Roberto Carrasco Calvente - El último año en Hipona

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El último año en Hipona: краткое содержание, описание и аннотация

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Una novela de amor y misterio, canciones prohibidas, franquismo y encuentros clandestinos a medianoche. Julio Durán acaba de comenzar su último año en el San Agustín de Hipona. Cuando se gradúe, será un hombre hecho y derecho, un español como Dios manda. Pero no cuenta con que se pueden torcer sus planes. ¿Qué pasará si un estudiante modelo como él se enamora de uno de sus compañeros? ¿Podrá sobrevivir un amor tan especial a la intolerancia, los secretos y conspiraciones que asolan este internado masculino?

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Porque si hay algo que se percibe con claridad en estas páginas es su beligerancia. Su firme compromiso a favor de los derechos LGTB, de la visibilidad y de la igualdad real. Una defensa que late tanto en las palabras del doble narrador —el autor intradiegético y el autor extradiegético— como en las de sus personajes. En todos ellos vive el recordatorio de que solo se puede vencer a los monstruos de Hipona —en el ayer, en el hoy y en el mañana— mediante la memoria y la lucha. Porque aunque sean muchos los pasos que se hayan avanzado, aún son muchos otros los que nos quedan por recorrer.

Adentrarse en los pasillos del Hipona y desentrañar los misterios que en él se ocultan es un modo de conocer hasta qué punto los límites externos y las convenciones sociales pueden llegar a truncar una vida. Un descenso a los infiernos de la sinrazón y de la intransigencia que solo los más valientes se atreven a desafiar. Héroes improvisados que, como los que habitan estas páginas, solo persiguen una meta: su identidad.

Construida como un thriller emocional con firme voluntad crítica, El último año en Hipona oscila entre la ternura y la sensualidad, el terror y el intimismo, la reflexión y la vivencia. Una historia escrita en esa ambigua frontera que componen el recuerdo y la ficción, obligando al lector a recomponer por sí mismo el rompecabezas y situar en él sus personajes y sus historias. Solo entonces habremos descubierto qué sucedió ese último año. Y qué hay de sus personajes en cada uno de nosotros.

Fernando J. López

PRIMERA PARTE EL ÚLTIMO AÑO EN HIPONA

1

картинка 6

La separación entre las dos camas es un abismo. Hace años que Mario no duerme junto a su esposa, él sabe cuánto tiempo exactamente, cuántos días, cuántas horas y minutos. Imagina que ella también calcula lo que dura aquella edad de hielo y que, al igual que él, actúa como si no pasara nada. Mario se ha despertado a las siete, cada noche duerme menos. Le duele la cabeza y la espalda, le duele el alma y lo que hay por debajo del alma. Contempla el rostro de Marga, que aún conserva su belleza, su encanto. Mario piensa en la injusticia que planea sobre sus vidas y no puede evitar sentirse culpable, quizá sea él el responsable de que se hayan convertido en un par de sombras tristes habitando una casa fría, gris y antigua. Esa voz que a veces le aconseja, que bien puede ser la voz de la conciencia o la de una musa fiel, susurra un nombre. No es la primera vez que lo hace, es el mismo nombre que enterró cuarenta años atrás, pero que, desde el atentado, sale a flote cada mañana, como si la memoria fuese un lago sin fondo y aquel recuerdo, un trozo de corcho rebelde. «Hipona», murmura Mario. Y entonces, Marga abre los ojos y siente que su matrimonio no es más que un alga frente a un glaciar.

—Buenos días, cariño —dice ella con voz acaramelada y fingida. No es así como le gustaría dar los buenos días, como si pretendiese ser una princesa cuyo colchón no esconde guisantes.

—Buenos días.

—¿Quieres que te alcance la pierna, cariño?

—No, ya puedo yo solo.

Mario se incorpora y coge la pierna ortopédica que descansa junto a su cama. Le pone nervioso que Marga lo vea como un minusválido, como una víctima, y prefiere obviar que, algún tiempo atrás, lo primero que hacía por las mañanas era calzarse sus zapatillas y que, ahora, es una pierna lo que ha de ponerse. Mario sabe cuánto tiempo lleva obviando ese hecho. Es el mismo tiempo que lleva sin dormir junto a Marga. Exactamente, los mismos días, las mismas horas y los mismos minutos. Puede ser que el 11M fuera, al fin y al cabo, la excusa perfecta para no tener que abrazarla más.

—¿Quién es Hipona, cariño?

Mario contempla la tostada quemada y la nata que flota sobre la superficie del café. No sabe cuánto tiempo espera antes de responder la pregunta que le hace su esposa.

—El lugar donde transcurre mi nueva novela —dice finalmente.

