IV
Cada vez dice más palabras y frases inconexas. Hay algunas que repite todo el tiempo: Amalia, peces, estrellas. Yo no sé cuál es el secreto de esas palabras, por eso se enfada cada vez más cuando no le entiendo y tira montañas de libros polvorientos al suelo. Creo que empieza a tener síntomas de neurofobia. Yo le dejo gritar y escucho con paciencia todo lo que me dice hasta que se cansa. Entonces le llevo a su habitación y le acuesto hasta que deja de llorar y de repetir esas palabras: Amalia, peces, estrellas. Cuando se duerme, empiezo a recorrer su memoria. La vida de Amo es bonita. Está llena de olores que no conozco: a pinos, a helado de vainilla, a chocolate, a invierno. Me gusta deslizarme por todos los huecos. Todo está allí: la voz de la madre de Amo, la playa, los surcos en la nieve cuando arrastra el trineo. A veces hay zonas descamadas y rugosas con muchas cosas desconectadas que flotan como pompas sueltas, que me cuesta atravesar. He llegado a una zona donde montones de bolas de agua le golpean la cara y suena una melodía que dice: «Every time it rains, it rains pennies from heaven, don’t you know each cloud contains pennies from heaven». De repente se ha roto la melodía y me he quedado sin saber el final, pero he encontrado muchos más secretos dentro del cerebro de Amo. Secretos que se llaman rencor, culpa, amor, silencio.
V
Ayer, mientras recorría las memorias, me sobresaltó el ruido de un cristal rompiéndose. Corrí a su habitación y lo encontré deambulando por el pasillo en busca de nada. Me miró sin mirarme mientras yo le quitaba con cuidado los cristales que se le habían clavado en los pies descalzos. Después volví a poner otro vaso de agua sobre la mesa y me senté a verle dormir y a bucear en unas memorias. Seguí las pistas desde el hipocampo hasta la corteza para rastrear toda la memoria muerta y desenredar las conexiones rotas, y en una neurona escondida encontré una fórmula para fabricar el cerebro de los primeros cíborgs. Todo estaba lleno de piezas de cerebros. Después aparecían muchos ingenieros aplaudiendo a Amo y empezaban a surgir los raíles y los barracones de Ciboria. Quizás, si logro entender la fórmula, consiga transferirme a mí mismo la mente de Amo y así dejar de ser un cíborg con un cerebro torpe de ratón que solo sabe hacer una cosa. Me gustaría llenar yo mismo mi cerebro con recuerdos.
VI
Hoy le he llevado a dar un paseo hasta la gran laguna redonda que separa la obscura Ciboria de la luminosa Humana. Al llegar nos hemos sentado en el muelle donde los cíborgs de compañía llevan a los humanos a pasear y contemplan las torres que vigilan las murallas del barrio esclavo. Hemos caminado arriba y abajo mucho tiempo hasta que me he decidido a coger una de las barcas y poco a poco nos hemos alejado hasta quedarnos solos a mitad de la laguna, en el lugar donde el agua empieza a volverse negra. Entonces los guardianes de la frontera han empezado a amenazarnos desde las torres. Yo quería volver, pero Amo tenía pensamientos que me retumbaban en la cabeza y no dejaba de remover el agua con sus manos viejas, remando hacia las torres de Ciboria y llamando a Amalia, camino del infierno. Menos mal que pude calmarle rescatando la melodía que le gusta: «Every times it rains, it rains, pennies from heaven». Amo tiene una voz profunda cuando canta y hemos vuelto despacio contemplando el reflejo de la silueta de Humana en el agua. Luego se ha quitado su gorra y me la ha puesto en la cabeza. Me gusta ver a Amo contento. Esta noche yo también aprenderé a cantar como Amo. Amo y yo somos una familia.
