1 ...6 7 8 10 11 12 ...24 El presidente del círculo les informó sobre lo acontecido en la semana en la localidad y a nivel nacional. Les habló de cómo el gobierno del estado estaba clausurando arbitrariamente numerosos templos, colegios, asilos y obras de caridad cristiana y cómo se empezaba a sentir una atmósfera de inquietud e incertidumbre ante las persecuciones y los actos hostiles de la autoridad. Hubo comentarios al respecto y los ánimos se acaloraron, sobre todo entre aquellos de temperamento colérico que con aspavientos y voz alta criticaban las medidas anticlericales.
–¡Calles es un animal enfermo! –gritó Gonzalo Nieto mientras apretaba las mandíbulas y los puños–. ¡Está enfermo de odio! –remachó murmurando y rechinando los dientes de rabia–.
El padre Ignacio los exhortó a continuar la reunión con tranquilidad, a ser prudentes y estrategas y a dejar los apasionamientos para cuando realmente se necesitara:
–¡Tranquilos, muchachos! –dijo en tono imperativo–, que ya llegará el momento en que habrá que defender nuestras libertades más sagradas, quizá hasta el martirio.
Por unos segundos continuó el murmullo y luego José siguió con el quinto punto del orden del día, cediéndole el uso de la palabra al padre Ignacio, quien llevaba un tema preparado sobre las implicaciones del nuevo Código Penal publicado el día 14 de ese mes y el cual entraría en vigor el día 31 de julio.
–Este Código –inició el padre Ignacio– amplía y hace más inaceptables las leyes de la Constitución, lo mismo que la ley promulgada en enero de este año. Es un ordenamiento en el que se especifican los delitos en materia religiosa y los castigos a quienes se hagan merecedores por cometerlos. De los treinta y tres artículos sólo voy a leerles algunos para que los conozcan.
El anciano se puso sus anteojos, e impostando la voz dio lectura a algunos fragmentos del documento:
Artículo 1º. Nadie puede enseñar religión en ninguna escuela primaria, aun particular, bajo la multa de $500.00 pesos o quince días de cárcel, pero una reincidencia amerita castigo grave. Artículo 10. Pena de cinco años de prisión al ministro de culto que critique cualquier artículo de la Constitución, ora sea en público o en privado. Artículo 17. Todo acto de culto público ha de efectuarse dentro del recinto de los templos, bajo penas de multa y cárcel.
–Muchachos –acotó el padre–, quiero decirles que estos artículos atentan contra la libertad religiosa, esta ley limita el número de sacerdotes a uno por cada seis mil habitantes, ellos están obligados a registrarse con el Presidente Municipal y a ejercer sólo con una licencia otorgada por el Congreso de la Unión o del Estado correspondiente. Sepan, señores, que desde su entrada en vigor nadie podrá enseñar religión en ninguna primaria, ni siquiera en las particulares. Esta ley, además, prohíbe los votos religiosos, decreta la disolución y la supresión de todo tipo de monasterios, conventos y comunidades religiosas y suprime la libertad de prensa en materia religiosa. ¡Ah! Y si creían que era todo, escuchen esto:
Todo lo que sean templos, casas curales, residencias episcopales, seminarios, asilos y colegios religiosos dejan de ser de la Iglesia y serán del gobierno federal, quien determinará qué hacer con ellos.
Jesús Ruiz Esparza tomó la palabra:
–A Calles lo mueven las fuerzas oscuras a las que está conectado. Quieren dominar a la Iglesia sometiéndola a una supervisión absoluta y lo que tenemos que hacer nosotros es actuar conforme a nuestras creencias y organizarnos en contra de la acción del actual gobierno.
Un murmullo se generalizó entre los asistentes. Marcos intervino y le ordenó directamente a Ignacio Ruiz de Chávez que extremara precauciones de ahora en adelante, por el gran riesgo que implicaba tener la máquina de imprenta escondida en su negocio. Ignacio se comprometió a conducirse con mayor cuidado. El padre Rivera Calatayud les conminó a permanecer en estado de gracia y a hacer mucha oración para que Calles se arrepintiera:
–Pónganse a orar y a estudiar muy bien la ley para ir delineando estrategias de acción. ¡Las cosas vienen muy duras! –advirtió–.