Marga es invadida por un repentino ataque de buen humor. Se pone de pie, se acerca a su marido y lo besa en la mejilla.

—¡Sabía que llegaría este día! ¡Eres el mejor, cariño!

Mario también sabía que este día llegaría. Esboza una sonrisa cansada y le devuelve el beso a su mujer.

—Me gustaría hacer un viaje para documentarme.

—¿No será un nuevo libro de Escuela de magos?

—No, este es diferente. Es también sobre un colegio, pero no tiene nada que ver con los magos.

—¡Mario! ¡No sabes la alegría que me das!

Y, de tanta que es la alegría, Marga llora y ríe y abraza a Mario y lo besa y le dice que claro que sí, que pedirá unos días en la galería, que pueden hacer un viaje y dos y tres si hace falta. Los ojos de Mario no pierden el poso de tristeza, de ser testigos de una vida demasiado feliz y brillante a la que ya no pertenecen. Su mujer sabe que es la marca de todos los que sobrevivieron en aquel tren y de todos los familiares de aquellos que no sobrevivieron.

—Vamos a un pueblo que se llama Hoyoseco. Está en el sur, pasando Despeñaperros.

—Me dejas sin palabras, en serio. No sabes lo mucho que me gusta verte en activo otra vez, que tengas una nueva historia que contar.

Mario termina el café, no le dice a Marga que quizá no sea una nueva historia, que de hecho se trata de una historia vieja, apolillada y olvidada. De una historia que decidió no contar nunca y que ha decidido liberar de su prisión, empujado por la ira, por la decepción y la melancolía. Puede que haya más motivos para revivir el cuento sobre ese viejo colegio, un colegio donde no estudian magos ni niños felices, pero por el momento, su mente los mantiene en el fondo del lago.

—Voy a empezar a escribir hoy mismo. —Es lo siguiente que dice Mario.

Marga sabe entonces qué hacer, dejar solo a su marido en su despacho, sin ruidos, sin molestias, durante horas. Sabe que la mejor compañera del escritor es aquella a la que no le importa desaparecer cuando este se encuentra en pleno proceso creativo. Se hizo invisible durante los cinco primeros libros de Escuela de magos y lo hará también en este. Cuando llegue el momento de partir para Hoyoseco, ella lo llevará, será la asistente incondicional, la conductora discreta, la esposa enamorada. Intentará olvidar los resquicios de insatisfacción y los reproches caducados que guarda en su interior.

El reloj del ordenador dice que son las nueve en punto. Mario enciende el procesador de textos, pero, hasta las nueve y veinte, no escribe nada. ¿Por dónde debe empezar? ¿Por la última vez que vio a sus padres? ¿Por el día que llegó al colegio? No, sabe que debe empezar por el día que fue castigado. Aquella noche lo cambió todo. Mario teclea rápidamente el título de la novela. Tras años, él sabe cuántos años, claro que lo sabe, sin intención de retomar su carrera literaria, ha llegado el título de su nueva obra. Como le ha pasado desde que comenzó a interesarse por la escritura, los títulos, las historias, las palabras adecuadas y el orden en el que han de colocarse le vienen de una manera intuitiva, casi divina, como si fuera poseído por algún tipo de espíritu o fuerza que tomase el control de sus dedos y de su mente. «Es un gran título», piensa Mario. Pero, al mismo tiempo, le da miedo enfrentarse a la historia que sobreviene y, aún más, enfrentarse al día en el que la gente lea la historia y sepa lo que ocurrió en el San Agustín de Hipona. El último año en Hipona. A continuación, se dispone a relatar lo que aconteció tras aquel castigo.

CAPÍTULO PRIMERO:

LOS IMPULSOS DE JULIO DURÁN

картинка 7

Una gruesa capa de niebla cubría el campo de fútbol y, en la oscuridad, era lo único que Julio Durán podía distinguir. A lo lejos, don Manolo los amenazaba con pisarles el hígado si no seguían corriendo. Ni siquiera había luna. El frío se le pegaba en la piel como un doloroso compañero de castigo. Por un momento, se preguntó quiénes serían los demás. Ralentizó el paso para que alguno de ellos pudiese alcanzarlo. En circunstancias normales, no lo hubiese hecho, estaba acostumbrado a ser siempre el primero y le gustaba ganar. Pero aquello no era una carrera, era un dar vueltas y más vueltas y más vueltas a medianoche, sin un objetivo ni una meta. Don Manolo le gritó que fuera más rápido. ¿Cómo era posible que viera en una noche como aquella? «Los profesores siempre lo ven todo —pensó—. Lo saben todo». Por eso había acabado en el grupo de los castigados nocturnos. Porque se habían enterado de lo ocurrido en las duchas.

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