen el trabajo del facilitador, ayudándole a trascender sus estados ordinarios de conciencia y los límites de su “yo” cotidiano.
Precisando “la solución”: “lo esencial”
Más preciso aún que “la solución” es un foco-campo que Hellinger menciona a menudo cuando comenta su trabajo; se trata de “lo esencial”:
“Por ese motivo aquí trabajo según el principio de configurar únicamente lo más necesario. De esa forma hay mucha más energía y fuerza. Por lo tanto, es importante que el terapeuta desde el comienzo comprenda qué es lo esencial.” (Hellinger, 2008, p. 245).
O también:
(En la entrevista con el cliente) “HELLINGER: No, eso basta. No demasiada información, si no se diluye lo esencial. Casi siempre se trata sólo de un punto. Se siente cuál es ese punto, y allí se permanece.” (Hellinger, 2006, p. 145).
La idea de buscar el punto esencial en el que el cambio se produce no es exclusiva de las constelaciones sistémicas, y se relaciona directamente con el hecho de que éste es un ámbito en el que se trabaja con sistemas. Así, en el área de la Teoría de Sistemas (O´Connor y McDermott, 1998):
“Una manera de cambiar un sistema consiste en cambiar su parte más débil. El lugar por el que podría romperse el sistema al estar bajo presión puede servir de punto de palanca para conseguir que el sistema funcione con mayor eficiencia y capacidad de respuesta” (p. 260).
Así pues, “lo esencial” es un elemento que hace que el facilitador ponga la sintonía y la atención, dentro del abanico de posibilidades que podrían ser consideradas “solución”, en una que subyace a muchas otras, constituyendo una dinámica más profunda del problema, o con la cual es prioritario trabajar antes de ocuparse de otros asuntos.
En el modelo, “lo esencial” (“E”) se colocaría delante de “la solución” precisando aún más a ésta y al resto de los focos:
Fig. 4
Más allá del cliente: los sistemas mayores
El trabajo de constelaciones es un trabajo sistémico. De hecho, las constelaciones son una metodología desarrollada para hacer visibles vinculaciones sistémicas que actúan sobre la persona y acerca de las cuales, por ser inconscientes, ésta no tiene elección (otra cosa es que posteriormente el trabajo con representantes haya mostrado posibilidades que van más allá de eso). Por otra parte, cuando decimos “sistémico” nos referimos a algo muy amplio, que incluye desde, obviamente, el sistema familiar, a otros que lo trascienden para abarcar distintos ámbitos y dimensiones, llegando hasta lo cultural y lo colectivo. Basten como ejemplos de lo abierto del significado de “sistémico” el concepto de “alma colectiva” de Daan van Kampenhout (2007) o la consideración, por parte de algunos autores y tradiciones, del linaje kármico como uno más entre los que pueden estar actuando sobre el individuo (Schäffer, 2017; Wesselman y Kuykendall, 2004).
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