En ese momento, Elena leía el documento al que hacía referencia.
—Así es. La descartan de cualquier vinculación con el hecho al que hacemos referencia y con cualquier vínculo con organizaciones delictivas de su país.
—Yo estuve frente a su casa —afirmó el investigador privado—. La vi en el parque con su hijo recién nacido. Su marido es funcionario y en sus cuentas no hay movimientos sospechosos, ni en el presente ni en el pasado. La descarté inmediatamente.
—Sobre el manuscrito no se ha vuelto a saber nada, ¿verdad? —preguntó Borja.
—Tampoco sobre la colección de relojes. Las joyas pueden separarse, fundirse. Pero los Rolex llevan una numeración individual. Nada de lo robado en esa vivienda ha vuelto a aparecer y las huellas no llevaron a nada concreto.
—Y usted intuye que no fueron tres zarrapastrosos que entraron a la carrera y se llevaron lo primero que pillaron.
—Inspectora Dolz, ¿recuerda usted el robo en la fundación INCLU aquí, en Madrid?
—Claro, intervine yo misma.
—En esa ocasión robaron parte de una colección itinerante de piezas privadas sobre la civilización Azteca. Según la organización, las piezas desaparecidas eran las únicas, de todo lo encontrado hasta este momento sobre esa civilización, que hacían referencia explícita a un dios del que solo se conocían exiguas referencias, de ahí su verdadera importancia y valor.
—Sí, es cierto, lo recuerdo. Únicamente se llevaron esa parte de la colección.
—Recordará también que anularon el sofisticado sistema de alarma con el que contaban las dependencias de la fundación. También abrieron la caja fuerte donde se guardaban esas piezas concretas por la noche, dado su mayor valor en relación al resto de lo expuesto.
—Claro. Es un caso que está sin resolver —afirmó Elena—. En esa ocasión sí encontramos huellas dactilares.
—Recuerda bien. La caja fuerte la abrió un verdadero profesional, uno de esos dinosaurios de los que hemos hablado anteriormente. Por supuesto, también se ocupó de anular ese sofisticado sistema de alarma, por cierto, en un tiempo récord.
—Se investigó a la compañía que lo montó, también a todo el personal que conocía la combinación de desconexión porque los técnicos forenses argumentaban la dificultad de anular el sistema. Les parecía sumamente sospechoso que alguien tuviese tiempo de conseguir la combinación, por mucho decodificador de última generación que tuviese —continuó la inspectora. Recordaba perfectamente el caso pero, además, era uno de los seleccionados por Stefano y lo tenía entre sus manos—. Antes de marcharse, entraron en el baño y se lavaron. Dejaron huellas de dos tipos de zapatillas deportivas diferentes, pero se trataba de una marca distribuida por una gran superficie y vendida por millones. No se encontró, como era de suponer, ninguna otra huella. Entonces descubrimos una herramienta de precisión que utilizaron para abrir la caja fuerte. Debió resbalar y se les cayó entre dos cajoneras y, al marcharse, no se percataron. Fue el primer golpe de suerte que creímos tener y se nos hizo la luz cuando, desde el laboratorio, nos dijeron haber encontrado un juego de huellas dactilares. En ese momento, todos pensamos: «Caso resuelto. Un descuido y nos ha dejado su carné de identidad en el escenario».
—Eso mismo pensé yo, inspectora Dolz.
—¿Cuándo se enteró usted? Esa pista se mantuvo en secreto durante todo el proceso de la investigación.
—Mi compañía aseguraba esas piezas por una cantidad desorbitada, créame. Y yo, está mal que lo diga, tengo mis propias fuentes de información.
—Si usted está tan involucrado en las investigaciones, no recuerdo que acudiese.
—Seguía sus investigaciones, por cierto, concienzudas y meticulosas. No era necesaria mi presencia; tenía, por fuerza, que estar de acuerdo con las conclusiones a las que ustedes llegaban y nada podía añadir. Por ese motivo me limité a seguirlas, sin más. Yo también quedé perplejo cuando no se encontraron coincidencias entre esas huellas y alguno de nuestros antiguos conocidos. Fue un trabajo extraordinario realizado por un gran profesional, un auténtico especialista.
