—Me ha dejado atónita, menudo tío tenemos entre manos.
—Es meticuloso, minucioso, un experto en el arte de robar.
—Parece que lo admira.
—En cierto modo, así es.
—Pero esa no es su verdadera firma, ¿verdad? —Elena intuía que le ocultaba otro detalle mucho más importante. Lo expuesto no era concluyente, era su método. Pero la firma tenía que ser un signo rotundo, determinante.
—Perdón. Su verdadera firma es algo que, de momento, nadie ha advertido y así debe seguir siendo. En caso de que averigüe que la tenemos identificada, simplemente la modificará. Entonces, cuando actúe, sobre esa ineludible pista sembrará otros indicios para confundirnos. Él piensa que, hasta este momento, sus trabajos no se han relacionado entre sí, que los investigadores mantienen en cada uno de ellos diferentes pistas, imputándoselos a grupos o personas sin vínculos entre sí y esperando nuevos datos para volver a reabrir los casos.
—Ha tejido una compleja red de pistas falsas para pasar desapercibido.
—Efectivamente.
—Me va a revelar, aunque sea muy bajito, para que nadie se entere y prometiéndole que mantendré el secreto como una tumba, cuál es su firma.
—La forma en que anula las alarmas. Hay sistemas muy sofisticados, donde el decodificador no tiene tiempo material de descifrar el código dada su complejidad. Este individuo sabotea primero, y de forma rápida, el mecanismo del aplex, y de forma muy sutil, manipula el tiempo de retardo de la alarma. La mayoría ponen doce o quince segundos, como mucho veinte, pero el sistema cuenta con un tope de cincuenta y nueve segundos. Es el tiempo de que dispone después de su manipulación. Él se añade otros cuarenta y cuatro, y eso es mucho tiempo. Lo indispensable es que su interferencia en los cables no se note y eso, junto a la recreación de un escenario ficticio, engañe al investigador. Es muy bueno. Me costó encontrar lo que hacía, a simple vista no se aprecia, los cables permanecen intactos. Tuve que utilizar una lupa para descubrirlo. Únicamente unos inapreciables arañazos me indicaron, sin duda, cómo lo conseguía. Luego, la pauta se aprecia con rapidez cuando sabes lo que buscas.
—Y estoy convencida de que has investigado si algún antiguo ladrón de guante blanco, de esos que llamas dinosaurios, tenía ese modus operandi.
—Por supuesto. Nadie se ajusta a esa pauta. Lo que ocurre es que hace años, los sistemas eran mucho menos sofisticados y más fáciles de manipular. Hablemos sobre la lista que les entregué de posibles candidatos.
—Por favor, si vamos a trabajar juntos, tuteémonos, vale.
—Claro.
—Porque vamos a trabajar juntos, ¿verdad? —No lo tenía muy claro Elena. Conocía su fama de investigador solitario y que se la impusieran para colaborar no le resultaría cómodo. Por mucho que hubiese accedido al principio.
Él la miró. Le gustaba esta condenada policía. Era consciente de que le consideraban un bicho raro tanto en su empresa como en el sector profesional. Se había vuelto un ermitaño, su actitud no era antisocial pero, en ocasiones, rayaba en la obsesión por no compartir su tiempo. Cuando necesitaba compañía femenina, le era fácil encontrarla y, en ocasiones, la compraba. Pero nunca pasaba de esa única noche. Se consideraba un lobo solitario con gustos refinados, disfrutaba de los placeres que le atraían, sin reservas. Arte, andar por diferentes ciudades sintiendo su pasado, gastronomía y, en ocasiones, encontrar personas con las que mantener curiosas conversaciones. Pero siempre solo. Y esa soledad con la cual siempre se deleitó, algunas veces era una losa que le desconcertaba y turbaba, algo inaudito años atrás. Ahora, en algún momento, era como viajar en un tren como único pasajero y desconocer el destino de la próxima estación.
Ella le observaba con una sonrisa, algo perpleja por no poder interpretar su silencio.
—Trabajaremos juntos —afirmó—. Será un placer para mí compartir esta investigación contigo.