Al llegar a casa he vuelto a pasear por las memorias hasta llegar donde Amo aparecía en una reunión con varios ingenieros. Uno de ellos decía que era mejor interrumpir el programa del diseño genético de hijos artificiales con cíborgs reproductivas y semen humano. Nadie quiere cíborgs con cerebros demasiado grandes. Casi todos los que estaban alrededor de la mesa eran mujeres y asentían. Miraban la imagen de un niño de unos dos años que se parecía mucho a Amo. Todos tenían miedo de ese niño pequeño con la inteligencia multiplicada de un humano adulto. Todo menos Amo. Amo les decía que la superinteligencia no se lograría detener. En un recuerdo aplastado varios ingenieros estaban quitando el oxígeno del cerebro del pequeño cíborg que se parecía a Amo. Enganchado a ese recuerdo salté a una neurona fea y seca que guardaba la imagen de un perro de tres cabezas.
VII
Pronuncia sin parar el nombre de Amalia y no deja de llorar. No sirve de nada que le rescate recuerdos si no puedo hacer que deje de llorar. Yo también tengo ganas de llorar. He atravesado la zona rugosa de los recuerdos escondidos y he encontrado un lugar en el que aparece el nombre de ella: Amalia, primera cíborg diseñada con capacidad reproductiva. Ya no me queda duda de que Amo fue quien diseñó los cíborgs. Estoy confundido. ¿Es posible que yo también tenga una madre? Tengo que darme prisa en desentrañar todos los secretos antes de que el cerebro de Amo se seque por completo como una esponja. Luego he alcanzado otro lugar clave: Amo está solo con Amalia en la sala de diseño preparando su inseminación. Ella le mira mientras él programa cuidadosamente las escenas que le hace soñar y la sumerge en un mar transparente rodeado de peces amarillos y azules que brillan, fosforescentes. Amo también está en el sueño. Detrás de ella, al lado de ella, enredado entre los corales y las piernas de ella. He pasado mucho rato brincando por las neuronas marcadas con Amalia. Son grandes como pelotas para contener los besos de Amalia, la risa de Amalia, el tacto de Amalia. Creo que voy a quedarme con algunas de ellas.
VIII
Hemos dejado de jugar con el perro. Apenas tomamos té en la terraza y el tiempo pasa despacio mientras sigo explorando recuerdos. Es de noche en la memoria de Amo, que mira desde el muelle la barca en la que se aleja Amalia. Ella avanza asustada por las sombras del agua negra. Amo no hace nada para evitar que los ingenieros la alcancen y separen de sus brazos al pequeño cíborg que se parece a Amo. Oigo el llanto de Amalia, a lo lejos. Vuelvo a caer en la neurona donde se esconde el perro de tres cabezas. Me pierdo en las cavernas que esconden la culpa de Amo. Desde la orilla oculta del silencio, Amo está solo. No se escuchan aplausos. Creo que empiezo a entender lo que los humanos llaman sufrimiento. Ya no estoy seguro de que quiera quedarme con las neuronas de Amo.
IX
Desde hace varios días no puede lavarse los dientes ni tomarse el suero. Tiene la mirada líquida y no me llegan apenas señales. Paso muchas horas sentado en la habitación de Amo repasando recuerdos. Me deslizo en el trineo de Amo, juego con el perro de Amo, vuelvo una y otra vez a las neuronas como pelotas, que guardan los besos, y me cambio por Amo cuando pasea por la playa de la mano de Amalia. Escucho la voz de la madre de Amo y siento su mano fresca sobre mi frente enferma. Recito los poemas de Amo. Beso los besos de Amo. Solo me aparto de las memorias cuando él tiene sed o tiene miedo. Aprieto la mano rugosa y rígida de Amo que acariciaba los muslos de Amalia y le soplo besos por entre los dedos. La mano que jugaba con el perro. La mano que guiaba el trineo. Siento por primera vez un sentimiento no robado. Un sentimiento húmedo que me llena los ojos.
X
Apenas se mueve y ya no me llega casi señal. Han llamado a la puerta varias veces. No quiero que los neurodiseñadores me separen de Amo y me quiten sus recuerdos. Voy a borrarle todos los recuerdos que le duelen y después remaremos juntos hasta Ciboria cruzando la frontera de agua, por encima del agua negra, sin mirar a los guardianes negros, atravesando el infierno para buscar a Amalia, danzando entre las pompas que guardan los besos de Amalia. Voy a encontrar a Amalia, no me importa que descubran que me he contaminado y devuelvan mi cerebro cortado en trocitos a los makers. No me importa.
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