—Y eso le ha hecho tanta gracia.
—No. Lo que realmente me ha hecho gracia es que se ajusta a la perfección a la descripción que me dieron.
—¿Y esta era…?
—Que usted era un dandi de los pies a la cabeza. Sin ánimo de ofenderle. Todo lo contrario, es más bien un cumplido.
Extrovertida, directa, con una gran seguridad en sí misma. Probablemente soltera o divorciada. La clase de mujer que lleva mal las ataduras, los cánones impuestos y las rutinas. Mujeres que asustan a los hombres y cuyas relaciones no son siempre duraderas, analizó Stefano mientras la observaba.
—Bueno, será mejor que nos centremos —dijo Elena por fin tras unos segundos de silencio, intentando guardar la compostura—. Primero analicemos los siete robos que usted cree cometidos por el mismo individuo. Después de estudiarlos, en algunos existen ciertos paralelismos, pero también hay muestras muy importantes que los diferencian. Por esos motivos, los equipos investigadores no los han relacionado entre ellos.
—Se preocupa de que cada escenario tenga diferencias con otros y marca un ligero camino para que los investigadores lo sigan. Pequeños indicios relevantes, nunca lo suficientemente obvios, dejando que sea el investigador quien crea que la pista encontrada es parte de su trabajo y no una manipulación premeditada —atestiguó—. Como les dije, cuatro de esos casos afectaron a la compañía que represento. En el primero, hace ocho años, yo no intervine. En los tres posteriores, sí. Todos cometidos en territorio español, coleccionistas privados que protegen sus obras de arte con diferentes sistemas de seguridad, además de asegurarlas. Sistemas que nosotros, antes de asegurar las obras, valoramos y, en algunos casos, aconsejamos que se incrementen o se mejoren. Saben ustedes que es un terreno donde la tecnología se anticúa con inusitada rapidez. Alarmas difíciles de manipular excepto para un pequeño grupo de especialistas. En muchos casos, viendo el escenario y el modus operandi, sabemos el nombre de quien lo ha cometido. Otra cosa es localizarlo, aunque solo es cuestión de tiempo.
—Cada vez hay menos chorizos de la vieja escuela —susurró ella.
—¿Chorizos? —preguntó perplejo.
—Es una expresión nuestra. Ladrones de guante blanco, quería decir.
—Efectivamente —le contestó con una sonrisa. Le gustaba esta inspectora—. En este momento tenemos dos tipologías delictivas, ambas con métodos habituales, eso lo saben ustedes perfectamente. Los robos informáticos y los atracos a joyerías, bancos, furgones blindados, etc. Los hackers informáticos, su volumen de robos ha aumentado considerablemente tanto en cantidad como en cuantía de lo sustraído. Bancos y empresas de todo tipo gastan cantidades astronómicas en protegerse de ellos, en algunos casos contratándolos. No solo buscan dinero, también información privilegiada y confidencial que en el mercado global vale millones. En algunos casos los buscan con el fin de que perjudique a la competencia, introduciendo virus en sus redes. En definitiva, millones sin salir de casa, sin amenazar a nadie, sin usar la violencia. Son los ladrones de guante blanco del pasado, se mueven por calles virtuales y acceden a lugares sin levantar el culo de sus sillones. La otra tipología delictiva existente en este momento son las bandas organizadas. No necesariamente proceden de guetos marginales, que también son un buen caldo de cultivo; pueden ser exmilitares, hombres con excelente formación. Adoptan amplias medidas de seguridad, planifican sus robos meticulosamente, en sus asaltos utilizan la violencia, la intimidación de sus armas, que no dudan en utilizar al menor atisbo de resistencia. Lo más fino en sus trabajos es el uso de la lanza térmica para reventar una caja fuerte. La diferencia entre ambas formas delictivas es que estos últimos no necesitan, como los dinosaurios anteriores, saber abrir todo tipo de cerraduras, forzar sin necesidad de reventar una caja fuerte, planificar sus robos con la intención de que nadie se entere, sin amenazas, sin violencia. Sobre los pocos profesionales de la vieja escuela que quedan lo sabemos todo, antiguos delincuentes con amplios antecedentes. Sus métodos son fácilmente reconocibles e identificables.