Los ánimos se volvieron a caldear y el sacerdote, poniéndose de pie, en tono de voz alta dijo:
–¡Oración, señores, que no nos rebasen las pasiones!
Poco a poco el orden se restableció y hubo silencio.
Ya en calma, José le encomendó a Camilo Marchand que preparara el tema de la siguiente semana:
–Camilo, vas a exponer la Carta Apostólica Paterna sane sollicitudo. Es la carta que envió el papa Pío XI a los obispos mexicanos para apoyar la protesta contra la Constitución del diecisiete y por la expulsión de Monseñor Ernesto Philippi en enero de 1923. Yo te prestaré el documento para que lo estudies.
Luego se dirigió a todos:
–Ustedes recuerdan que Philippi fue expulsado por el gobierno federal de México tras la colocación de la primera piedra del monumento a Cristo Rey en el Cerro del Cubilete.
Algunos asintieron con la cabeza, después de la enérgica llamada de atención del padre Ignacio ya nadie quiso polemizar. José ahondó en que este acto había sido considerado una violación al artículo 24 constitucional, el cual prohíbe el culto externo, por lo que se le dio al delegado del Vaticano un plazo de tres días para abandonar el país tras haber permanecido dos años en él. El propósito de su estancia había sido convenir con el gobierno revolucionario el respeto a los derechos de los católicos.
En asuntos generales, cada uno de los integrantes comentó lo que se rumoraba en diferentes ambientes con respecto al conflicto religioso; unos hablaron de las manifestaciones de la Unión Nacional de Padres de Familia, otros de las afinidades del gobernador Reyes Barrientos con Calles, unos más replicaron los comentarios sobre el boicot que habían escuchado en la botica, en el mercado, en la barbería, en el billar del Hotel Washington y hasta en algunas cantinas.
El padre les recomendó que, aunque visitaran esos lugares de vicio como informantes, tuvieran cuidado de no caer en las tentaciones y no involucrarse con gente que pudiera resultar peligrosa para sus almas y para sus propósitos dentro de la ACJM. José les informó que recién se había fundado la Unión Popular de Aguascalientes como una delegación de la Liga Nacional de Defensa de la Libertad Religiosa y que él tenía la Comisión de Propaganda y Culto. Felipe Alba se puso de pie y pidió a los compañeros que se presentaran a la próxima sesión en estado de gracia, pues era necesario hacer una solemne promesa de consagrarse al servicio de Dios y estar dispuestos a sacrificarse por la patria y, si fuese necesario, morir por ella. Todos en silencio levantaron la mano en señal de aprobación y el clérigo los miró satisfecho. Agotados los puntos del orden del día, el sacerdote hizo la oración final y, con voz fuerte y puntual, enunció el lema de su organización: “¡Por Dios y por la Patria!”. A lo que el grupo, que permanecía de pie, respondió a coro: “¡Por Dios y por la Patria!”.
Concluida la reunión, José, quien vivía en esa casa ubicada en la antigua calle de Santa Bárbara, les invitó a merendar antes de retirarse. Salió de la sala y buscó a su tía Elisea, a quien encontró en la cocina; estaban con ella Ana y Lucita, las hermanas de José. Cuando él entró, aspiró el olor del pan recién horneado. La tía estaba preparando, para los invitados del sobrino, unas semitas de granillo con jalea de granada y un espumoso chocolate. José la sorprendió con un abrazo y le dijo: “Ya terminamos, Cheya. ¿Podrían servirnos, por favor?”. Luego guiñó el ojo a sus hermanas.
En esa casa estaban muy acostumbrados a las visitas, pues don Antonio, el padre de José, era muy sociable y gustaba de tener casa llena continuamente. Conchita, su esposa y sus tres hermanas, Elisea, Flora y Dorilea, los atendían con gran solicitud, aunque solían renegar cuando el jolgorio se volvía frecuente.
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