—¡Buauu! —exclamó riendo alegremente—. El prestigioso e internacional investigador privado compartiendo pupitre con una simple inspectora de policía.
Stefano reconoció que su naturalidad y espontaneidad eran insultantes y, en cambio, sonrió. Le costó pero, al final, sonrió.
—Bien, no te lo tomes a mal. De los diez nombres que nos pasaste, la mayoría han sido descartados rápidamente. Dos fallecidos. Dos en la cárcel. —Y fue depositando expedientes sobre la mesa—. Otro en Estados Unidos; este, al final, aprendió idiomas, los informes policiales remitidos por las autoridades lo descartan. Otro vive en Sevilla, sufrió un accidente de tráfico hace años y las secuelas lo descartan rotundamente.
—Puede simular una parálisis o lesión para, justamente, ser eliminado de cualquier sospecha.
—Perdió la pierna a la altura de la rodilla. ¿Crees que simulará cojera para no ser sospechoso?
—Descartado —manifestó resignado por tener que soportar la risita irónica de ella.
—El séptimo es un extremeño que reconvirtió su habilidad para hacer desaparecer cosas que no eran suyas en hacerlas desaparecer como mago. Trabaja en cruceros con un espectáculo de magia. Crucé las fechas en las que se cometieron los robos con las que asegura que se encontraba embarcado y en cuatro de los siete sucesos viajaba por el Mediterráneo. Lo hemos confirmado por diferentes medios.
—Nos quedan tres.
—David Rubio Roncero, cuarenta y siete años, soltero. Se especializó en abrir cajas fuertes. Con veintitrés era considerado uno de los mejores especialistas. Tuvo un buen maestro, trabajaba con Agustín Toledo, ¿te acuerdas?
—Claro.
— Los trincaron en medio de un trabajo. A Toledo le cayeron veinte años y a David seis. El joven era conocido pero no tenía antecedentes y salió mejor librado. El primero murió en la cárcel, un ataque al corazón al cuarto año de prisión, justo cuando salía su compinche, el chaval. Todos los informes indican que enderezó su vida, en prisión estudió cocina y temas relacionados con restauración. Trabajó en una cafetería y a los tres años, montó su propio negocio en Valencia, un pequeño restaurante. Sus cuentas son acordes a sus ingresos y parece limpio, así nos lo indican los compañeros de esa jefatura. ¿Quieres una botellita de agua?
—Sí, gracias. —El italiano parecía estar en trance mientras escuchaba a la inspectora.
Cuando regresó, dejó una botella delante de él, abrió la suya y tras beber un trago, prosiguió.
—El segundo de los tres es más interesante. Ramón Casas Portillo, cincuenta y cuatro, divorciado, con numerosos antecedentes, ha sido un entrar y salir de prisión. Siempre penas cortas por robo, hurto, algún trapicheo con droga y temas asociados a la prostitución. En este momento está en Sevilla, según el inspector con el que hablé. Es un chulo putas de la zona. Tengo el vídeo de la conversación que tuvieron con él en jefatura a raíz de mandarles el requerimiento de investigarlo. Desdentado, pinta de borracho, un nota que sabe cómo funciona el engranaje policial. No tenía muy claro por qué le interrogaban, lo que me hace pensar que está metido en varios asuntos. Según el agente, drogas, pero podría ser también que oculta la faceta de ladrón de guante blanco. También me comentan los compañeros que, en ocasiones, maneja pasta y en otras, sobrevive de su puta. —Y acompañando al informe se presentaban unas fotografías de un tipo mal encarado, de rostro afilado y ojos de ratón, sin labios y unas patillas enormes, desdentado y con los colores clásicos de quien lleva años excediéndose con la bebida—. El vídeo lo tengo en mi mesa. De entrada, yo lo descartaría, pero sorpresas más alucinantes he vivido.
—Yo también diría que este tipo no encaja con la personalidad minuciosa y meticulosa de la persona que buscamos. Es un perfil completamente opuesto —consideró mientras observaba las fotos—. Pero no olvidemos que nuestro hombre es un artista en despistarnos, en confundirnos y que miremos a otro lado.
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