—Y usted cree que uno de esos dinosaurios es el responsable de estos siete robos —afirmó Elena.
—Sí.
—Pero en varios de estos robos se ha utilizado la fuerza y en algunos han participado varias personas.
—Aparentemente, sí. En 2011, en Nochevieja, el chalet de una urbanización de lujo, con seguridad privada, mientras sus propietarios comían las uvas en un salón de fiestas y el servicio en sus respectivas casas.
—Lo he leído —afirmó la inspectora con el expediente en la mano—. Fue en Cantabria.
—Alguien saltó el tramo de valla que colindaba con un camino fuera de la urbanización, forzaron el ventanal trasero del chalet y entraron. Unos metros antes de entrar, terminado el césped, pisaron un tramo de tierra húmeda. Gracias a ello, dejaron huellas de dos zapatillas diferentes y unas botas de distintas tallas. Tras forzar el ventanal y entrar, a los veinte segundos saltó la alarma y a los cuatro minutos aproximadamente llegó la seguridad privada de la propia urbanización. Los ladrones debieron salir precipitadamente. Robaron un manuscrito en pergamino de dos mil años de antigüedad perteneciente a la segunda gran biblioteca de la antigüedad, Pérgamo. Su valor es incalculable. Estaba protegido por una urna transparente de un material muy resistente a los golpes. No obstante, cortaron los anclajes a la base de cemento. Uno de los asaltantes subió corriendo al dormitorio y abrió exclusivamente dos cajones: en uno su propietario guardaba una colección de relojes Rolex y en el otro, diversas joyas de la propietaria. No se preocuparon de entretenerse forzando la pequeña caja fuerte, donde la señora guardaba el resto de sus joyas. Evidentemente no disponían de tiempo. Cogieron, además, un cuadro de un importante pintor impresionista que, en la huida, abandonaron en mitad del jardín.
Mientras Stefano exponía los hechos, ambos inspectores los seguían sobre el expediente.
—¿Ha visitado las ruinas de lo que fue esta extraordinaria metrópolis, inspectora Dolz?
Ambos agentes levantaron la vista del expediente, el comentario les sorprendió. Como si Borja no existiese, Stefano la miraba a ella.
—No.
—Se la recomiendo encarecidamente. La actual Bergama, construida sobre los cimientos de la parte baja de lo que fue Pérgamo, una de las ciudades más bellas de la antigüedad, en Turquía, cerca de la costa del mar Egeo. Sus ruinas, su historia, la dejarán sin respiración.
—Tomo nota —contestó con una sonrisa pícara.
—Gracias a Dios, el cuadro no sufrió ningún daño —continuó—. No se encontró ninguna huella dactilar ni indicio que permitiese identificar a los ladrones, excepto esas huellas de los calzados. Yo mismo realicé una investigación paralela a la de ustedes sobre ese rastro. Las huellas de ambas zapatillas y la bota nos llevaron, tanto a ustedes como a mí, a la conclusión de que las tres pertenecían a una marca muy conocida y popular de calzado de una fábrica en los países bálticos. También, que esa marca es poco conocida y usada fuera de esos países. Que uno de los ladrones subiese directamente al dormitorio y fuera exclusivamente a esos cajones indicaba que sabía lo que buscaba y dónde se encontraba. La investigación sobre el personal de servicio centró inmediatamente el interés sobre una joven que trabajó durante seis meses, dos años atrás. Era de Estonia, como, sin duda, los ladrones. Dicha joven volvió a su país, ustedes solicitaron colaboración a la Interpol y a las autoridades policiales de esa nación. En ambos casos, la respuesta fue que tras hablar con ella e investigarla, no se detectaba nada sospechoso ni ninguna vinculación con delincuencia organizada.
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