—Pero hasta hoy, a quién pertenecen es un misterio. Otra pista que conduce a un callejón sin salida —afirmó ella pensativa, comprendiendo por momentos la línea deductiva a la que conducía la conversación.
—Ese fue el principio. Lo que me obligó a replantearme que algo no funcionaba bien. No paraba de preguntarme cómo era posible que no tuviéramos en ninguna base de datos las huellas de un profesional tan cualificado. La respuesta era sencilla, o al menos las dos respuestas obvias. Es nuevo en el negocio, me dije, por fuerza acompañado de quien le enseña, su maestro. Recordemos que encontramos en esa ocasión dos tipos de zapatillas en las huellas del baño. Si nos encontramos ante un dinosaurio, un profesional de la vieja escuela, es consciente de lo fácil que se les identifica tanto por su modus operandi como por la escasez de delincuentes de la vieja escuela. Si fuese uno de estos tipos, con toda seguridad tendríamos sus huellas para identificarlo. Pues a todos, en sus inicios, se les detuvo. Empecé a recordar otros casos, escenarios donde se encontraban una serie de rastros que no llevaban a ninguna parte. Y empecé a investigar desde cero, a repasarlos desde el principio, como si acabaran de suceder. Pero desde una nueva perspectiva, con un prisma global.
—Y deduce que el muy cabrón siembra los escenarios con indicios falsos, manipulando y señalando diferentes caminos al investigador.
—Efectivamente. Y evitando que los relacionen. En algunos no ha estudiado el escenario, se ha limitado a entrar, como él sabe, roba y se marcha sin dejar ningún rastro. Pero en la mayoría deja indicios que indican una línea clara de investigación.
—¿Cómo está tan seguro de que estos siete casos, con grandes diferencias entre ellos, los ha cometido la misma persona?
—Porque he descubierto su modus operandi, su firma en todos ellos. No solo repasé los casos y sus investigaciones posteriores, volví a visitar el escenario buscando algo concreto.
—¿Y entonces descubrió su firma? —apuntó ella verdaderamente alucinada.
—Sí. También he visitado los escenarios de los tres expedientes que se encontraban en sus registros.
—Y ¿en calidad de qué los investigó? No están relacionados con la compañía que usted representa. ¿Cómo le dejaron entrar?
—Soy como un historiador, me gusta perderme entre los misteriosos recovecos de la investigación como el historiador se pierde en las bibliotecas estudiando viejos manuscritos. Disfruto aprendiendo los trucos de mis adversarios profesionales, conociéndolos. Y tengo recursos.
—Como veo que os entendéis a la perfección, os dejo. —Y Borja tendió la mano al italiano—. Supongo que, en estos días, nos veremos.
—Seguro.
—¿Cuál es su firma? — preguntó en cuanto quedaron solos.
—Siempre roba por encargo, no es avaricioso y no se lleva otras cosas de los lugares que visita, a excepción de que robe algo del lugar con la pretensión de despistarnos. De esa forma, no tiene que salir al mercado con mercancía robada. En ese chalé de Cantabria alguien pagó, supongo que un coleccionista privado, un dinero por el manuscrito que desapareció. Ese era el objetivo de nuestro hombre. El resto fue el truco de mago para despistar. No se trató de un asalto precipitado. Entró y desconectó la alarma, con lo cual se tomó su tiempo en preparar el escenario. Encontró la colección de relojes y las joyas, las cogió y aparentó que el ladrón subió corriendo y fue a los lugares adecuados porque sabía dónde se encontraba algo de valor. Fue la primera línea de investigación que se siguió, se trataba de un robo con colaboración interna. Las huellas dejadas indicaban que eran tres y de procedencia concreta. Contaba con muchas probabilidades de que esta gente hubiese contado entre el personal de servicio con una mujer del norte de Europa. El cuadro dejado en el jardín indicando, sin duda, la precipitación de la acción. Todo preparado para focalizar la atención del investigador en puntos concretos y seguir pautas establecidas. Esos relojes estarán bien enterrados o en el fondo del mar, mientras nosotros mantenemos, todavía hoy, la esperanza de que uno de los chorizos, como usted los ha denominado, intente vender uno o se le estropee e intente arreglarlo.
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