EPÍLOGO
En la cabina de control, la consola muestra una matriz de puntos luminosos con el estado de criogenización de la tripulación. Uno de ellos parpadea en rojo vivo, pero no hay nadie mirando el monitor. Otros dos puntos están apagados. Esas cápsulas aumentaron la temperatura del gel despacio, en orden, y siguieron inyectando nutrientes y el cóctel narcótico hasta que los cuerpos que albergaban estaban preparados para retomar la aventura. Los cristales ya estaban abiertos cuando los dos primeros despertados abrieron los ojos en una cápsula libre de gel y por instinto se irguieron para respirar el aire de la nave, ligeramente viciado, pero válido. El primero fue el comandante, que se puso el mono de trabajo colgado frente a su cápsula y fue a la cabina a comprobar que la misión progresaba adecuadamente. Poco después llegó la segunda de a bordo y cruzaron unas pocas, frías, palabras rutinarias sobre mensajes. Al parecer, la estimación del 40% de fallecidos había sido pesimista y, por ahora, solo un 20% no había conseguido sobrevivir a la criogenización. Con todo en orden y los sistemas automáticos trabajando correctamente, celebraron volverse a encontrar tras un instante de doscientos años. Buscaron dejar atrás el frío gel y volver a la vida con el calor de sus bocas, de sus cuerpos. Sus eyecoms estaban guardados en los bolsillos de sus monos, amontonados en un rincón, y ellos desnudos sobre el suelo cuando uno de los puntos verdes comenzó a parpadear en rojo.
Cuando retomaron la misión, el parpadeo había cesado y continuaron el trayecto hacia las dos estrellas binarias.
Prueba número 7
Elisa Rivero
PRUEBA Nº7. AÑO 1261 DESPUÉS DE CRISTO, APROXIMADAMENTE 5200 DESPUÉS DE LA CREACIÓN
—Eres mi ángel, Pyrene —ronronea Nuño mientras rasga las cuerdas de su laúd—. Un ángel salvador venido del cielo.
Ella sonríe y se retira los restos de paja y romero del cabello. Se incorpora y echa un vistazo al jergón de la pequeña Jimena. Su sonrisa se desvanece al leer el dolor en el rostro de la niña. Pyrene humedece un trozo de tela y le limpia los brazos y la cara, cubiertos de laceraciones.
—Dios no dejará que muera. —Nuño se ha puesto la camisa y pasa sus brazos cálidos alrededor de la muchacha—. Confía en su misericordia.
***
PLANETA MADRE, DOS MESES DESPUÉS
—Ponente número mil dos. Acceda al salón, por favor.
Pyrene casi brinca en el asiento al escuchar la llamada en su implante cerebral. Había llegado la hora. La muchacha se estira el traje y avanza entre las miradas hastiadas del resto de doctorandos.
Tres hologramas destacan en la sala blanca, impoluta. Pyrene los saluda con una inclinación de cabeza y sube al estrado.
—Pyrene Uralis, bienvenida al Comité. Soy su evaluadora número Uno —se presenta con voz solemne el holograma de la izquierda. Por el rabillo del ojo, Pyrene identifica a una mujer de edad incierta y piel muy pálida, casi como las paredes de la sala—. Y ellos son los evaluadores Dos y Tres.
Junto a Uno flota el holograma de un joven de sexo indefinido. Tres es un hombre maduro de rostro rojizo, amable quizá. O quizá Pyrene busca esperanzas donde sabe que no las hay.
—Veo que va a exponer un caso de sembrado temprano, la prueba número siete —continúa Uno leyendo el título de la tesis que Pyrene les había enviado a sus implantes cerebrales—. Comience, si es tan amable.
Pyrene asiente, intentando ocultar su nerviosismo. El Comité no lo sabe, pero el número siete es el número de la suerte del planeta objeto del estudio. Qué ironía.
—La finalidad del trabajo es analizar la evolución de la sociedad que se implantó artificialmente en el planeta prototipo para esclarecer el origen y creación de nuestro propio planeta. El sembrado se realizó hace cinco mil doscientos años.
—¿Cómo no se ha evaluado antes? —la interrumpe Tres—. No conozco ningún caso tan antiguo que no haya pasado por el Comité.
—El fichero se traspapeló —se apresura a responder Pyrene. No puede permitirse peros tan pronto—. Volvió a encontrarse hace quince meses, durante un traspaso de documentación del formato electrónico al cerebral. Entonces, se me asignó su estudio.
Los evaluadores intercambian una mirada de asombro. Tres la invita a continuar.
—Como decía, el sembrado de los primeros hombres fue realizado hace cinco milenios por Zeus Yahvé. —Pyrene había dudado si mencionar al científico, pero sabe que los evaluadores se enterarían tarde o temprano. Zeus tenía fama de arruinar los experimentos, y este era el ejemplo perfecto—. La expansión inicial parece que fue exitosa.
—¿Parece? ¿No ha desarrollado esa sociedad cultura documental? —pregunta Dos. El escepticismo comienza a gestarse en su rostro ambiguo.
—Sí… los registros tempranos son dudosos. Se dio una escisión lingüística severa y han tenido problemas a la hora de recopilar y traducir los documentos antiguos.
—¿Cuántas lenguas?
—Unas siete mil lenguas pertenecientes a veinte familias.
Pyrene siente vergüenza al citar esa cifra desorbitada. Después, la siente de avergonzarse. Un año atrás habría pensado, como el Comité, que la diversidad lingüística era un estorbo, una piedra en el camino hacia el desarrollo y la unidad. Pero ahora Pyrene tiene los recuerdos de su viaje: los dulces versos de Nuño, los balbuceos de Jimena, las tristes canciones de Zoraida…
—Los registros más antiguos están recogidos en los libros llamados Biblia y Torá. Narran la creación del planeta y del hombre de forma poética e inexacta —prosigue la muchacha.
—Entiendo que han llegado entonces a adivinar el origen exógeno de su creación —dice Dos.
—Más que en un conjunto de creadores, ellos creen en uno único. En un dios.
—Otra sociedad monoteísta… —Tres niega con la cabeza—. ¿De dónde han sacado esa idea?
—Mi teoría es que Zeus les hizo llegar un mensaje, ya que uno de los nombres de ese dios era Yahvé, como el apellido del científico.
Pyrene sabe que la ponencia se le está yendo de las manos. Pronto, los evaluadores comenzarán a hacerle preguntas sobre ese dios y llegarán a la terrible verdad que ella pretende ocultar o, al menos, disfrazar. Su única esperanza es mostrarles la belleza que ella encontró durante su visita a ese planeta. Busca en los recuerdos almacenados en su implante cerebral y reproduce una canción.
Las notas tímidas del laúd gotean en la sala blanca. Tan diferentes a la música personalizada y, a la vez, impersonal de los generadores musicales automáticos. La muchacha estudia las reacciones de los evaluadores. El rostro de Uno permanece impasible, mientras que Dos esgrime una mueca de disgusto. Tres mira en derredor, como si buscara el origen o el significado de la melodía.
La voz de Nuño resuena entonces entre las paredes y Pyrene se estremece, como la primera vez que le oyó cantar junto a la hoguera. Era una canción de amor, una de tantas que Nuño le había recitado y que, probablemente, jamás volvería a escuchar.
El escenario no le hace justicia. La muchacha solicita acceso a la sala para activar las imágenes holográficas y mostrarles la escena, pero Uno lo deniega. La música se corta de pronto y un silencio cruel los envuelve.
—Ya vemos que tienen música, sigamos con aspectos más técnicos —asevera Dos—. ¿Nivel de desarrollo de la medicina?
—Depende de la zona. En general, nivel dos de diez —responde Pyrene encajando el golpe—. Pero unos siglos atrás alcanzaron el nivel tres y no creo que tarden en recuperarlo.
—¿Por qué lo perdieron? ¿Hay involuciones en más áreas?
—Existe una involución generalizada de las ciencias y la sociedad. Las causas son múltiples: enfriamiento global por mínimo solar, caída de un gran imperio, plagas…
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